En agosto, el presidente de Estados Unidos firmó la Ley CHIPS, que incluye apoyos y subsidios por 53 mil millones de dólares para impulsar la industria nacional de semiconductores. El Departamento de Comercio de Estados Unidos anunció, hace unos días, nuevas restricciones severas a las ventas de semiconductores avanzados y otros productos de alta tecnología de Estados Unidos a China. El impacto de estas medidas en los servicios militares y de inteligencia chinos puede ser mayor. Las tensiones chino-estadounidenses se recrudecen. Podría ser el inicio de una guerra económica por la tecnología, con graves consecuencias para todos.

Los semiconductores son el corazón de la economía del siglo XXI. Sin microchips no hay nada, ni teléfonos inteligentes, ni autos, ni redes de comunicación, ni automatización, ni inteligencia artificial. Por eso, quien controla el diseño, la fabricación y las cadenas de valor de estos componentes, controla el futuro. Los países más poderosos serán aquellos que dominen la economía, la tecnología y la diplomacia.

Chris Miller, profesor de la Escuela de Derecho y Diplomacia Fletcher de la Universidad de Tufts, publicó recientemente su libro “Chip War: The Fight for the World’s Most Critical Technology”. Ahí describe las causas de la gran batalla por los semiconductores. Relata la historia científica, económica y política de los chips de computadora. De acuerdo con Miller, “la Segunda Guerra Mundial se decidió por el acero y el aluminio; y poco después siguió la Guerra Fría, que se definió por las armas atómicas”. Y añade: “La próxima era de rivalidades internacionales será tecnológica, tiene que ver con el poder de la computación, el poder de producir semiconductores de última generación”.

Como buen historiador económico, Chris Miller examina la manera en que el aumento o disminución en la producción de procesadores y las cadenas de suministro globales, tienen graves implicaciones para la seguridad nacional de Estados Unidos. El poder global de los chips de silicio deriva de que alimentan todo, desde automóviles y juguetes hasta teléfonos y armas nucleares. Lo más interesante del libro “Chip War” es el relato sobre las enormes implicaciones geopolíticas de esto. Concluye que la industria de los chips ahora determina tanto la estructura de la economía global como el equilibrio del poder.

La Guerra del Golfo Pérsico, de 1990, se convirtió en el momento crucial para comprender el papel que jugarían los microchips en el campo de batalla, especialmente con los misiles guiados. La evolución fue muy rápida y se dio una integración de sensores para los tomadores de decisiones, tecnologías de comunicación y sistemas de armamento. Todo dependía de los chips. Lo que importaba era la integración: poder de cómputo, memoria y ancho de banda de comunicación. Se trataba de la capacidad de integrar los chips, transferir información entre ellos y hacer que funcionaran juntos. Y todo eso requería semiconductores avanzados en cada etapa del proceso.

Las historias que Miller cuenta en su libro son fascinantes:

 En 1955, William Shockley abrió “Shockley Semiconductor” en Mountain View, California, en parte para estar cerca de su anciana madre, que vivía en Palo Alto. Esa es una de las razones por las que el inicio de los semiconductores se da en el Área de la Bahía de San Francisco.

 En 1957, ocho ingenieros, conocidos como los “ocho traidores”, dejaron “Shockley Semiconductor” para fundar “Fairchild Semiconductor”. Ahí inicia la extraordinaria historia del Silicon Valley. Bob Noyce, inventor del microchip, y Gordon Moore fundaron Intel.

 Miller describe la forma en que los intercambios furtivos de investigación de semiconductores entre Moscú y Stanford, en la década de 1960, crearon una dimensión de la carrera armamentista de la Guerra Fría. Juegos de espías apasionantes, en donde los ingenieros neoyorquinos comunistas Alfred Sarant y Joel Barr se unieron a la red de espionaje de Julius Rosenberg. Ellos fueron los que ayudaron a la Unión Soviética a construir su industria informática.

 El 19 de abril de 1965, apareció en la revista “Electronics” un artículo de Gordon E. Moore. Su análisis es el que más influencia ha tenido en la historia de los chips: “Insertar más componentes en los circuitos integrados”. Se convirtió en la predicción del futuro de la informática. La “Ley de Moore” era que la cantidad de transistores que un ingeniero podría meter en un chip de silicio se duplicaría cada dos años. ¡Y se ha cumplido!

 En esa época, Europa no comprendía la importancia de los transistores. Miller cuenta la historia del presidente francés Charles de Gaulle olfateando una radio de transistores, un regalo de Hayato Ikeda, el primer ministro de Japón, en 1962. De Gaulle aparentemente encontró la radio como un artilugio de mal gusto para la pequeña burguesía.

 Más tarde, fueron los Países Bajos los que hicieron que Europa lograra su propio avance en la ingeniería de chips, con la invención de la litografía ultravioleta extrema (EUV), una tecnología increíblemente precisa que continuó reduciendo los transistores. Una empresa holandesa, ASML, ahora domina el 100 por ciento del mercado de EUV, sin el cual no se pueden construir chips de última generación. Hoy cada máquina EUV cuesta 100 millones de dólares, lo que la convierte en la herramienta de producción masiva más cara de la historia.

 La historia de Akio Morita, el cofundador de Sony, es fascinante. Era el heredero de una destilería de sake en la decimoquinta generación, y se negó a capitanear la decimosexta. En cambio, se dedicó por completo a los transistores en la década de 1950 y construyó la compañía a la que se le atribuye la reactivación de la economía japonesa después de la guerra.

 Miller cuenta la historia de cómo China ha intentado construir su propia industria nacional de semiconductores. Ha intentado construir un “campeón nacional”, contratando muchos doctores extranjeros y otorgando grandes exenciones fiscales. También ha comprado entidades extranjeras existentes. Analiza a Xi Jinping, quien, desde el principio, desafió la creencia occidental de que Internet difundiría los valores democráticos. Ahora ha creado una Internet autoritaria. China produce el 15 por ciento de los chips de silicio del mundo, según las estadísticas de Miller, una porción relativamente pequeña del pastel. Japón produce el 17 por ciento y Taiwán el 41 por ciento.

Chip A10 de Apple.

Pero la historia más interesante del libro es la de Taiwán, que está en la cumbre de los chips de silicio. Y el personaje clave es un hombre de 91 años, Morris Chang, fundador de Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC). Chang estudió en Harvard, MIT y Stanford. En 1958 trabajó en Texas Instruments y se propuso mejorar la maquinaria de fabricación de chips. La empresa no lo retuvo. En la década de 1980, por invitación del gobierno taiwanés, Chang estableció TSMC sólo como un conjunto de fábricas de chips para otras compañías, sin productos electrónicos terminados. De esa manera, TSMC podría concentrarse en aumentar la eficiencia en las fábricas, mientras trabajaba con todos los diseñadores de chips más grandes, particularmente Apple.

TSMC produce alrededor del 85% del suministro mundial de los chips más delgados y avanzados, del tipo que alimentan los teléfonos inteligentes y otros dispositivos. El dominio de Taiwán en la fabricación de chips se debe a la previsión. Es un extraordinario ejemplo de pensamiento estratégico en la formulación de políticas públicas. El exministro de economía, K.T. Li, previó que albergar plantas de ensamblaje para empresas estadounidenses podría reducir el riesgo de agresión desde China continental. Taiwán ofreció costos laborales mucho más bajos y un entorno comercial sencillo. La primera instalación de ensamblaje de chips, propiedad de Texas Instruments, se inauguró en Taiwán en 1969. Otra fue operada por Morris Chang.

En ese momento, la mayoría de las principales empresas de chips diseñaban y fabricaban sus propios chips. Chang se dio cuenta de que esto se volvería insostenible porque los transistores más pequeños iban a requerir herramientas de fabricación mucho más caras. Tanto Li como Chang demostraron que su visión era la correcta.

TSMC construyó una “gran alianza” de empresas que diseñan chips, fabrican componentes y venden propiedad intelectual. Chang quería que su empresa fuera el principal fabricante de los chips de los iPhone de Apple, cuyo contrato pertenecía a Samsung. Y lo logró. Los destinos de Apple y TSMC se han entrelazado inextricablemente desde la llegada del iPhone. Lo interesante es que TSMC ahora tiene varias empresas chinas importantes, incluidas Huawei, Tencent y Alibaba, entre sus principales clientes, así como Apple y Amazon.

Puedo estar exagerando, pero creo que ningún producto ha jugado un papel tan destacado en la configuración de la economía mundial y el equilibrio del poder militar como los semiconductores. Es una industria de 600 mil millones de dólares. Está en el centro de la confrontación entre Estados Unidos y China. Todos nos veríamos afectados. Dependemos mucho de muy pocas empresas.

Miller nos dice en su libro que el debilitamiento del liderazgo de los Estados Unidos en el sector de los chips, así como las catástrofes naturales y la pandemia han dejado al descubierto la fragilidad de la cadena de suministro mundial. China ha resentido el control estadounidense sobre las cadenas de suministro y lo considera como una amenaza para su seguridad nacional. Sin embargo, algo que nos recuerda Miller en su libro, y tiene toda la razón, es que los puntos de estrangulamiento no duran infinitamente.

La dependencia del mundo de una sola isla, cuya soberanía es disputada por las dos superpotencias económicas, genera ansiedad. Todo esto nos tiene que poner a pensar. ¿Será cierta la tesis de que Estados Unidos y China, o China y Taiwán, nunca podrían enfrentarse en un conflicto porque sería demasiado costoso hacerlo? No lo sabemos. El liderazgo chino no está preocupado sólo por maximizar su PIB, sino también por sus objetivos políticos.

Twitter: @javier_trevino