Han pasado unos días de las elecciones y no puedo reponerme aún de la caída emocional. No entiendo aún qué pasó y por dónde pasó, porque no lo vi venir.

Y no me refiero a que no entendí el proceso, o a que me hubiera sorprendido el resultado de la elección, sino a que yo no había medido en su justa dimensión el grave daño que el presidente López hizo al país como sociedad vibrante en estos cinco años.

Nunca dudé de que ganaría la candidata oficialista, aunque en el fondo del corazón y con ese error de dimensionamiento, siempre albergué la esperanza de que la candidata opositora remontara las infamias de las que fue objeto.

Pensé que al fin, después de seis años de un gobierno políticamente atroz, corrupto, inepto, destructor de instituciones y persecutor de opositores, México retomaría el camino de la prosperidad y del crecimiento. La esperanza que siempre mantuve viva me obligó a moverme a la acción, como supongo que pasó con los cientos de miles de personas que, pensando como yo, conformamos esa hermosa masa de ciudadanos llamada Marea Rosa.

Al vivir las marchas de la Marea Rosa volví a sentirme con el mismo ímpetu de cuando salimos de jóvenes a las calles junto al rector Barros Sierra en aquellos días del 68. Y a pesar de ciertos problemas personales que me impidieron darme al 100%, hice todo lo que pude por lograr que mis hijos y mis nietas tengan una patria sólida, fuerte, inquebrantable, como la que yo pude disfrutar a lo largo de mi vida.

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Una patria que, con todo y los errores de los gobernantes en turno, permitió tener instituciones fuertes, organismos de defensa de la sociedad autónomos, y una división real de los poderes de la república, factores imprescindibles para la paz duradera de toda nación.

Pensé que el grito ciudadano de “el INE no se toca, la Corte no se toca y defendamos la democracia”, impediría que un presidente del talante de López Obrador, con su espíritu megalómano y chauvinista, con rencor acumulado y sediento de poder, acabara con un Estado sólido y moderno producto de 30 años de lucha democrática.

También supuse que las demoledoras malas decisiones de López harían lo propio: el derrumbe del aeropuerto de Texcoco con los cientos de miles de millones perdidos; el aniquilamiento de los fideicomisos; el robo del fondo de estabilización de los ingresos presupuestales y del fondo de ingresos estatales; la desaparición del seguro popular, con los miles de mexicanos dejados en el desamparo; la destrucción del fondo contra desastres naturales; la desaparición de los comedores comunitarios y de las estancias infantiles; el abandono de los niños con cáncer, las mujeres y las madres buscadoras; el dinero inútilmente gastado en obras faraónicas, un endeudamiento que casi alcanza el 50% del PIB, y muchas cosas más.

Asimismo, las largas filas de electores el domingo 2 de junio, motivaron de mi parte un optimismo equivocado de que Xóchitl Gálvez obtendría una votación copiosa.

Lo que no vi venir es que las dádivas calaron en la gente más que el deseo de prosperar, la democracia no nos importa a todos, las clases medias no todas se sienten agraviadas, el empresariado salió a defender su estabilidad, y las clases populares intercambiaron derechos políticos que a ellas no les importan, por lo que consideran derechos sociales, aunque esos derechos sociales se puedan ver seriamente amenazados en un futuro no muy lejano, lo importante es el ahora.

Lo aplastante de la derrota me deja emociones encontradas y serias preocupaciones frente a lo que pueda venir. Por un lado quisiera pensar que nada podrá ser peor que lo vivido hasta ahora, pero Claudia ha dado suficientes señales de que puede continuar con la destrucción de las instituciones, tal vez no impulsada por un convencimiento propio, sino por la presión que sufre de parte de su mentor. Saber que él la creó, la impulsó, la impuso y la consolidó, es una brutal limitante para sentirse independiente.

Tampoco creo que la llegada de Claudia sea un triunfo de las mujeres, como algunas congéneres a quienes respeto pudieran pensarlo, y me parece una falacia que ella diga “no llego sola, llego con todas”. En mi opinión, ella llega porque el caudillo paternalista así decidió que fuera. No hay más. Si él hubiera decidido que el elegido era otro, hubiera pasado lo mismo, y ella estaría hoy totalmente olvidada. Así es la política, hay ganadores y hay huérfanos; a ella por ahora le tocó ganar.

De todo este proceso quiero plantear mis reflexiones respecto a varias hipótesis:

1.- La clase media está profundamente agraviada por este gobierno.

Creo que la clase media sólo en un 50% se siente agraviada, el otro 50, a mi parecer conformado básicamente por asalariados, familias que concentran varios apoyos del gobierno, que luchan día a día por no caer en la pobreza, empresarios enriquecidos, y artistas, pintores, escultores con fama, que obtienen ingresos de sus obras y viven siempre en el glamour, votó por el continuismo. La mitad que se siente agraviada está compuesta por pequeños empresarios y negocios independientes que luchan también cada día por sobrevivir pero que sí han sido afectados por las políticas de este gobierno y que se siente profundamente abandonada. Esa fue la que salió a votar por la opción opositora. La primera salió a defender con todo el beneficio de los apoyos o de las prebendas.

2.- El voto oculto es voto opositor.

Las largas filas del domingo permiten aseverar que el voto oculto era de personas a quienes les daba pena decir que apoyarían al gobierno y que salieron masivamente a defender sus apoyos, que erróneamente consideran se los da López Obrador, sin saber que dichos apoyos provienen de las enormes cantidades de dinero que los gobiernos demócratas dejaron en caja. El voto oculto siempre es volátil, se inclina por quien en ese momento le represente la mejor comodidad o le dé certidumbre, hasta que encuentre una mejor opción.

3.- La democracia es un valor que el mexicano defenderá con su vida.

No hay tal; ese valor motivo de defensa de tantos años de lucha sólo nos importa al 30% de la población, el otro 70% se siente seguro mientras haya un caudillo que les ofrezca control y decisión, aunque estos dos elementos sean contrarios a lo que podría esperarse de un país moderno, o bien, se deja llevar por opciones sin sustento pero que le ofrecen la posibilidad de un mundo diferente, aunque esto no sea cierto. Valoro a los jóvenes como mi nieta que, a pesar de inclinarse a votar por Álvarez Máynez porque la neta de netas era la canción y había tenido un buen desempeño en TikTok, a la hora buena dijo: iba a votar por Máynez pero mejor voto por Xóchitl. Creo que este tipo de jóvenes reflexivos será el pilar para conformar el México del futuro. Les hace mucha falta aún conocer la historia, pero ya lo harán.

A manera de conclusión comparto cinco lecturas que a mí me dejó el reciente proceso:

- Al México bárbaro que describió John Kenneth Turner en su libro, se le quita lo bárbaro cuando siente pesos en el bolsillo. Se vuelve dócil y hasta aplaudidor. Basta ver la defensa a ultranza que las clases populares y medias recibiendo apoyos hacen cotidianamente, al sentirse con dinero para al menos comprar las medicinas que el gobierno debiera darles.

- México nunca abandonó el espíritu del caudillismo paternalista, por el contrario, le gusta profundamente el autoritarismo que éste ejerce. Los legisladores de Morena y las clases populares y medias ya señaladas así lo demostraron.

- No hay poder humano ni situación catastrófica, que haga modificar el abstencionismo del mexicano. Sólo el 61% de la población en condición de votar salió a cumplir con su deber.

- El Estado de derecho como lo conocemos ahora quedó enterrado en los buenos deseos, pues el poder hegemónico podrá cambiar cualquier ley que le parezca incómoda a sus intereses y la Constitución prácticamente desaparecerá como la máxima ley de regulación de las relaciones entre los ciudadanos y entre éstos y los gobernantes.

- No hay arma más poderosa y letal que la lengua extremadamente larga del presidente. El descrédito de ciudadanos y partidos políticos impulsado desde el aparato del Estado así lo comprueba.

Difiero de las posiciones de culpar a los partidos y sus “agandalles”. Inútil culpar a Alito, a Marko y a Zambrano de las derrotas; las respuestas no están allí; sólo basta voltear a ver a Morena, el partido más “gandalla”, impositivo y corrupto, en donde brilla el compadrazgo, y con todo y eso, arrasó.

Puedo aceptar que equivocaron percepciones, sensaciones y hasta decisiones. Tal vez si Xóchitl se hubiera mantenido como candidata a la CDMX se hubiera ganado ese importante bastión; imposible saberlo. Quizá hubiera sido una jugada inteligente y audaz mantenerla en esa posición; total la presidencia, con cualquier candidato, frente a los cotidianos abusos del gobierno, la teníamos perdida, aunque con altas posibilidades de que ese candidato no alcanzara los votos que Xóchitl logró.

Tampoco se vale descalificar al INE, ya que eso implicaría desconocer uno de los motivos de nuestras luchas callejeras.

No sé si estas reflexiones sean compartidas por otras personas y por mis compañeros de lucha, lo que sí sé es que a mí me permitieron digerir el coraje y manejar la frustración.

Ahora no resta más que volver a la realidad, y a quienes nos queden ganas, seguir luchando por una oposición vigorosa y un ciudadano digno y próspero.

A Xóchitl Gálvez todo mi reconocimiento a su capacidad, entrega y compromiso. Una mexicana ejemplar.