Debe haber un amplio espacio de generosidad para conceder que hay que esperar para juzgar al nuevo Poder Judicial Federal. Es fácil asumir que las personas que integrarán el nuevo órgano jurisdiccional superarán a quienes suceden, especialmente si se ha convalidado la calumnia del presidente López Obrador sobre los integrantes de la Corte y del conjunto del tribunal. No es un tema de cómo se llegó al cargo, sino de perfiles y, sobre todo, de reglas e inercias. Se procedió a defenestrar a lo mejor del Poder Judicial en aras de candidatos, no todos, indefendibles.

La elección fue deficiente y un engaño en dos sentidos. Primero, su objetivo fue apoderarse del Poder Judicial Federal, no de mejorar la justicia. Segundo, una farsa de elección popular. No sólo el ridículo de la muy baja participación, todo el proceso electoral fue un rosario de decisiones para imponer los intereses del régimen sobre una supuesta voluntad popular. Los ciudadanos fueron marginales. Algunos pocos participamos con autenticidad; la mayoría por inducción, como quedó claro en el escándalo de los acordeones, promovido por las autoridades y consentido por el INE, hasta última hora calificado como práctica fraudulenta. Los acordeones tienen autor y destino: el régimen y subvertir la voluntad mayoritaria.

El INE hizo su trabajo. Mi testimonio: un centro de votación desairado en una colonia de clase media popular en Mérida, Yuc., Las Américas, con autoridades de casilla preparadas y con poco ánimo. Los contados votantes, ciudadanos movidos por un opinable sentido de responsabilidad, como el que esto escribe. No se trata de la jornada electoral, sino de la degradación de todo el proceso, incluyendo el procedimiento de escrutinio y generación de resultados que excluye la transparencia, la participación ciudadana en el conteo de votos y la oportunidad en la difusión de los resultados el mismo día de la elección. El INE hizo lo que pudo y bien; inexplicable que el régimen ni siquiera apostara por un proceso a la altura de los precedentes; seguramente porque la farsa no fue un accidente, sino diseño. Explicable que las autoridades federales en voz de su presidenta eleven la voz para calificar como exitoso el ejercicio y pase a ridiculizar a la oposición, como si esa fuera el enemigo a desacreditar y lo es para una autocracia. Efectivamente, fue una elección exitosa para sus intereses, no para los del país, menos para la democracia electoral mexicana. Nada qué presumir.

Larga espera para saber lo que todos anticipan, ganarán los de casa, no la de todos sino la del régimen, particularmente para los cargos que realmente importan. La Corte producto de la elección del acordeón; las boletas numerosas e indescifrables para los votantes. Para celebrar el escrúpulo de algunos afines al régimen por calificar como fracaso la experiencia y llamar a una reforma urgente para que el ridículo no se repita. Son los menos, pero importan, porque no puede prevalecer como código de pertenencia al proyecto prescindir de un elemental sentido de respeto y dignidad, no se diga de principios o valores.

Para el régimen la participación ciudadana no importa, es irrelevante. Habrá de recordarse que con López Obrador en el poder se inauguró en una consulta popular sobre el hub aeroportuario del Valle de México de Texcoco, en la que se decidió el futuro no tanto de la aviación comercial como del sentido de responsabilidad en el ejercicio del poder. Al igual que esa elección, en la que participó 1% de los ciudadanos, el mensaje es el mismo: “el poder soy yo”, “tengan para que aprendan”. La supuesta voluntad popular no llega ni siquiera a simulación.

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Andrés Manuel López Obrador debe estar muy satisfecho con los acontecimientos, a la medida de sus pulsiones, pasiones y enconos. La presidenta Sheinbaum ha honrado a plenitud su compromiso con él. La justicia es lo de menos, importa el poder, y qué mejor que prescindir de la legalidad o más bien, erigir una constitucionalidad a modo del poder presidencial y del partido en el poder. El problema es lo que sucede en la base. El envilecimiento de la justicia abre la puerta a los peores demonios de la sociedad: la justicia por propia mano o el garrote y el despojo disfrazado de legalidad, particularmente cuando los jueces quedan expuestos a los intereses con poder de intimidación o de corrupción.

La elección del acordeón está a la altura de la visión de justicia de quienes ahora deciden y se imponen.