La rentabilidad sigue siendo uno de los ejes centrales para las empresas, sin embargo, es necesario recordar que también hay una dimensión ética y social que no puede quedar fuera de la ecuación. El impacto que generamos en las comunidades donde operamos nunca debe quedar de lado.
Y es que las empresas no existen en el vacío. Generan empleos, mueven economías locales, construyen relaciones con proveedores y clientes, pero también influyen, de forma directa o indirecta, en el tejido social. Por ello, más allá de ser entes generadores de valor económico, tienen una responsabilidad con las personas que hacen posible su operación y con el entorno donde se desarrollan. No se trata solo de retribuir, sino de contribuir activamente al bienestar colectivo desde nuestras capacidades y fortalezas.
Algunas organizaciones optan por construir fundaciones empresariales que les permiten ordenar, institucionalizar y transparentar sus acciones de responsabilidad social. Otras, en cambio, canalizan sus esfuerzos apoyando a fundaciones ya existentes con las que comparten valores y objetivos. Ambas rutas son valiosas, legítimas y necesarias. Lo importante es no quedarse al margen.
En Traxión, decidimos crear nuestra fundación a finales de 2020 con un objetivo muy claro: contribuir de manera estructurada al desarrollo social. Al analizar nuestras capacidades, infraestructura y vocación, definimos tres ejes de acción que nos permiten aportar valor real.
Con el eje de movilidad social, buscamos reducir barreras de acceso a la educación, especialmente en comunidades marginadas, convencidos de que la educación transforma realidades. A través del programa de apoyo logístico y de transporte, ponemos nuestras unidades al servicio de instituciones que impulsan causas sociales, para que la ayuda llegue a donde realmente se necesita y para que la movilidad no sea un obstáculo para quienes brindan atención o reciben apoyo. Finalmente, mediante el voluntariado corporativo, canalizamos la fuerza de miles de colaboradores que donan su tiempo, talento y energía para dejar huella en su entorno, ya sea a través de actividades ambientales, sociales o educativas.
Con estos pilares, buscamos poner nuestros recursos —materiales y humanos— al servicio de quienes más lo necesitan. Pero no se trata solo de lo que una empresa puede hacer por su cuenta. Uno de los aprendizajes más importantes en este camino ha sido entender el poder de las alianzas. Cuando las empresas se suman a causas comunes y colaboran con organizaciones de la sociedad civil, los impactos se multiplican. Las fundaciones, grandes o pequeñas, necesitan recursos, visibilidad y colaboración para llevar a cabo su labor. Y ahí es donde el sector privado tiene una oportunidad invaluable de marcar la diferencia.
Elegir una causa no debe ser un acto cosmético ni una estrategia de marketing. Debe ser una decisión ética, basada en la convicción de que el éxito de una empresa también se mide por su capacidad de contribuir al bienestar de su entorno. Hay tantas formas de ayudar como realidades por atender. Lo importante es actuar.
La responsabilidad social no es un accesorio del negocio. Es parte de su razón de ser en un mundo interconectado y desafiante. Desde donde estemos, con los recursos que tengamos, todas las empresas podemos y debemos ser agentes de cambio.