A menos de dos semanas de terminar el sexenio del presidente López Obrador, su aprobación, para ser precisos, es sumamente alta. Y no solamente por el trabajo que ha llevado a cabo, sino por el carisma y humanismo que tiene con la población. Es, ni más ni menos, un fenómeno social de otra dimensión. No hay punto de comparación con otros expresidentes, sobre todo por el proyecto que representa la izquierda en nuestro territorio nacional. Se entiende perfectamente así, por los beneficios con los que cuenta la ciudadanía, lo mismo que el cumplimiento de las obras que materializó a lo largo de estos seis años. Una muestra clara de ello, lo dijimos, fue la construcción del Tren Maya que lleva meses operando en el sur del país.
A lo largo de los años, de hecho, se concretaron acciones de beneficio social. En ese sentido, la realidad de las circunstancias, por así decirlo, muestran los cambios sustanciales que esperábamos de un gobierno que, desde hace años, se comprometió con la gente, especialmente con los sectores más vulnerables de México. Es verdad, tuvo algunos contratiempos por el tema del Covid-19 que aquejó a todo el mundo. Vimos, en efecto, un buen manejo en los servicios de salud y una rápida reacción ante la emergencia sanitaria. Pero ni eso, como en otros aspectos, la oposición no cesó los ataques y la maquinación de la información.
Desde que Andrés Manuel López Obrador inició su gestión, la oposición y los grupos conservadores han intentado desestabilizar la gobernabilidad un día sí y el otro también. Mentiras, difamaciones, fabricaciones y un ataque sistemático de un sector de comunicadores que, déjenme decirles, han dejado mucho que desear como analistas políticos, son parte de la estrategia. Muchos de ellos, por cierto, han fallado en sus pronósticos. Dijeron que México sería una dictadura y, por mucho, el mandatario les dio una cátedra de democracia. Otro golpe durísimo que recibió la oposición y los detractores del presidente, fueron los escándalos que montaron, pero que, a la postre, se desnudaron desde la propia mañanera.
Ese espacio de opinión es, por cierto, un mecanismo infalible de comunicación que puso en marcha el presidente López Obrador para contrarrestar los ataques de la oposición. Podemos decir, por mucho, que no existió nada, absolutamente nada que pusiera en riesgo la gobernabilidad del país. De hecho, la oposición, durante los seis años, no fue capaz de generar una corriente de opinión que pudiera permear en el ánimo social. De esa misma manera que fueron incapaces de provocar eco, fueron también exhibidos por los actos de corrupción. Al mostrar esa debilidad, el PRIAN ha quedado técnicamente devastado ante el tsunami que provocó la elección del pasado 2 de junio. Inclusive, fue otra de las batallas que les ganó AMLO.
No conformes con ello, la oposición está dispuesta a todo para tratar de recuperarse del golpe durísimo que los arrolló. Mientras el PRIAN no reconozca la crisis política que los aqueja, jamás serán un contrapeso real. Están desdibujados desde las estructuras hasta los cuadros que los representan. Basta observar hasta donde han llegado en ese intento desesperado por la impotencia que sienten por la aprobación del proyecto de reforma al poder judicial. Inclusive, intentaron reinventarse con la aparición del expresidente Ernesto Zedillo y, de paso, con las patadas de ahogado de Genaro García Luna.
No existe nada de lo que pueda preocuparse el presidente López Obrador. La oposición ha jurado y perjurado que tiene material que señala al mandatario federal. Si fuese así, desde cuando lo hubieran utilizado para dañar la imagen. El propio proceso electoral, por así decirlo, hubiese sido el marco perfecto para que los conservadores mostraran las evidencias que, desde luego, no tienen porque no existen. Hoy podemos decir que, en definitiva, el PRIAN sigue optando por las mismas herramientas que los han llevado a caer en detrimento. Eso solo puede entenderse de una forma: la derecha no está a la altura ni cuenta con la categoría que se necesita para ser un contrapeso real. Es más, no son ni la sombra de lo que hace poco fueron.
Habrá que decir, con todos los argumentos sólidos, que la oposición jamás, sí, jamás, ha podido conectarle un golpe al presidente López Obrador. Es verdad, el fraude electoral del 2006 fue una maniobra antidemocrática de la derecha. La cuestión es que, de manera rápida, AMLO se repuso y se cobijó en el pueblo. Trabajó y recorrió el país con el compromiso irrestricto que ha demostrado siempre por la ciudadanía. Mientras él lo hizo así, la oposición saqueó al territorio nacional, reprimió y privatizó algunos servicios con las reformas neoliberales del Pacto por México. Los conservadores, de hecho, acumularon riqueza a través de las componendas que hicieron.
El punto es que, a pesar de ello, la oposición se quedará con las ganas de haber derrotado al presidente López Obrador. Jamás lo doblegaron, ni con la forma más punitiva de algunos “analistas políticos” que nos han demostrado ser muy ineficientes en sus pronósticos. Todos ellos, por cierto, menospreciaron el trabajo de las encuestas y, de paso, inflaron a Xóchitl Gálvez. La mala noticia es que eso, por mucho, no les funcionó de nada. En sencillo: el presidente López Obrador vive su mejor momento de lucidez pese a estar en la antesala de su retiro.
Notas finales
En un momento decisivo de desarrollo como el que vivimos, muchos mandatarios han llegado a la mitad del camino y, por ende, rendirán cuentas ante la población civil. Este fin de semana próximo, por ejemplo, todo está listo para que el gobernador de Michoacán, Alfredo Ramírez Bedolla, rinda su tercer informe de gobierno. De hecho, será una fiesta popular de otra latitud, pues el encuentro con la ciudadanía será, ni más ni menos, en el emblemático Estadio Morelos, que hace poco lució abarrotado por la visita de la hoy presidenta electa, Claudia Sheinbaum. Ante ello, no hay ninguna duda, presenciaremos los avances sustanciales que han venido a revolucionar el proceso de transformación en la entidad purépecha. Recordemos que, en términos de efectividad, Bedolla está ubicado entre los siete mejores mandatarios de México, con una aprobación del 64%.