Hoy, 1 de octubre, México vive un día que marcará las páginas de su historia, y, por extensión, las de la democracia global. Claudia Sheinbaum se convierte en la primera presidenta de los Estados Unidos Mexicanos, un hecho que trasciende fronteras. En un mundo sacudido por el auge de movimientos conservadores y retrógrados, con líderes, en múltiples rincones del planeta, que bajo la bandera del liberalismo buscan destruir los avances sociales, la igualdad y los estados de bienestar, el ascenso de una líder progresista en uno de los países más poblados del hemisferio occidental es, sin duda, un hito monumental.
Sheinbaum no solo rompe moldes en México, sino que se erige como una figura de referencia mundial. Los más de 30 millones de votos que recibió el pasado 2 de junio la posicionan como la tercera mujer electa más votada en la historia de la democracia. Solo Indira Gandhi, en la elección de 1971 en India, con 62.5 millones de votos (obtuvo también 59 millones en la elección de 1967), y Dilma Rousseff, con 54.5 millones en las elecciones de 2014 en Brasil, la superan.
En Europa, Ursula von der Leyen, actual presidenta de la Comisión Europea, fue la líder del Partido Popular Europeo en las elecciones de 2024, formación que obtuvo casi 41 millones de votos. Sin embargo, al tratarse de una elección parlamentaria, no puede considerarse a Ursula como depositaria de todos esos votos, y por ello, a pesar de ser una de las mujeres más poderosas del planeta, y contar con el respaldo de una de las instituciones democráticas más grandes del mundo, quedaría fuera de este ranking.
Así mismo, habrá que esperar a las elecciones de noviembre en Estados Unidos para comprobar si Kamala Harris irrumpe como la mujer más votada. No hay que olvidar que Hillary Clinton, a pesar de no haber ganado la elección presidencial de Estados Unidos en 2016, sigue siendo la mujer más votada de toda la historia, con 65.8 millones de votos. Si Kamala logra ganar la elección, muy probablemente iguale o supere este récord, y alcance el primer puesto en el ranking de mujeres electas.
De darse ese hecho, se consolidaría un poder femenino sin precedentes en el hemisferio norte. Una alineación inédita entre México y Estados Unidos que no solo sería histórica, sino que actuaría como un potente símbolo del cambio global hacia la igualdad de género.
Este logro, sin embargo, no debe ser confundido con meras cifras electorales. Es el testimonio vivo de que las mujeres, a pesar de los múltiples obstáculos que enfrentan, pueden ascender a los puestos más altos de poder de manera democrática.
Claudia Sheinbaum, además, se encuentra en una situación en la que puede protagonizar un antes y un después, en la historia, por más de un motivo, además del hecho puramente electoral. Su gobierno puede llegar a ser un referente nacional e internacional.
Llega al poder con una trayectoria que destaca por su formación científica y su perseverancia en la defensa de los valores de la 4T. Su gobierno, a pesar de los intentos infructuosos de la oposición por hacer ver que será una continuación del de su antecesor, promete tener un sello propio, diferenciándose en varios aspectos del gobierno saliente. Su enfoque parece inclinarse hacia una probable mayor apertura internacional, una revisión más profunda en áreas científicas y tecnológicas, y una apuesta decidida por los derechos sociales.
Uno de los primeros signos a analizar de su gobierno es la inclusión de diferentes perfiles que reflejan las diversas facciones que componen Morena. Figuras como Mario Delgado o Marcelo Ebrard, por ejemplo, son testimonio del deseo de Sheinbaum por dar espacios a quienes hicieron posible la continuidad de la 4T. Un acierto, en este momento, para dar unidad y asegurar la cohesión en Morena. Aun así, la reestructura completa del gobierno que ha anunciado para el primer mes de 2025, permitirá ver con mayor claridad la verdadera identidad de su proyecto político.
De lo que no queda duda, viendo los perfiles, nuevas secretarias y cargos, así como los mensajes que ha manifestado durante el proceso de transición, es la clara vocación por profesionalizar la política y garantizar resultados, así como una voluntad firme por modernizar la administración pública y apostar por la innovación. Sheinbaum tiene ante sí el reto de demostrar que su gobierno no solo será una continuación de la 4T, sino una evolución necesaria para enfrentar los desafíos de este “segundo piso” que acaba de iniciarse.
El mundo mira hoy a México, y a Claudia Sheinbaum. Su presidencia no solo es un triunfo para las mujeres, sino para todas las voces que luchan por un mundo más equitativo y democrático. Un buen desempeño en las áreas críticas, como la seguridad (con Omar García Harfuch como máximo responsable, cabe esperar unos resultados, al menos, a la par de los conseguidos en la Ciudad de México) y la lucha contra las desigualdades, además de fortalecer la política internacional y mantener una economía sólida, consolidaría a Claudia como el liderazgo más fuerte de la región y como referente, indiscutible, que inspirará a futuras generaciones a soñar con un mundo en el que, independientemente del género, el poder esté al alcance de quienes tienen auténtica vocación de servicio.
La era de Claudia Sheinbaum ha comenzado.