Desearía que ninguna niña o adolescente aprendiera lo que las mujeres alcanzamos a entender sobre el dinero y el acceso a ciertos privilegios, como el de la vivienda propia. Pertenezco a una generación llamada “Millenial” pero en realidad, mi crítica se nota más sobre las relaciones económicas de las generaciones adultas o adultas mayores. Resulta ser que pocas mujeres de 35 años o menos gozan de una vivienda propia y gran parte de las que lo hacen, han tenido de por medio un hombre proveedor, una pareja sentimental que, por lo regular, sostienen sus gastos. A pesar de que las mujeres son las que laboran por un mayor número de horas, son también las que tienen menor acceso a créditos hipotecarios y las que tienen mayor riesgo de no poder completar su pago por causas ajenas a la voluntad, como desempleo, maternidad o violencia.

La banca no cree en las mujeres, a pesar de que ellas son las que más pagan créditos menores. Dice el Panorama Anual de Inclusión Financiera 2022 que las mujeres son las que registran menores niveles de cartera vencida, pero también dice que las mujeres son las que menos pueden acceder a créditos hipotecarios: los hombres acceden al 62% mientras que las mujeres tan solo lograron acceder al 38%. La brecha de veintidós puntos porcentuales tiene también un criterio de edad que se agrega, en la que son los hombres los que pueden acceder a créditos hipotecarios en una edad promedio de 26 años mientras que las mujeres lo logran pasados los 30.

Desearía que ninguna mujer se tomara en serio la dura lección que el sistema nos da diariamente: que son las mujeres dependientes del dinero de los hombres las que viven bien; que son las que reciben departamentos de regalo las que están más cómodas; que son las que eligieron ser complacientes y adorables las que no deben preocuparse por las cuentas al final del mes; que son las que cumplen con el estereotipo del buen cuerpo las que pueden trabajar menos de 8 horas al día; que son las mujeres que se casan las que pueden gozar de tarjetas de crédito ilimitadas y que eso es felicidad; que ninguna crea en la tentación de ser la jovencita consentida del señor maduro es una manera de subsistir; que ninguna piense que pariendo un cigoto tendrá la vida resuelta; que ninguna niña aprenda que haber nacido mujer le costará 22% más de trabajo y 5 años más de esfuerzo lograr iniciar el pago de una casa propia a diferencia de esos que nacieron varones. Ojalá que ninguna niña aprenda que el sistema premia falsamente la sumisión, coquetería y seducción de las mujeres más jóvenes utilizándoles y premiándoles pagando una renta. Que ninguna se compre el mito de que ese es el único camino.

Quisiera contar a esas niñas, aunque estén ya en cuerpos de adultas, que sin tener nada en contra de las mujeres que así lo han elegido, ese camino es riesgoso pues la dependencia económica es el primer factor de riesgo y vulnerabilidad ya que, al depender en hogar y alimento de un hombre, aquel podrá fácilmente controlar y el control es el camino fácil a la violencia. Quisiera enseñarles que salir de un hogar donde se vive violencia es mucho más difícil que trabajar más duro para lograr construir una habitación propia. Quisiera contarles a esas niñas que no es imposible ni es culpa suya por nacer mujeres, que nada malo hay en ellas, que el sistema es machista, misógino y la economía es patriarcal, pero que solamente con niñas convirtiéndose en mujeres que ocupen esos espacios podremos algún día dentro de muchas generaciones, hackear el sistema y construir una nación propia en la que ser mujer implique una casa propia tan sólo por el riesgo feminicida que es habitar en una donde hay un hombre. Pero no lo digo yo, lo dice la ONU. “El lugar más peligroso para una niña o una mujer es su hogar”, dicen los titulares. “Una mujer o una niña es asesinada por alguien de su propia familia cada 11 minutos en el mundo”, dice Naciones Unidas. “6 de cada 10 feminicidios se dan en el hogar”, afirman también. Pero en nuestro país, son los hombres los que logran un hogar propio más fácil y rápido mientras que las mujeres viven la vieja condena de atenderles y servirles con triples jornadas si es que deciden vivir con ellos.

“Las mujeres dedican 40 horas a la semana al trabajo no remunerado en comparación con las 15.9 horas a la semana que dedican los hombres. En México, las tareas del hogar y de cuidados alcanzaron un valor económico de 6.8 billones de pesos en 2021″, dice el Instituto Mexicano para la Competitividad IMCO y ni siquiera son horas dedicadas a limpiar la casa propia ni a cuidar de la propia mujer dedicada a ese hogar.

Acceder a una vida libre de violencia comienza por acceder a una casa propia. Después, por acceder a la autonomía emocional suficiente para no entregar el patrimonio personal en nombre del amor romántico.

Quisiera advertir a esas niñas que la narrativa que nos han impuesto es engañosa, que no hay como educarnos y formarnos para acceder a empleos, que es importante el dinero propio, que podemos emprender, que debemos conocer de finanzas personales, que es importante invertir y ahorrar, que es fundamental reservar nuestras finanzas para nosotras, jamás entregarlas a ninguna pareja en nombre de alguna aspiración hogareña, que podemos dar (nos) y recibir, que algún día tocará cuidar a la niña que éramos y que seremos nosotras mismas las que deberemos hacerlo. Quisiera decirles a las niñas que no solo los hombres pueden, aunque así lo digan los bancos y el sistema, los periódicos y las encuestas, los índices y las norteñas. Decirles que solo intentándolo vamos a revertir el cruento sistema económico que nos coloca en todos los espacios de desventaja, esperando que crezcamos y vayamos a gritarle en la cara lo equivocado que está y que estuvo.

La razón por la que no quisiera tener que enseñar eso a las niñas es porque contarlo implica decirles que en 8 años, el feminicidio ha incrementado en México 131.6%, implicaría tratar de explicarles con ternura que el 98% de asesinatos a mujeres por ser mujeres se quedan impunes, que son quienes dicen amarlas quienes mayormente las podrían matar y sembrar miedos nunca obtendrá noble cosecha. Quisiera no tener que contarles lo feminicida que es reservar el acceso crediticio al género que tiene el 90% de estadística entre aquel que perpetúa los crímenes. Lo absurdo de sus tarjetas rosas y listones en cada día de la mujer.

Decirles y rogarles que no entren en aquel laberinto del que costará salir, que la juventud no es eterna, que los hombres que han llegado por nuestros cuerpos se irán tan rápido como encuentren nuevos. Que los bancos y el sistema económico es motor de ansiedades, injusticias, depresiones pero que también es un proveedor de herramientas para la movilidad social y conocer sus dinámicas permitirá protegernos de abusos, más en el país en el que los bancos han tenido el derecho de cobrar la mayor cantidad de comisiones. Que amarse a sí mismas es proveerse económicamente. Que libertad es mucho más que una pensión mensual y mil sufrimientos todos los días. Que hay esperanza en elegirnos autónomas y en dejar de repetir aquello que muestra el TikTok sobre lo cómodo que es depender.

También quisiera decirles que no es su culpa rentar hasta los 40 o 50, que es justamente, la trampa del sistema. Qué son las circunstancias las que han oprimido a las mujeres en un país sin estancias infantiles gratuitas, sin seguridad social para la mayoría de las dedicadas al autoempleo, sin acceso a empleos formales, sin movilidad social, con feminización de la pobreza y con diversidad de riesgos desde el momento en que una pequeña logra acceder a estudiar. Por eso y por tanto, decir a las niñas que va antes la salud mental que el amor romántico, que va antes la mujer plena que el matrimonio y antes la seguridad económica que la maternidad. Que si alguien se los podrá explicar mejor son sus propias madres, abrazando esa realidad que tantas generaciones se compraron desde la resistencia y la compasión.