Dos eventos han sacudido recientemente a la opinión pública nacional: la propuesta de Reforma Eléctrica presentada por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a la Cámara de Diputados y la imagen de Emilio Lozoya cenando plácidamente en un restaurante de lujo en restaurant chino en las Lomas de Chapultepec, en la Ciudad de México.

En el primer asunto, la propuesta ha causado polémica ante el intento de AMLO de reformar la constitución. ¿De qué está hecho nuestro texto fundamental que cualquier presidente, con un pacto político y con un puñado de alianzas en el Congreso de la Unión y en las legislaturas estatales puede reformar la constitución a su antojo?

A lo largo de la historia de la Constitución de 1917, ésta ha sido reformada más de 700 veces, lo que la hace un texto obsoleto, y sobre todo, vulnerable a los deseos del presidente en turno. ¿Qué ha quedado de la primera Constitución social del siglo XX? Nada. Esta ley fundamental ha transitado del nacionalismo revolucionario al neoliberalismo, luego de vuelta a los principios de 1917, de nuevo al neoliberalismo, y ahora, de vuelta a los conceptos desfasados del periodo post revolucionario.

¿Por qué nuestra Constitución no puede emular a la carta magna estadounidense con sus inalterables enmiendas, o a la Ley fundamental alemana, o a la Constitución española de 1978, o a la Constitución de la Quinta República Francesa? ¿Por qué nuestro texto fundamental es tan frágilmente manipulable que cualquier jefe de Estado, en el vaivén de los aconteceres políticos del momento, puede reformarla como si se tratase ya no de una ley federal, sino de un decreto municipal?

Algunos argumentarán que las reformas al texto constitucional derivan de las necesidades del Estado en el momento, y que la Carta Magna debe ser reformada cuantas veces resulte necesario para beneficiar el interés general. Debatible. Sin embargo, sí que considero que estas constantes reformas constitucionales, que varían de sexenio en sexenio, deben enloquecer a cualquier abogado constitucionalista, a la vez que trastornan la interpretación que de ellas ha hecho la Suprema Corte de Justicia de la Nación a lo largo de nuestra historia constitucional.

Ahora, nuevamente, al igual que lo hizo él mismo, Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón, AMLO buscará nuevamente reformar la letra constitucional. En esta ocasión, para infortunio del país, se tratará de una cambio que buscará rescatar – en palabras del propio presidente AMLO- la visión de Estado del presidente Lázaro Cárdenas; un presidente que, como bien apunta Ricardo Anaya en su último vídeo colgado en sus redes sociales, gobernó hace 90 años.

En suma, la Constitución mexicana difícilmente puede llamarse un texto constitutivo. Se ha convertido, por el contrario, en un instrumento maleable al servicio del presidente en turno y de su agenda política.

José Miguel Calderón en Twitter: @JosMiguelCalde4