Mucho se ha escrito y seguirá escribiéndose en torno al arrebato verbal de Marko Cortés, el dirigente del Partido Acción Nacional (PAN) que, como el boxeador que ha recibido la paliza de su vida, tiene todavía el aliento (o el descaro) de decir, desde la lona, que una derrota en 4 de los 6 estados que eligieron gobernador el pasado 5 de junio es en realidad “oxígeno puro” y que ya están listos para el próximo round.

Hay quienes coinciden, maroma de alto grado de dificultad retórica de por medio, con el contador público que dirige al principal partido de oposición, por cierto, una posición política inédita para los de su profesión, tan comúnmente alejados y frívolos con respecto a otra cosa que no sean el haber y el deber, las finanzas y los impuestos de personas y de empresas.

Hay quienes, en cambio, se van a los datos duros y señalan que este es el peor momento que viven las organizaciones partidistas anti 4T, pues de 2018 a la fecha, en apenas cuarenta y ocho meses, Morena ha cambiado la geografía política nacional al pasar de 4 a detentar el gobierno en 22 entidades federativas, una proeza electoral que no se explica sino como el fracaso opositor.

En un país polarizado, es lógico que optimistas y pesimistas se estén dando con todo en defensa de sus puntos de vista, y hay quienes como don Federico Arreola se instalan en el medio para advertirle a quienes de plano descalifican los afanes opositores por levantarse antes de que termine el conteo del réferi, que —cuidado— en política no hay enemigo menor y que es alto el riesgo de una escisión o fractura (con Ricardo Monreal y Marcelo Ebrard a la cabeza) como la que ocurrió en 1987 en el PRI, un fenómeno propio del desgaste natural de los partidos en el gobierno. Con la diferencia de que la Corriente Democrática de Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez y Rodolfo González Guevara, surgió seis décadas después de estar en el poder y Morena apenas va a enfrentar la transición de su primer sexenio.

El debate ha hecho surgir también a “talibanes de la democracia” como Marietto Ponce, que llama “separatistas” a quienes piden la renuncia de los dirigentes nacionales del PRI y del PAN, y también a entusiastas de la fórmula opositora de Alianza que ha operado en 2021 y 2022, convencidos, como el intelectual Pablo Majluf, de que no hay de otra, que aunque no nos guste o nos disguste, incluso, se requiere la unidad de todos aquellos que están inconformes con las políticas públicas del “obradorato”, para lo cual, por cierto, se reclama a Movimiento Ciudadano su inclusión sin condiciones.

La fuente de los fracasos opositores

Pues bien, habiendo dicho lo anterior, me parece que muchos de los apuntes y expresiones sobre si la alianza podrá ser competitiva o no en la elección presidencial de 2024, o sobre si Morena debe preocuparse o no por el pugilista en malas condiciones físicas al que ha noqueado de forma recurrente con uppercut a la mandíbula electoral, parten de un error: cerrar los ojos ante el terrible desgaste social de la figura de los partidos y de los políticos mexicanos.

No es algo que tenga que ver con la llegada de Morena al poder, pero es obvio que es un proceso que se ha acelerado en este período, habida cuenta que el personaje que despacha hoy en la presidencia ha sido el promotor de esta guerra, que fue declarada hace más de tres décadas, contra las élites políticas. A diferencia de Cárdenas y Muñoz Ledo, que querían democratizar el sistema, el principal promotor de esta “cruzada moral”, Andrés Manuel López Obrador, lo que ha buscado es consolidar un partido hegemónico al estilo del viejo PRI.

Puede decirse que, como Abdalá Bucaram o Fujimori, o como ahora mismo en Colombia el independiente Rodolfo Hernández, nuestro “político antipolítico” ha tenido un solo empeño: destruir no sólo la fama pública sino la moral de los partidos. Para buena parte de los mexicanos, quienes se dedican a la política no son sino vulgares ambiciosos que llegan a los cargos “no a servir sino a servirse”, como machacó toda su vida y lo sigue haciendo desde las “mañaneras”, el presidente López Obrador.

Así que el hecho de que Alito Moreno, con su sospechosa riqueza y su fama de troglodita, o el propio Marko Cortés con su humor involuntario ante las 15 derrotas que lleva en su récord personal, se presenten como “rostros” de una oposición que se plantea como objetivo frenar el deterioro que están ocasionando las políticas públicas de la 4T, parece una mala broma. Sobre todo, cuando la respuesta sembrada en la mente de la mayoría de mexicanos a fuerza de propaganda, es que han sido esos partidos y dirigentes, los causantes de la situación que, de tan grave, ni siquiera un presidente “austero, honesto y humanista” ha podido revertir.

Dicho de otro modo: en estos tiempos, el principal lastre de la oposición (entendida como ese sentimiento colectivo opuesto al estado actual de cosas o al rumbo que está tomando el país) son los partidos y sus dirigentes. Si no se reconoce ésta, que es la verdadera fuente de los fracasos electorales de Va Por México, el modelo que han venido impulsando el PAN, el PRI y el PRD, incluso si se le sumara Movimiento Ciudadano, estará condenado de antemano al fracaso.

Rescatar la credibilidad perdida

La clave, me parece, es recurrir a la sabiduría popular que recomienda “a grandes males, grandes remedios”. Me parece que a estas alturas, la única forma de empezar a rescatar la indispensable credibilidad de los partidos, es que esta generación de dirigentes nacionales y de “clase política”, asuman que no pueden seguir pensando en ser la “encarnación” del México opositor, y aceptar que su papel se tiene que enfocar al de ser facilitadores de un gran Acuerdo Nacional Ciudadano para la restauración institucional y democrática del país, un proyecto reformador, de generosidad política, a la altura del momento y la necesidad que vivimos. No es una renuncia, es la vía más segura para la sobrevivencia.

Por supuesto que un acuerdo de este tipo pasa por algo que a simple vista parece complicado. Los partidos tendrían que poner sus respectivos registros a disposición de una corriente ciudadana, que en los hechos ya está convocada, pero que recela de Alitos y de Markos, y por supuesto de Chuchos.

Me parece que 2024 es la oportunidad para que académicos, intelectuales, científicos, empresarios y ciudadanos críticos de lo que ha representado Morena, salgan, den la cara y presenten propuestas que vengan de la sociedad y no surjan de los intereses de los políticos, algo que no ha considerado la estrategia de Va Por México, como quedó demostrado en Tamaulipas e Hidalgo, estados donde actuaron bajo arreglos cupulares, como si nada hubiera ocurrido en 2018 en el país.

Ese es el verdadero debate y aunque parezca irrealizable o utópico, abrirle la puerta de los partidos “tradicionales” a los diversos sectores de la sociedad, es a estas alturas, la única forma de dar pelea y de paso, exhibir a Morena, cuyo modelo está alejado (hasta ahora, conste) de los valores democráticos que veníamos construyendo como sociedad y no es otro sino el del más rancio PRI: autoritario, lineal y antidemocrático.