LA POLÍTICA ES DE BRONCE
Lo volvieron a hacer. Una manifestación pacífica, con una demanda legítima en contra de la voraz gentrificación que afecta a diversas zonas de la CDMX, fue el pretexto para que un grupo de encapuchados, supuestamente del llamado Bloque Negro, vandalizara y causara destrozos en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) y en la librería Julio Torri, donde además quemaron libros.
Algunos dicen que estos grupos se inscriben en el llamado “anarquismo sin utopías”, cuya acción está orientada a la destrucción —yo diría daño— de las estructuras de opresión de la autoridad. Un “nuevo anarquismo” caracterizado por ser principalmente urbano, juvenil, contestatario y contracultural, con una red de acción y comunicación más que una organización centralizada.
Sostengo que estos grupos solo son provocadores, y no en pocos casos, grupos de infiltrados que tienen poca o nula relación con el anarquismo. Se disfrazan de negro, se cubren la cara y se escudan en una supuesta tendencia ideológica para vandalizar y desacreditar otros movimientos sociales.
Recordemos: el anarquismo en México tuvo una presencia histórica significativa, especialmente a principios del siglo XX, con movimientos como el Partido Liberal Mexicano (PLM), liderado por los hermanos Flores Magón, quienes promovieron la revolución social y la creación de comunas anarquistas. Su influencia fue clara en el zapatismo y en gobiernos como el de Felipe Carrillo Puerto en Yucatán.
La presencia de estos grupos que también se autodenominan anarquistas no es nueva. Desde principios del siglo XXI, incluso antes, aparecían circunstancialmente en la marcha conmemorativa del 2 de octubre o en algunos partidos de los Pumas. A partir de 2015, hicieron su aparición en la marcha conmemorativa del 8 de marzo, en las protestas de los familiares de los normalistas de Ayotzinapa, y ahora en manifestaciones vecinales o ciudadanas en contra de la gentrificación.
Su intervención no es inocua, mucho menos ingenua. Por lo regular, logran que la atención de la opinión pública y los sentimientos en redes sociales se concentren en los destrozos que realizan, desviando así la atención de las demandas de movimientos sociales legítimos. En este sentido, el Bloque Negro es de gran funcionalidad para los gobiernos y para la ultraderecha, que demandan de inmediato mano dura.



Por su naturaleza y forma de organización, sería relativamente fácil —utilizando la estructura de cámaras con la que cuentan la Ciudad de México y el gobierno federal— realizar acciones preventivas para desarticular a estos grupos. Ojo: no hablo de represión o de encarcelamiento, simplemente de disuasión o, en todo caso, de encapsularlos antes de que provoquen destrozos en el mobiliario público o en instalaciones privadas.
La imagen del museo universitario vandalizado y, particularmente, la de libros en llamas manda un mensaje terrible. No dejemos que este tipo de hechos se normalicen o se piense que son propios de la protesta social. Debemos rechazarlos como sociedad; los movimientos sociales deben deslindarse claramente de este tipo de expresiones, y la autoridad debe actuar conforme a la ley y con apego a los derechos humanos.
Por cierto, no solo los fascistas o los nazis quemaron libros. En México también lo hizo, y por muchos siglos, la Iglesia católica. Recuérdese cómo Diego de Landa, fraile franciscano, en 1562 echó al fuego la mayoría de los códices mayas durante el auto de fe de Maní, en Yucatán.
Eso pienso yo. ¿Usted qué opina? La política es de bronce.