Tengo que confesar que comencé a ver la serie por la insistencia de mis amigos, pero no me encantó la parte de la violencia irracional, sin embargo, desde los primeros capítulos se advierten una serie de temáticas que no podemos dejar de observar, las contradicciones de un sistema de consumo y trabajo que vemos repetir sistemáticamente en muchos países del orbe.

Lo primero que me llamó la atención fue el estigma del deudor, los jugadores no son la peor escoria de una sociedad, vamos, no son violadores, asesinos, pedófilos, la mayoría son jugadores, cachanillas o simplemente están endeudados, es decir, no siguen las reglas del buen ciudadano: el que se levanta a trabajar, se despide de beso de su familia, paga las tarjetas de crédito a tiempo y disfruta caminar por el centro comercial, esa vida estilo comercial de visa o american express. Esta gente, la del programa, es otro tipo de segregación que estorba al sistema, que lo tiene que señalar y hacer escarmiento social, al final si los viéramos en datos del INEGI son los que se encuentran en la informalidad. Es curioso, pero cuando en el segundo capítulo son expulsados del juego por decisión democrática del voto, al regresar a las calles viven simple y sencillamente la vida de cualquier desempleado, al que la sociedad ha expulsado de los placeres de un salario y el gasto, pues ninguno encuentra medio de subsistencia, no hubo mejor momento para sacar la serie, justo ahora que se perdieron 450 millones de empleos en el mundo, cuando atravesamos la peor crisis económica de los últimos cien años, nuestros trabajadores están deambulando las calles en busca de empleo y lo único que encuentran, si lo encuentran, son pagas de uno o dos salarios mínimos, que no alcanzan para una canasta básica, se acaban de perder 2 millones de trabajadores inscritos en el IMSS, es una tragedia.

Pero después viene el gran hermano, el que tiene la información de todos y cada uno de ellos, quien además conoce a sus familias, cada dato de su vida, todo, por eso puede someterlos a juegos en donde la condena es la muerte, pues son culpables de ser expulsados de la sociedad. Es curioso, pero muchos de los juegos a los que son adictos son legales y la sociedad los proporciona: los caballos, la lotería, etc. Por cierto, en épocas de crisis es cuando más aumentan estos tipos de juegos.

Pero lo que más sacude de la historia, es saber que uno de los personajes principales, Seong Gi-Hun, con el que comienza la historia, aquel padre que no atina ni desatina en la vida, tiene un momento que desató su crisis personal y existencial, precisamente un movimiento de huelga en el que participó porque la empresa los había despedido, pero que durante las barricadas para proteger la huelga fueron agredidos por los policías y frente a él murió uno de sus compañeros, de lo cual no pudo recuperarse. Tenemos idea de lo devastador que es para una persona perder un empleo y pasar meses o años sin encontrarlo, lo profundo que puede ser no tener como llevar alimento a los hijos.

No he terminado la serie, por falta de tiempo, pero quería compartir una visión de como la sociedad genera sus propias contradicciones, para después espantarse de ellas, en alguna época fueron los locos en las calles, otras fueron los leprosos, ahora son los desplazados, los miserables, los que no se insertan en el sistema de trabajo – consumo, el sistema los detesta tanto que los quisiera matar, el problema es que en la época actual no es tan fácil inventar una guerra nacionalista que justifique la muerte de millones, pero lo hace en el imaginario, con el gran hermano que señala y ejecuta, cuando mucho de las fallas del sistema son parte de su naturaleza socio económica, la incapacidad de proporcionar a todos una vida digna, un estado de bienestar.

Vladimir Ricardo Landero Aramburu. Maestro en Derecho por la UNAM.

@riclandero