La VI cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) concluyó, en palabras del canciller Marcelo Ebrard, como un éxito para la diplomacia mexicana. El presidente López Obrador, hizo hincapié en la necesidad de reforzar la integración regional al margen de la OEA. El lector recordará que la CELAC, a diferencia de la organización internacional ubicada en Washington, no integra a Estados Unidos ni a Canadá.
La reunión estuvo marcada por el encontronazo entre los presidentes de Uruguay y Paraguay, Luis Lacalle y Mario Abdo, con sus homólogos Miguel Díaz-Canel de Cuba y Nicolás Maduro de Venezuela. Ante los ojos de AMLO y de la opinión pública internacional, el presidente uruguayo subrayó que la participación de Venezuela y Cuba en la cumbre no implicaba la complecencia vís-á-vis, los regímenes dictatoriales en América Latina.
Enseguida, AMLO puso el acento en la necesidad de que la región latinoamericana emulase el proyecto de integración europeo, con el propósito de contar con una unión regional “semejante” a la Unión Europea.
Esta idea resulta, en el mejor de los casos, inconcebible a la luz de la historia de Latinoamérica. Por un lado, la Unión Europea, a diferencia de los países latinoamericanos, echa raíces en los profundos conflictos políticos que derivaron en las dos grandes guerras mundiales del siglo XX. Tras la declaración Schuman, y con la creación de la Comunidad Económica del Carbón y el Acero, franceses y alemanes decidieron dejar atrás décadas de rivalidad política y armamentista ( recordemos que Francia y Alemania sostuvieron guerras internacionales en tres ocasiones en menos de cien años) con la finalidad de ceder competencias soberanas hacia una entidad supranacional que regulase la producción de los materiales indispensables para la producción de armamento bélico.
Luego, tras la firma del Tratado de Roma, y décadas más tarde, con la ratificación del Tratado de Lisboa, la Unión Europea se consolidaría como una organización internacional, sui generis, caracterizada por una profunda cooperación principalmente en materia comercial y migratoria.
Desafortunadamente para aquellos -como AMLO- que sueñan con los anhelos de unidad de Simón Bolívar, los Estados latinoamericanos han adolecido de la ausencia de una verdadera voluntad política. El caso de México es ilustrativo; pues como resultado de nuestra vecindad con los Estados Unidos y los estrechos lazos que nos unen con el gigante norteamericano, los sucesivos gobiernos mexicanos han priorizado la integración mirando hacia el norte.
En suma, la VI cumbre de la CELAC sí puede ser considerada como un éxito para AMLO y la diplomacia mexicana si nos ceñimos al hecho de haber reunido en Palacio Nacional a jefes de Estado y de Gobierno. Sin embargo, en términos de liderazgo, México en América Latina y ante la inviabilidad de una integración regional al modelo europeo, el éxito de la cumbre ha quedado en entredicho.