A casi 3 años de las atropelladas elecciones presidenciales estadounidenses de 2020, los operadores políticos detrás del endeble Joe Biden siguen sin comprender la capacidad de Trump de reponerse de situaciones que asegurarían la destrucción de muchos otros personajes de otra envergadura.

No es alabar al payaso y conductor de reality shows que gobernó EU durante 4 años. Se trata, simplemente, de exponer algo verídico desde el punto de vista histórico. Nadie creía a Trump capaz de ganar la primaria republicana y la ganó. Nadie creyó a Trump de vencer a Hillary Clinton y todo el aparato mediático, económico y político detrás de ella... y la venció.

Mientras el establishment estadounidense sigue acumulando procesos e imputaciones contra Trump, con castigos que le podrían valer una cadena perpetua por su edad, el ex presidente sigue liderando en las encuestas del partido republicano, aplastando a personajes más repulsivos y fascistoides que él, cómo el racista gobernador de Florida Ron DeSantis y el evangélico apocalíptico ex vicepresidente Mike Pence.

Trump será candidato republicano. A estas alturas, no hay otra opción. Y si creen que tenerlo en proceso será impedimento para que su base vote por él, el oficialismo encabezado por Biden -o por sus asesores, más bien-, está muy equivocado.

Incluso podría darse el caso de que exista un candidato presidencial estadounidense detenido, contendiendo en las próximas elecciones. Y jugando bien sus cartas, ante los escándalos de corrupción de la familia Biden y los desastres epidémicos (han muerto más personas de Covid con Biden que con Trump), económicos y militares (el fracaso de la intervención de EU del lado de Ucrania en su conflicto con Rusia), Trump podría ganar en pleno proceso legal. Y entonces, aguas. Porque la polarización y la desestabilización de enero de 2021 podría ser un juego de niños comparado con la explosión social que podría ocurrir.