La acuñación del término totalitarismo encontró el precedente de la expresión de Benito Mussolini relativa a “nuestra feroz voluntad totalitaria”; el enunciado así dicho no fue mera formulación retórica, más allá de eso constituyó una tesis transmisora de poderío y se correspondió con símbolos como los del militarismo, el culto al líder y la capacidad de ordenar la acción colectiva por el imperativo de una causa común definida desde la jerarquía política.

De esa forma se conformó la dominación autoritaria propia de las dictaduras de derecha en las que se encajaría el fascismo, con una irrupción que sería definitoria en el desahogo de la Segunda Guerra Mundial y que mostró una gran maleabilidad para adaptarse a distintos venéreos, como la república social, la monarquía, el corporativismo, hasta los vínculos religiosos, finalmente el nacionalismo y la supremacía de la raza aria con el nazismo.

El hecho es que se implantó un estilo de dominación autoritaria que cautivó y sometió a buena parte del mundo por su capacidad disciplinaria, exhibición de orden, estructura jerárquica, articulación militar en compañía del liderazgo carismático, asociado también a la política y manifestación del pueblo entendido como masa alineada, en el marco de la propaganda y del empleo de los medios de comunicación.

Si bien se desterró el fascismo, no lo ha sido así respecto de algunos de sus recursos y legados para producir la dominación autoritaria. De hecho, América Latina ha vivido parte de esos ecos y México no ha sido la excepción. La vieja autoridad sustentada en la persuasión como legado de la cultura griega y de su manifestación en el régimen democrático, se vuelve obsoleta cuando se recurre a la autoridad soportada en la jerarquía, pues ya no se trata de aludir a la fuerza de los argumentos o de la razón, sino a la disciplina que deriva del orden a que da lugar la estructura en la que se apoya la autoridad.

Algo de eso ocurre en este momento en México, pues la discusión y la posibilidad de deliberar se sustituyen por el apremio de una agenda que la autoridad establece sin admitir contraposición en cuanto a las prioridades asignadas. El gobierno promueve definiciones inconsultas, pero que, en la contraparte, exhiben capacidad y voluntad para pretender ordenar la vida política, sin réplica, o con apabullamiento frente a la misma.

Los periodistas críticos son interpelados desde la tribuna que emplea la autoridad gubernamental, lo que tiende a inhibir a algunos y mandar el mensaje de autocensura a los otros, pues la narrativa es que se recortan los espacios públicos para disentir y que éstos son observados.

Por lo que respecta a los otros poderes, especialmente el judicial y el legislativo, el alineamiento se despliega con la idea de que no se admitirán obstáculos legales o procedimentales, tampoco limitaciones que se desprendan de mediaciones burocráticas o de requisitos a cumplir; así sucumben los equilibrios republicanos y se acomodan sus expresiones a la voluntad de la autoridad.

Baste revisar la discusión para la aprobación del presupuesto de 2022, para apreciar que la mayoría del partido en el gobierno tuvo como único argumento el desgaste de los críticos y su capacidad para mostrar y acreditar su voluntad mayoritaria, sin espacio alguno para correcciones o ajustes; en el colmo se abreviaron procedimientos para aprobar la iniciativa de ley minera, sin siquiera alentar el conocimiento y publicidad elemental sobre su contenido. El poder judicial, en su máxima magistratura, ha acomodado los tiempos de sus determinaciones y la forma de emitir sus resoluciones a la lógica y a los intereses del gobierno, en tanto otras instancias autónomas son minadas y combatidas.

La autoridad pone en pie una ejecutividad indómita que no debe ser cuestionada, intermediada o mediatizada, pues lo que lo hacen así son traidores y ponen en riesgo a la patria. Así es la dominación autoritaria, en ella sucumbe la pretensión de poner bajo dominio al poder y se admite que éste despliegue todo su potencial, enfrentando las menores limitaciones posibles. Decía Mussolini, la feroz voluntad totalitaria. Se trata de que tal voluntad no sea coartada ni sometida; no vengan a decir que es la ley la que ordena. Desde luego que ese es el papel de la autoridad, ordenar la totalidad.