Es pertinente y oportuno reconocer en León XIV la continuidad de los esfuerzos simbólicos y materiales legados por el Papa Francisco en favor de los débiles y de la transformación de la propia Iglesia Católica.
Esperemos que el Dr. Robert Francis Prevost Martinez esté, en efecto, a la altura de las circunstancias retadoras del segundo cuarto del siglo 21, en el que actúan los poderosos líderes masculinos de la triada estadounidense (Trump), china (XI) y rusa (Putin) que se disputan la reconformación del orden mundial, sin desmedro de mujeres lideresas.
Al respecto, cabe hacer notar que las grandes estructuras de poder enfrentan en el contexto de la Cuarta Revolución Industrial la exigencia de poner al día sus propias organizaciones en contextos complejos.
Así, el nuevo Papa deberá encarar y ejercer su influyente guía en temas externos tan sensibles como los que implican la desigualdad, pobreza, derechos humanos, migración, diversidad sexogenerica o cambio climático, a la vez que las endebles finanzas del Vaticano, la corrupción y una serie de tensiones y conflictos internos.
En el caso de México, insistimos en que el contexto en el que transcurre nuestra Cuarta Transformación (4T) histórica puede ser orientable, pero no cierta y mucho menos predecible, es decir, puede ser exitosa, puede fallar o puede resultar en una síntesis de lo antiguo y lo nuevo, según se ha observado que ocurre en cualquier experiencia de cambio de paradigma.
Para que la 4T en tanto proceso y proyecto termine por reposicionar a México entre las primeras diez economías del mundo, y, sobre todo, una de las mejores sociedades del planeta, tiene que asegurar lo mejor posible el equilibrio entre libertad responsable e igualdad real.
Ello es así pues ninguna organización o país hoy día puede transitar con fluidez si la mayor parte de sus integrantes padece condiciones precarias mientras una minoría les extrae sus energías y plusvalía para acumularlas de manera exponencial vulnerando con su estilo de vida al hábitat que compartimos.
Con el mejor de los sentidos comunes y en el marco de márgenes razonables de constitucionalidad dentro de un proceso radical de cambio, las y los mexicanos estamos dando pasos estratégicos para terminar de relevar el régimen que nos trajo desde hace 100 años de la nada al Segundo Mundo y a contarnos como una de las primeras 15 economías más fuertes.
Ahora requerimos, con el liderazgo de las mujeres y hombres comprometidos y la primera presidenta en la historia del país, Claudia Sheinbaum, cuidar que los factores clave, éticos, políticos y sociales que modulan la transformación no se degraden y pudran a la sombra de hábitos heredados.
Así, es de estadistas pulsar en qué momentos y cómo reforzar los pilotes de la nueva edificación y amueblar su segundo piso.
Por una parte, es en verdad sorprendente que la Iglesia Católica haya transitado por la Edad Media, la Modernidad y hasta el umbral de la época posmoderna, en la que inciertamente coexistimos, sin elecciones populares de sus órganos de representación y autoridad, aunque con reglas firmes y efectivas.
Por la otra, me parece obligado destacar el valor de México por habernos lanzado con el arma de millones de votos hacia el presente y futuro de la paridad para todos los cargos, la democracia radical, la gobernanza con justicia y participación ciudadana, el desarrollo con bienestar y humanismo, la economía moral, el trabajo y el desarrollo sustentable en busca de reconfigurar el estado democrático como estado social e intercultural de Derecho.
Sin duda, de la calidad del liderazgo y de las reglas depende una buena parte el destino de las organizaciones y de los pueblos.