Hoy es un hecho fehaciente que Compañía Mexicana de Aviación no tiene operaciones. Pero eso no quiere decir que la empresa ya no exista, o que desapareció de la faz de la tierra. No la vemos volar, “y sin embargo, vuela”, parafraseando a Galileo, con su “Eppur si muove”. Lo que sucede es que lo hace a través bienes intangibles. Es un poco extraño, pero no imposible de explicar: las rutas y los slots pertenecientes a la primera aerolínea del país, así como los códigos compartidos, siguen usufructuándose por diferentes líneas áreas. Así ha sucedido desde que Mexicana paró operaciones, hasta nuestros días.

Sé que suena incluso fantasioso, pero es real; tan real que llevamos tres administraciones federales de diferentes partidos políticos, y ninguno le ha querido “entrar al toro por los cuernos” para poner en claro qué es lo que va a pasar con ese tema.

Pero lo que no es cuento, ni fantasía, y mucho menos está sujeta a discusión, es la historia de cómo nacieron los primeros aeropuertos del país: para eso tendremos que realizar un viaje en el tiempo, a más de 100 años.

Nuestro país ha sido pionero en la aviación. Tanto que el primer presidente del mundo que realizó un vuelo fue Francisco I. Madero, en 1911 sobre los llanos de Balbuena. Y es que precisamente en ese año se inauguró el primer aeródromo, cuyo nombre oficial fue “Aeródromo de Balbuena”, y es así como nace nuestra incipiente industria.

Compañía Mexicana de Aviación nace el 12 de julio de 1921, siendo la primera en obtener la concesión para transporte aéreo de pasajeros y correo. Como podrán imaginarse, hace 100 años el Aeropuerto de la Ciudad de México no era más que un tejabán. Por ello los dueños de la aerolínea decidieron solicitar un préstamo para la construcción de una terminal aeroportuaria con los servicios básicos, que sería el inicio de su camino para llegar a ser un Aeropuerto Internacional.

Entre los años 1928 y 1931 se construye, gracias a la iniciativa de Mexicana de Aviación, el primer aeropuerto civil en la Ciudad de México. Y gran parte de nuestro sistema aeroportuario comenzó a tener forma y estructura gracias a la aerolínea, que contribuyó a la construcción de muchos de ellos. Pensémoslo así, eran espacios necesarios para la línea aérea, en todos sus destinos en el país.

Por eso la historia de la aviación nacional está ligada a esta línea aérea, que se sigue resistiendo a morir. El propio Salvador Novo en su libro “Historia de la Aviación en México” (1974) narra que los aviones de la naciente aerolínea ni siquiera aterrizaban en los campos petroleros en Tampico, sino que sólo sobrevolaban el área y a cierta altura dejaban caer los sacos cargados de monedas. Cuatro años después de nacida Compañía Mexicana de Aviación, ésta inauguró el correo aéreo con el vuelo México - Tuxpan - Tampico, acontecimiento del que dieron cuenta los diarios de circulación nacional.

En efecto, Tampico fue la primera ruta de Mexicana de Aviación; también se convirtió en una compañía innovadora al tener el primer vuelo “tecolote”, esto es, los vuelos que se realizan durante la madrugada. Fue la primera línea aérea en tener un vuelo internacional: México-Tuxpan-Tampico-Brownsville, con el primero de cinco aviones Ford Trimotor, para trece pasajeros; este vuelo ya llevaba un sobrecargo.

Fue la primera aerolínea en tener servicio de carga, ya no solo correo; y fue la primera en ofrecer el servicio de “Viaje Todo Pagado”, mejor conocido como VTP, que incluía el boleto de avión, el traslado al hotel, y la estancia en el mismo, para disfrutar vacaciones en familia. Mexicana fue la primera línea aérea en tener un servicio especial para los pasajeros radicados en Estados Unidos, pasaje conocido como “étnico”; Mexicana fue la primer empresa en ofrecerles vuelos durante la madrugada, más baratos para venir al país que los vio nacer.

Fue pionera además, ya en pleno siglo XXI, en el abordaje digital y la documentación exprés. Pero no sólo eso, también contribuyó a la formación y especialización del personal que hoy conocemos como controladores aéreos. Gracias a Mexicana de Aviación y sus primeros años de aviación comercial, se establecieron los servicios de Meteorología, Control de Tráfico Aéreo y operación de las Torres de Control, funciones que hoy recaen en el Servicios a la Navegación en el Espacio Aéreo Mexicano, Oficinas Generales (SENEAM).

La aportación ha sido inmensa dentro de la industria aeronáutica, como podemos observar, sentando las bases de la industria nacional, que hoy los usuarios utilizan: ya sean los aeropuertos, así como las rutas que usan diferentes aerolíneas. Sus aviones ya no surcan los cielos, pero sus trabajadores, los que portamos con orgullo y entereza su escudo, nos sentimos honrados cuando vemos cómo en el imaginario social se recuerda bien y con añoranza la calidad y calidez del servicio que ofrecíamos.

Un deseo personal, que ya más bien parece utopía, es que el Gobierno Federal tomara las riendas de la concesión, y ya de plano ejecutara la sentencia de quiebra que se encuentra declarada, pero sin ejecutar. O que la rescatase, no para salvar a los empresarios y dueños del capital, sino a sus trabajadores que llevamos más de 12 años esperando justicia.

Lo digo con plena convicción, nos urge tener una aerolínea bandera, fuerte y que sea de todos los mexicanos. No merecemos seguir en este limbo que se asemeja cada vez más al de la “Divina Comedia”, del poeta Dante Alighieri.

Y ya que estamos hablando de poetas, les recomiendo adquieran el libro “La Historia de la Aviación en México” escrito por Salvador Novo, por encomienda de Mexicana de Aviación, para celebrar sus primeros 50 años de existencia. Este maravilloso libro comienza por “Las Bodas de Oro”, así lo relata el poeta, ensayista, dramaturgo e historiador mexicano, miembro del grupo “Los Contemporáneos”, y de la Academia Mexicana de la Lengua.

Hoy, a 50 años de distancia de la publicación de este libro, la tolerancia ha ido ganando terreno, pero en 1974, Salvador Novo decía de sí mismo que era “el homosexual belicosamente reconocido y asumido en épocas de afirmación despiadada del machismo”. Una joya literaria que me inspira a decir, mientras se me enchina la piel: La primera, siempre será la primera.