“Como ya no somos primates, afirme alguna vez, el cambio no vendrá por obra de la evolución sino de la educación”, Ignacio Chávez.
Causa cierta extrañeza los calificativos ideológicos que le imponen a la presidenta Sheinbaum los grupos e influencers radicales: por una parte, la ultraderecha muy activa en la red social “X”, siempre con malos deseos y vibras, la concibe como una comunista irredenta; por otra parte, organizaciones como la CNTE la califican como una presidenta aliada a los intereses del capital y particularmente, del capital financiero. Estos últimos afirman, casi victimizándose: “menos se puede esperar ética de quienes llegan a la conducción del ejecutivo cuando se suman a contener… Las luchas que buscan transformar radicalmente las relaciones sociales de producción de un Estado capitalista” (Colectivo del Periódico el Zenzonte, Jornada de Oriente). En esencia para la CNTE, Claudia Sheinbaum es una enemiga de la revolución.
Otros comentocratas, cínicos, añoran el pasado reciente de canonjías y privilegios que fue desechado masivamente por el voto popular. Pueden hacer girar una y otra vez su cacumen, lo cierto es que el proyecto de transformación política que ahora impera se dio a través de un proceso democrático, enalteciendo a la vía pacífica como una opción para el cambio.
¿Cuál será la ideología actual de la presidenta Claudia Sheinbaum? Utilizo la palabra actual porque la presidenta tiene una larga trayectoria política, desde su juventud en la UNAM. Seguramente a lo largo de estos años ha habido giros relevantes que serían muy interesante conocerlos. Ojalá y algún día escriba sobre los episodios trascendentes de su vida intelectual. Por lo pronto quedémonos con este pronunciamiento: “Vamos a ampliar el acceso a los derechos del pueblo de México; a la educación, la salud, la vivienda, la cultura, vamos a seguir construyendo un verdadero Estado de Bienestar”. La ideología de izquierda, luego entonces, para Claudia debe tener como soporte el “garantizar los mínimos derechos a todos los habitantes (del país). (La Nación, 3 de junio de 2024).
Si se quisieran encontrar los posibles puntos de inflexión ideológica de la presidenta Sheinbaum, seguramente, uno se derivaría de su militancia en el PRD. Ese partido se constituyó como una fuerza política integrada por corrientes divergentes: algunos concebían que era posible imponer la dictadura del proletariado; otros, soñaban con erigir un Estado socialista y los más - menos radicales - concebían que era posible constituir un Estado de bienestar; siendo, entonces, la erradicación de la pobreza el puntal nodal de esta transformación, sin importar si se esté o no en un régimen capitalista. Esta último concepción fue la que terminó imponiéndose: el consenso fue luchar contra la degradación de las condiciones de vida de millones de mexicanos. Este anhelo se convirtió en el plan de gobierno del presidente López Obrador y es el que ratifica la presidenta Sheinbaum, ahora siendo miembros de Morena.
La ruptura de la presidenta Sheinbaum con Carlos Imaz fue trascendente, porque significó una ruptura con un grupo, otrora radical, pervertido por la corrupción. La guía de ese grupo era Rosario Robles que había sido seducida por el poder, el dinero y desde luego, por Carlos Ahumada. En su libro “Las amantes del poder” Sanjuana Martínez muestra el fragmento de una carta que le escribe Rosario a Ahumada que revelan subyugación, sometimiento y hasta pérdida de voluntad:
“Llegaste tú y contigo llegó otra vez a mis manos la magia, llegaron también las maripositas en el estómago y las luciérnagas que inundaron con su luz nuestro amor. Contigo he vuelto a ser mujer plena, llena, radiante de amor”.



La trama amorosa hubiera sido digna de Dumas o de Flaubert: esa seducción - se cree - fue la que posibilitó idear una trampa maquinada según algunos por Carlos Salinas de Gortari y por Diego Fernández de Cevallos contra López Obrador. La red de influencias dentro del PRD de Rosario - se presume - fue la que acercó a Bejarano y al propio Imaz a la maldita tentación del dinero, sin que pudiera existir justificación alguna, aun cuando se utilizaran las bolsas repletas de dinero para financiar campañas políticas y no para fines personales.
El guion de una mujer sumisa, sin embargo, se va a la deriva por lo que narra Ahumada y que muestra a una mujer ambiciosa, pues es él quien la acerca con el poderoso Salinas:
“Salinas le mostró su biblioteca a Rosario. Había condecoraciones y fotografías, entre otros recuerdos. Cuando llegamos a la vitrina donde conserva sus bandas presidenciales, Rosario le comentó que debía ser un gran honor y un orgullo portar la banda presidencial. Salinas inmediatamente tomó una escalerita para subir a abrir la vitrina y sacó una de las bandas presidenciales. Yo creía que nos la quería mostrar, y en efecto así lo hizo, pero no fue sólo eso, sino que la tomó y se la puso a Rosario cruzándole el pecho y le dijo: Te luce muy bien” (Carlos Ahumada, Derecho de Réplica).
De ser cierto lo que narra Ahumada, a partir de ese momento Rosario tuvo la quimera de ser la primera presidenta de México. Tiempo después ya en el PRI y como secretaria de desarrollo social durante el extraviado gobierno de Enrique Peña Nieto hubo un desvío de más de 5 mil millones de pesos destinado a los pobres, utilizando como intermediarios para el movimiento del dinero a las universidades públicas. La justicia la exoneró de la estafa maestra pero la sospecha razonada nunca se va a extinguir. La Cruzada Nacional contra el Hambre que ella encabezó, así, fue un verdadero fiasco.
Después de la exoneración, Robles se ha dedicado a criticar a la presidenta Sheinbaum, sin ningún límite y sin ningún atisbo de vergüenza ante su pasado plagado de deshonestidad y de corrupción. Su feminismo es hipócrita porque duda de la capacidad y del talento de una mujer para conducir el destino del país. Insiste en el yugo patriarcal que tiene López Obrador sobre la presidenta y parecen gustarle los actos de desestabilización y de provocación de la CNTE. ¿Qué tan válido es estar a favor por razones políticas de una organización que se ha convertido en un grupo de choque y de presión política, que es ajeno a la genuina causa de mejora económica del magisterio y que atenta contra el porvenir de miles (tal vez de millones) de niños y jóvenes que se quedan sin clases, incumpliéndose con los planes de estudio?
¿Qué enseñarán esos maestros? ¿Concebirán como lo pensaba Rosario Robles cuando era líder de la Organización de Izquierda Revolucionaria-Línea de Masas, que los centros de enseñanza deben servir para adoctrinar a las futuras generaciones?
Para ser honestos, no sólo fueron los grupos radicales, sino la conjunción de diferentes corrientes de izquierda las que han desvirtuado el sentido de la enseñanza de las universidades y en forma particular, en la UNAM. El plan de estudios de 1974 de la Facultad de Economía de la UNAM, por ejemplo, desvinculó a varias generaciones de esa escuela del mercado de trabajo y de los verdaderos requerimientos intelectuales en la materia que exigía la construcción del país. La articulación con la realidad siempre será necesaria, así lo hicieron los chinos cuando rechazaron la línea maoísta en 1976 y realizaron un conjunto de reformas económicas y políticas que han alentado progresivamente a una economía de mercado; de modo que desde 1976 el sustento ideológico real de la entonces joven Rosario fue echado por la borda.
El expresidente López Obrador también mostró su sesgo ideológico, cuando declaró que la Facultad Economía se había sometido al proyecto neoliberal, desestimando su necesaria enseñanza. Debe decirse que cualquier formación como economista sería incompleta si no se estudiasen las diferentes teorías económicas que posibilitan contar con una visión crítica y constructiva, entre ellas: la clásica, la marxista, la neoclásica, la marginalista, la keynesiana, la del bienestar, la neoliberal, la neokeynesiana y demás opciones teóricas. Lo máximo sería generar un pensamiento económico propio y desarrollar una síntesis pragmática que posibilite encontrar las mejores medidas y acciones que debe tener el país para su desarrollo progresivo y sustentable; eso sólo se puede dar con la amplitud del conocimiento.
¿Qué pensará Claudia Sheinbaum con respecto a la educación en general y en particular, respecto a la educación universitaria? Probablemente este haya sido el primer parteaguas de Sheinbaum con sus compañeros de izquierda. Algunos de sus biógrafos señalan que durante el CEU de 1986, si bien dirigió asambleas y participó en congresos, su papel en el movimiento fue limitado o se fue limitando. Lo que se sabe es lo que ha dicho casi infatigablemente: que cree en el derecho a la educación y en su gratuidad y en la ingente necesidad de construir más centros de enseñanza y universidades.
No se conoce con certeza lo que piensa Sheinbaum en cuanto a la orientación que deben tener los planes de estudio, sobre todo, en las universidades y si estos deben ser distantes a cualquier adoctrinamiento. Tendría mucho de qué hablar y sería muy valioso. Sobre este tema en específico me quedo con las palabras reveladoras del exrector Ignacio Chávez, que con toda franqueza cuestionó a la obnubilación ideológica que se vivía en los años sesenta y setenta del siglo pasado y que parece ahora reproducir la CNTE:
“Lenin, hablando de la juventud universitaria… Dijo: lo que la revolución exige de ustedes (es) ¡aprender! ... ¿Pero aprender qué? ¿Lo que nosotros repetimos en nuestros folletos de propaganda?... No, eso sería formar una generación de loros. Lo que ustedes necesitan aprender es todo lo que ha acumulado de ciencia y de técnica el viejo mundo capitalista para asimilarlo y ponerlo al servicio del pueblo y con eso dignificar un mundo nuevo” (Revista de la Universidad Michoacana, número 5, septiembre de 1973).
Luego en un discurso memorable, cuando se le otorgó la medalla Belisario Domínguez, el eminente científico habló sobre “la necesidad de que crezcan las universidades en la medida que crezcan el país y sus urgencias de científicos y técnicos”; también hizo referencia a la necesidad de abrir escuelas “técnicas diversificadas en consonancia con las regiones del país y sus demandas”. No hubo premonición, sólo un diagnóstico correcto para afrontar retos y alcanzar un mejor porvenir: masificar, sí, pero sin dejar de tener empeño en la calidad de la educación para mejor servir al pueblo y a la nación. Esto, me parece, lo tiene claro la presidenta de la república.
Hay claras diferencias entre Claudia Sheinbaum y Rosario Robles, una de sus principales detractoras. Nuestra presidenta se ha movido dentro de una línea ascendente, alejada de todo dogmatismo y convencida de que las profundas transformaciones se pueden lograr por la vía democrática y en forma pacífica, construyendo progresivamente un Estado de bienestar. La historia política de Robles ha sido degradante, sujeta a intereses obscuros como consecuencia de su ambición personal; su pasión ha sido el dinero público. Y que hablar de estilos, a Claudia la ha dignificado su modestia; Rosario hace tiempo abandonó lo que quería representar, refugiándose en el dispendio y la banalidad. Dejó, sí, sus huipiles y huaraches por ropa y zapatos de marca; todo muy caro y fino. Cuauhtémoc Cárdenas se lo hizo saber, pero no le interesó, su visión era ser más que él; tal vez desde esa época, es decir, antes de la confabulación con Salinas, soñaba con ser la primera presidenta de México.