En el mundo aeronáutico, es recurrente afirmar que “el volar”, con el paso de los años, se convierte en una adicción. Les voy a contar una pequeña historia: recién me estrenaba como sobrecargo al servicio de la Compañía Mexicana de Aviación, en uno de mis primeros vuelos pude observar un fenómeno que después me envolvió.

El trabajo a bordo de un avión, tanto para pilotos o como para la tripulación de cabina, es altamente satisfactorio. ¿A qué me refiero? es un trabajo que “inicia y termina” en cada jornada, es decir, esta profesión jamás permite dejar “pendientes”, pues siempre tiene una apertura y un cierre. Y eso mis estimados lectores, genera una enorme sensación de satisfacción.

En otros trabajos es casi normal acumular cosas sin resolver, trabajos, entregas, etc… pero no en la aviación, y menos en el trabajo a bordo de una aeronave. Pero no es la única diferencia. En otros trabajos es muy sencillo llamar a familiares, amigos, conocidos durante un día normal de trabajo… mandarles un mensaje de texto, o compartir con ellos algo que nos encontramos en las redes sociales, y por supuesto preguntar cómo va el día en casa. Esto no sucede en la aviación, todos los problemas que tengas en el hogar se quedan en tierra, y si te toca una pernocta de varios días, no será hasta el regreso que retomarás todos los asuntos pendientes.

En la mayoría de los trabajos, te tocará trabajar “en el mismo lugar, y con la misma gente” -parafraseando al divo de Juárez-, pero ese es otro ingrediente que marca la diferencia con la aviación. No trabajar siempre con el mismo personal, esto es, no le ves la cara a los mismos empleados todos los días, por la naturaleza misma del trabajo. Siempre vuelas con gente diferente, a veces coincides con quienes simpatizas, otras veces volamos con alguien que nos cae mal, pero sabemos que pueden pasar ocho meses o más sin que nos volvamos a ver, hasta que nos asignen un vuelo juntos; esta condición hace que los lazos de compañerismo y empatía se establezcan de manera diferente al trabajo en tierra.

Las pernoctas tienen la “magia” de borrar los problemas que tengas, aunque sea temporalmente. Durante ese lapso de descanso puedes dejar de pensar en ellos, pues creas una burbuja muy poderosa, mientras paseas por las calles, tomando fotografías, conociendo gastronomía, lugares históricos, y sobre todo, sonriendo porque en ese momento las endorfinas, serotoninas, dopaminas y oxitocinas hacen su trabajo, mantenerte feliz.

Este ciclo crea en las tripulaciones una adicción a volar. Cuando lamentablemente suceden casos como los de Mexicana de Aviación o de Interjet, que de un día para otro paran operaciones sin pedir el parecer de los tripulantes, el sentimiento de incertidumbre y orfandad llega y pega “con tubo”.

Por eso las tripulaciones siempre buscan regresar a volar, sin importar las condiciones laborales o lo que tengan que padecer para poder estar en una aerolínea, reviviendo la sensación tan placentera de volar, de pertenecer, de servir, de viajar, de vivir.

Situémonos por un momento en 1997. Acabábamos de entrar a volar a Mexicana de Aviación los miembros de la generación 1997/1998. En ese entonces las compañeras que estaban cerca a jubilarse trataron de convencernos -a más de quinientos jóvenes entre 18 y 24 años de edad-, de votar a favor la propuesta de “alargar” los años trabajados para merecer la jubilación.

¡Vaya dilema! En un lado estaba una fuerza laboral que se sentía fuerte y con la convicción de que podían seguir dando un servicio de excelencia comprometido con la calidad y calidez. Por el otro, estábamos un grupo de “escuincles” que quería comerse el mundo a puños, pues nos quedaba chico. Reconozco que muchas veces en pernocta o estando de reserva, los “nuevos” platicamos y siempre llegábamos a la misma frase, tan escueta como lapidaria: “ya que se vayan”, y es que en nuestra mente aparecía la siguiente operación aritmética: si ellos se quedan 2 años más, son dos años que nosotros nos estancamos en el escalafón”

Con la indolencia propia de quien recibe sus primeros pagos, en nuestras charlas opinábamos que lo mejor era “que se fueran a su casa y nos dejaran a nosotros gozar de las mieles de la aviación”, que su ciclo ya se había terminado y que no le veíamos sentido, pues sólo era aumentar dos años de servicio a las mujeres, ya que los hombres parecían estar conformes con sus condiciones de jubilación. Además, esa modificación contractual tendría efectos solo para los contratados antes de 1989… o sea que a nosotros “ni fu, ni fa”. Otro día les contaré las vueltas que dio la vida sobre este tema.

Al final no lograron que “los nuevos” apoyáramos su propuesta y se quedó la jubilación de mis compañeros como estaba establecida en su contrato original: las mujeres se iban con 23 años de servicio y los hombres con 28. En mi caso particular, faltaba que pasaran muchas cosas para ver la vida desde otro punto de vista.

Hoy, permítanme decirlo, soy una adicta a la aviación, pero en vías de recuperación. Todos los días me repito “sólo por hoy, no” ante el canto seductor de las sirenas, ¿Quién no quisiera dejar por un tiempo, por breve que sea, todos sus problemas en tierra? Fue muy fácil para mí caer en la adicción al trabajo y dejar que mi vida girara única y exclusivamente en torno a él.

Hoy que estoy “en tierra” es cuando aprecio todo lo que perdí siguiendo esa “ilusión” que te hace sentir que dejas todos tus problemas, angustias y sinsabores detrás. Ahora que no vuelo, soy testigo al ver a mis antiguos compañeros enganchados a la aviación como si de una droga se tratase, incapaces de reinventarse en otra área laboral.

Decimos en el argot aeronáutico, “lo único que sé hacer, es charolear”, pero eso es solo es una verdad a medias. Lo que pasa es que da miedo enfrentarse al “mundo terrícola”. Pero hay que ser honestos, y todos los que volamos en otros tiempos debemos reconocer que hace mucho tiempo que la aviación dejó de ser ese trabajo soñado y bien pagado; ahora se gana lo mismo que si trabajaran en una oficina, con la diferencia de que el desgaste volando, es mucho más.

Lo dice Antonio Machado: “…al andar se hace camino, y al volver a vista atrás se ve a senda que nunca se ha de volver a pisar… caminante no hay camino, sino estelas en la mar…”