En 2014 Jaime Sánchez Susarrey publicó en Reforma el artículo “1994: año aciago”. El autor dijo que todo anunciaba que la elección presidencial de ese año se realizaría en paz y que el candidato del partido en el poder se impondría sin mayores problemas. En efecto, lo mismo que expresó Ernesto Zedillo en una carta enviada a Luis Donaldo Colosio cuatro días antes del magnicidio.

Todo cambió el primer día de 1994 con el alzamiento de un grupo guerrillero en Chiapas. Pero eso no fue lo peor para el candidato que arrasaba en las encuestas. El 10 de enero de aquel año fue cuando, verdaderamente, se complicó la campaña del partido que llevaba una enorme ventaja en las mediciones de preferencias electorales. Ocurrió así porque en esa fecha, en la que estaba agendado el arranque oficial de las actividades proselitistas de Donaldo, el entonces poderosísimo presidente Carlos Salinas nombró a Manuel Camacho jefe de las negociaciones con el grupo zapatista, lo que convirtió a este político en una especie de segundo candidato presidencial.

Conviene leer la carta de Zedillo a Colosio. Aquí la sinteticé hace unos días.

El hecho es que el 10 de enero de 1994 el señor Camacho —asesorado por un joven político priista orgullo del salinismo, Marcelo Ebrard— se convirtió en una amenaza electoral para el candidato Colosio y el PRI, partido que parecía invencible..., y lo era, sin duda, por lo que no había ninguna razón para que el movimiento camachista causara un verdadero daño a la campaña colosista.

Si, como dijo Sánchez Susarrey, el ascenso de Camacho se convirtió en el calvario de Colosio, se debió a que el presidente Salinas, consciente o inconscientemente, influyó para que fuera noticia de enorme relevancia en la prensa mexicana y en la extranjera, la posibilidad de que hubiese un cambio de candidato. El analista mencionado destacó aquel fenómeno mediático que tanto enrareció el ambiente: el nombramiento de Manuel Camacho “captó la atención nacional e internacional”, mientras que el inicio de la campaña de Luis Donaldo Colosio, en Huejutla, Hidalgo, “fue noticia de tercera página”.

Recordemos que, con las reglas del viejo PRI, Colosio y Camacho disputaron la candidatura presidencial. El primero ganó y el otro, que había aceptado el método de competencia, solo porque perdió —por ningún otro motivo—, rechazó el resultado.

Si el candidato Colosio y el presidente Salinas hubiesen ignorado el berrinche de Camacho, este no se habría convertido en un problema mayor.

Pero la monomanía de la unidad —que es importante, pero no a cualquier costo— llevó a Donaldo y a su jefe político, sobre todo a quien todavía tenía todo el poder, a tratar de contentar al rebelde.

En el pecado Salinas y Colosio llevaron la penitencia. Tanto hacer por agradar a Camacho para que hubiera unidad terminó por resultar fatal —el candidato fue asesinado en marzo de 1994—. Por cierto, fue hasta un día antes del magnicidio que Manuel Camacho al fin aceptó disciplinarse.

El 22 de marzo yo estaba con Colosio en Culiacán. Me invitó a comer no solo para contarme que Camacho ya se había disciplinado, sino para leerme la respuesta que el candidato daría a ese gesto que debió darse meses atrás. En la comida estaba presente el responsable de la comunicación de Donaldo, Ramiro Pineda —formalmente era Liébano Sáenz el director de esa área, pero en los hechos Pineda era el operador—.

El coordinador de la campaña, Ernesto Zedillo, había enviado un borrador para que Luis Donaldo lo aprobara. Y más o menos se aprobó: era lógico ser optimistas y saludar la generosidad de Camacho, quien después de mucho tiempo de envilecer el clima político, anunciaba que ya se iba a portar bien.

Sinceramente, en un primer momento a mí me pareció una gran noticia que Camacho ya dejara su sublevación. Mi optimismo desapreció cuando, antes de entrar a la comida, saludé al general Domiro García Reyes, del Estado Mayor Presidencial, que era el jefe de la seguridad de Colosio. “¿Qué opina de lo que dijo Camacho, general?”. El militar me respondió: “Ahora sí estoy preocupado, don Federico”. Al general García Reyes le intranquilizaba que Camacho hubiese dicho:

“Sí quiero ser presidente de la república, pero no a cualquier costo. Entre buscar una candidatura a la presidencia de la república y la contribución que pueda hacer al proceso de paz en Chiapas, escojo la paz. Tomo esta decisión poniendo por encima de mis aspiraciones las razones superiores de la nación”.

Manuel Camacho

Lo de “quiero ser presidente, pero no a cualquier costo” de plano le pareció un mal augurio al general García Reyes. Y, ni hablar, su intuición era correcta: horas después mataron a Colosio.

Pocos días antes del asesinato de Donaldo Colosio, el 16 de marzo de 1994, el candidato se había reunido con Manuel Camacho en la casa de Luis Martínez Fernández del Campo. Cito a Sánchez Susarrey:

“En ese contexto, se efectuó una reunión entre Colosio y Camacho el 16 de marzo. Fue secreta y privada. Sobre la misma hay dos versiones: la de Camacho que afirma que pactó con Colosio, y la de los cercanos a Luis Donaldo que señala que este resumió el encuentro en una frase: Camacho no tiene remedio”.

Es verdad, Luis Donaldo Colosio pensaba que Manuel Camacho no tenía remedio. No lo tenía porque el entonces jefe de Marcelo Ebrard era no solo una mal perdedor, sino también un ambicioso vulgar decidido a todo para alcanzar sus fines.

Pero la culpa no era de Camacho, sino de quien exigió calmarlo para garantizar la famosa unidad, el presidente Carlos Salinas de Gortari.

La orden de Carlos Salinas era la de ser prudentes en el trato con Manuel Camacho. En la Sultana del Norte, en un auditorio del Tecnológico de Monterrey, poco antes o poco después de la reunión Colosio-Camacho, el candidato fue prudente cuando los estudiantes le preguntaron por el rebelde. Así, Donaldo prefirió no contestar nada. Fue brutal el abucheo de los y las jóvenes.

La prudencia es la mayor de las virtudes, pero no siempre.

Lo dijo en sus Proverbios del infierno William Blake, a quien parafraseo para quitarle a sus palabras cierto lenguaje machista: “El prudente es un feo y muy rico solterón cortejado por la incapacidad”. En el caso que nos ocupa, incapacidad de encontrar los límites al dogma de la unidad en política.

Varias veces le pregunté a Donaldo Colosio por qué Carlos Salinas exigía tan obsesivamente contentar a Manuel Camacho. La respuesta del candidato asesinado siempre fue: “El presidente está equivocado”.

Como en el tango de Enrique Cadícamo, 30 años después “la historia vuelve a repetirse, el mismo amor, el mismo, el mismo loco afán”.

El mismo amor, y por lo tanto la misma necesidad de reconfortar, desde el poder presidencial, al enrabietado: en 1993-1994, Camacho; en 2023-2024, su discípulo, Ebrard.

El mismo, el mismo loco afán de intentar una unidad que, llevada al exceso, como todo, puede ser muy dañina, y lo fue.

Limitar la prudencia

Por fortuna, ahora gente muy importante en Morena ha decidido ponerle límites a la prudencia. En Milenio, el gran cronista de la 4T, Epigmenio Ibarra, le ha dicho con contundencia a Ebrard, “así no, Marcelo”. No a cumplir el loco deseo de quien se ha supuestamente disciplinado: no a que le hagan su propio partido dentro del partido Morena. Es duro y muy correcto lo que dice Epigmenio:

“Pretendió Marcelo Ebrard, en su regreso al partido al que endilgó epítetos feroces, abrirse paso a patadas en lugar de restaurar heridas, de restablecer vínculos, de ganarse de nuevo la confianza de dirigentes y militantes a los que ofendió pública y reiteradamente”.

Y bueno, la gran noticia la dio la futura presidenta de México, a la que tanto ofendió Marcelo. Dijo la muy pronto candidata de Morena, Claudia Sheinbaum, ante el despropósito del disciplinado Ebrard de que se le reconozca como la segunda fuerza en el partido de izquierda: “No puede ser la segunda fuerza, ni la tercera fuerza, ni la cuarta fuerza porque Morena somos una sola fuerza; un solo movimiento y representamos el anhelo del pueblo de México”.

Es decir, Claudia y Epigmenio le están diciendo a Marcelo, con otras palabras, “vete al carajo si insistes en tu obsesión por el poder”.

Supongo que Andrés Manuel estuvo de acuerdo en el comentario de Claudia. Entonces, si Ebrard se molesta, déjenlo ir. Para que nadie diga después de López Obrador lo que Colosio decía de Salinas en los momentos más duros de aquella campaña trágica: “El presidente está equivocado”.

En este 2023, ya tan cerca del 2024, era imprescindible acotar a la prudencia y a su hermana, la unidad. Bien se lee en los Proverbios del infierno: “Espera veneno del agua estancada”. Ebrard es agua estancada desde que su mentor Camacho la emponzoñó con aquella traición que culminó en tragedia.