Antony Blinken no es cualquier funcionario del gobierno de Estados Unidos. Es el segundo hombre en la estructura administrativa de la Casa Blanca, después de Joe Biden. Y, como secretario de Estado, ocupa la cuarta posición en caso de que muera, renuncie o sea destituido el presidente de esa nación: (i) quien ocupe la vicepresidencia, (ii) quien presida la Cámara de Representantes, (iii) quien presida pro tempore el Senado y (iv) quien encabece la Secretaría de Estado.

El pasado 23 de agosto, recordémoslo, el canciller mexicano Marcelo Ebrard anunció que el secretario Blinken estará en nuestro país para participar en el Diálogo Económico de Alto Nivel, a celebrarse el próximo 12 de septiembre.

Cito una nota de El Economista del martes 23 de agosto, en la que Ebrard dijo que la reunión “va a ser los primeros días de septiembre, yo estimo alrededor del 11, 12 de septiembre. Tenemos varios avances importantes en cuanto a inversiones. Ahí los vamos a dar a conocer”.

Un día después del anuncio de Ebrard, una reportera cuestionó al presidente López Obrador acerca de esa visita. Reproduzco uno de los diálogos de ayer en la mañanera:

Reportera: Y también se anunció que viene Antony Blinken a reunirse con usted y con otros funcionarios de la cancillería. ¿Cuál va a ser la agenda con el funcionario estadounidense?

Presidente AMLO: Bueno, no sé yo si viene el señor Blinken. Leí.

Vocero Jesús Ramírez: Marcelo lo anunció.

Presidente AMLO: Ah, lo anunció. ¿Cuándo viene?

Vocero Jesús Ramírez: En septiembre.

Presidente AMLO: Ah. Sí, lo vamos a recibir. Sí. Si viene, lo recibimos, podría decir que es bienvenido el secretario de Estado del gobierno de Estados Unidos.

Mañanera del 24 de agosto de 2022

Ebrard no solo estaba obligado a informar a AMLO acerca de una visita tan relevante. También, debió haber pedido permiso al presidente López Obrador para confirmar el encuentro con Blinken para antes del 16 de septiembre, cuando Andrés Manuel pronunciará un discurso acerca de la posición de México relacionada con el T-MEC.

Solo la ambición y la esencia gandalla de quien busca desesperadamente la candidatura presidencial de Morena, pudo llevar al canciller a no solicitar autorización para reunirse con Blinken antes del mensaje de AMLO durante el evento central de nuestras fiestas patrias —mensaje que se espera sea contundente en términos de respeto a la soberanía de México sin romper relaciones comerciales con Estados Unidos y Canadá—.

Marcelo Ebrard piensa que tomando café con Blinken puede resolver las diferencias comerciales entre los tres países integrados en el T-MEC, y que además puede hacerlo antes del discurso de AMLO. Es decir, planea llegar al desfile del 16 de septiembre como el salvador de la patria. Y a partir de ahí, exigir la candidatura presidencial.

No sé si Marcelo pueda verdaderamente convencer a Blinken de olvidar las disputas comerciales; sí sé que Ebrard estaba obligado, como empleado que es, a respetar los tiempos y la lógica de su jefe, el presidente de México.

Si Ebrard ha dejado de respetar a su superior jerárquico significa que está ya en una estrategia de ruptura: listo para irse a la oposición. O, más probable aún, que ha perdido todo el interés por el trabajo disciplinado en la 4T dado que se ve a sí mismo sin posibilidades reales de ser candidato presidencial de Morena —y es que, aunque esté en segundo lugar en las encuestas, detrás de la líder Claudia Sheinbaum y con ventaja sobre Adán Augusto López, sabe que no reúne el requisito de la lealtad al proyecto y al dirigente del movimiento de izquierda—.

Andrés Manuel sabrá si permite a Marcelo continuar en ese plan tan arrogante como berrinchudo y gandalla. En una de esas, el presidente —un político muy listo y perspicaz— utiliza las rabietas y el inútil maquiavelismo del canciller para fortalecer a la persona que sí tendrá la responsabilidad de darle continuidad a la 4T a partir del 2024.