Es entendible que exista escepticismo en torno a la sucesión presidencial. Será una jornada electoral compleja.

Además, no resulta complicado anticipar una elección de Estado porque la estructura y maquinaria electoral del oficialismo es una realidad. Con sus 23 gubernaturas, las fuerzas armadas, los poderes fácticos y la pusilanimidad de la iniciativa privada frente a la actual administración, los oficialistas se preparan para tomar por asalto cuasi democrático todos los cargos que se disputarán el próximo junio de 2024.

Otra de las dudas que surge en relación con la sucesión presidencial es respecto a si existe la posibilidad de que se instaure un conato de Maximato moderno. Para mí, esa nunca ha sido una posibilidad.

Es natural que López Obrador consciente o inconscientemente pretenda aferrarse al poder.

Desde 1934, todos los presidentes han pretendido, de una u otra forma, perpetuarse en el poder luego de concluidos sus sexenios. Sin embargo, a todos, sin excepción alguna, los han mandado a ese Hyperuránion tópon no platónico, sino de la mexicanidad paziana que también da nombre al rancho de Andrés Manuel.

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AMLO no será la excepción.

No importa que el tabasqueño, en un acto groseramente antirepublicano, le imponga a su sucesora una ministra a modo. Ni tampoco es relevante que el lopezobradorismo haya conspirado contra el proyecto político de Sheinbaum en lo que se refiere a la sucesión en la jefatura de gobierno capitalina.

La realidad es que una vez fuera de Palacio Nacional, Andrés Manuel López Obrador y todo el lopezobradorismo quedarán fuera de las más altas esferas del poder en México.

Quizás logren replegarse dentro del partido, que es donde aún quedarán vestigios de la injerencia de AMLO y su poderío. No obstante, por su edad y por la naturaleza del tiempo, la presencia de López Obrador como líder y como figura, junto a su secta, se irán diluyendo en la nueva realidad que se sojuzgará con la toma de posesión de una nueva presidente en el país.

Para 2025, AMLO y su feligresía estarán tomando decisiones encausadas en la elección de candidaturas a alcaldías, presidencias municipales y una que otra gubernatura. Para cuando se celebre la consulta relativa a la Revocación de Mandato, el lopezobradorismo no tendrá ni los argumentos ni la osadía para retar a la nueva administración.

Y eso lo sabe. Sólo un presidente sabe a profundidad el poder que se puede detentar desde el Ejecutivo federal.

Por eso la necedad del lopezobradorismo frente a Claudia. Por eso el insulto, la altanería hipócrita y escondida.

Hoy Sheinbaum, con estoicismo y disciplina recibe las afrentas con una sonrisa. Mañana, si se llega a sentar en la Silla del Águila, quién sabe.

La pérdida del poder debe aturdir y atolondrar a la gente. Debe ser una angustia terrible que incita a tomar malas decisiones.

Se vienen tiempos fratricidas, promiscuos y azorados en temas de política.

Lo que resulta increíble es que la oposición no parece entenderlo.