Recuerdos de la alameda, la del kiosco morisco.

Enfrente, el cine Majestic.

Es la Colonia Santa María la Ribera.

Ciudad de México.

Cuántas veces oí decirle al taxista:

“Esquina de Ciprés y Sor Juana, por favor…”

Recuerdos del museo de Geología de la UNAM.

El museo del Chopo…

A la vuelta de la casa, la papelería de sus padrinos.

Saludar al señor Revueltas sentado en una silla,

con su boina española puesta.

Ella siempre fiel a sus vecinos y vecinas.

Cercana siempre a su mamá Sofía y a su papá Gustavo,

y a sus hermanas, sus “manitas”,

y a sus “manitos”, también.

Una flor que creció en la gran ciudad.

Rememoro con ella imágenes de Tlatelolco.

Su participación en las asociaciones de padres y

madres de familia de la escuela primaria

“Nicolás Rangel”.

Las kermeses, los taquitos de picadillo.

El atole, las tortas de cajeta.

Los huevos tibios por las mañanas.

El “hijito, córrele que se te hace tarde…”

Sus gritos en contra de la represión a los y las

estudiantes, en 1968.

“No lloren hijos, todo va a estar bien”.

Imagino sus largas conversaciones con la Sra. Rita.

y con sus amigas vecinas del barrio tlatelolca.

Su intercambio de platillos con doña Lupe.

Ella era hiperactiva porque, parte de atender a sus hijos,

vendía zapatos sobre pedido en oficinas y escuelas.

Zapatillas a la medida, que mi papá producía

en su pequeño taller.

No se me olvida que, a veces, ella nos enviaba a

entregar mercancía y a cobrar.

Se las ingeniaba para colocar adornos de todo tipo

en el calzado para dama.

Recuerdo, ahí, junto a ella, el aroma a pintura para la piel y el thinner.

Las sobremesas, los domingos, cuando mi papá, don Ramón,

preparaba bisteces a la mexicana.

O las conversaciones después de la barbacoa y una cervecita.

Ella era feliz cuando preparaba cochinita pibil.

Con las hojas de plátano y la naranja agria.

De postre, un budín con sabor a canela y dulce.

Al día siguiente, los imprescindibles panuchos.

Previa preparación, con frijol negro licuado,

de las tortillas de maíz.

Agua de horchata, cebollitas moradas y chiles habaneros,

que acompañaban al platillo fuerte.

Su gusto por el rompope, los dulces típicos y el chocolate.

Su afición por la lectura y su obsesión por los crucigramas.

No olvido su fe y sus oraciones de to-dos-los-dí-as.

Sus saludos por teléfono por las mañanas o a medio día.

Sus mañanitas cantadas por el mismo medio,

puntuales en santos y cumpleaños.

Su no negociable sentido de la honestidad y el respeto.

Su memoria privilegiada para cantar canciones antiguas.

Su voz al interpretar “Peregrina”, el himno de Yucatán.

O las canciones de Lola Beltrán,

Lucha Villa y Juan Gabriel.

O los caminos de Michoacán.

Como cuando le cantó “Amor Eterno” en el adiós

a mi tía Normita.

Memoria para recordar las fechas de cumpleaños

de hijos, hijas, nietos, nietas, primos, primas,

cuñados, cuñadas, sobrin@s; y demás familia

y amig@s.

Margarita, la mujer que no se venció y se

mantuvo fuerte hasta el final.

A la que una larga enfermedad no la detuvo.

Fortaleza infinita.

Ella apagó su reloj a la hora que quiso.

¡Vuela alto, abuelita!, como dijo mi hija Mel.

Que tengas la paz eterna.

Hoy tomamos tus enseñanzas y las convertimos

en aprendizajes, en tu honor.

Adiós, ma.

Juan Carlos Miranda Arroyo I Twitter:@jcma I Contacto: jcmqro3@yahoo.com