El estilo de gobierno combina elementos de un clientelismo promovente de una especie de política de vinculación prendaria con los grupos sociales beneficiarios de sus programas, a lo que suma un esfuerzo sistemático para ejercer el poder, de manera de romper tanto límites como contrapesos institucionales y constitucionales, así como pulsiones para controvertir la crítica, la disidencia y la controversia de las distintas instancias de opinión y de oposición de manera abusiva.

Se trata de una práctica de gobierno que somete a la sociedad, busca moldearla y construir una relación amigo -enemigo donde se diezma a los segundos y se eleva la capacidad discrecional para ofrecer incentivos a los primeros.

En algún momento Octavio Paz calificó la tendencia paternalista del Estado post revolucionario en lo que llamó “Ogro Filantrópico”, que caracterizó a una institucionalidad política orientada a proveer respaldos sociales a los marginados, con una tendencia política tendente al control y con claras deudas democráticas, pero con proclividad a subsanarlas; en vez de ese modelo, ahora aparece uno que se podría denominar, “ogro exabrupto”.

Los rasgos del actual monstruo respecto de su predecesor post revolucionario -y que tuvo que transformarse con la alternancia y la competencia política-, es que se conduce a través de impulsos marcados por ímpetus que pretenden solucionar antiguas distorsiones, como la corrupción o la ineficiencia gubernamental, y que ejerce un poder que arremete para alinear a la sociedad; derivado de ello es que los programas que se instrumentan se resisten a sujetarse a normas estrictas, reglas de operación o reglamentos; así se defiende una discrecionalidad que es poder de decisión indómito, sin freno, espectacular en su instantaneidad, pero deficiente en su institucionalidad y transparencia.

Ahora, el “ogro exabrupto” no reconoce deudas democráticas, como sí lo hacía el “ogro filantrópico”, y que merced a ellas actuaba con freno hacia las pulsiones autoritarias, al tiempo que miraba hacia una construcción democrática que, finalmente, lo llevó a una transición política; la ausencia de un pendiente democrático en la nueva modalidad de ogro, hace que su despliegue sea sin complejos; al disponer de una legitimidad sin mácula, asume la tribuna del ejercicio del poder para acallar a las voces inconformes, reta a los otros que se alejan de su código o doctrina y busca avasallarlos sin complejo alguno.

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El factor democrático y de impulso a las libertades expresadas por medio de una opinión crítica, se ve tratada como adversario, muy lejos de la sentencia que se le atribuye a Voltaire “podré estar en desacuerdo con lo que opinas, pero estaré dispuesto a ofrendar mi vida para defender el derecho que te asiste de decirlo”. El “ogro exabrupto” no realiza la represión con el uso abierto de la fuerza, pero sí con la descalificación abusiva desde el poder.

Frente a ello, el culto juarista es un acerbo al cual acudir en su profundo significado, más allá de emplearlo como mero recurso retórico gubernamental. Véase lo que dijo Don Daniel Cosío Villegas en su obra de la Constitución de 1857 y sus críticos, “… si Ignacio Ramírez e Ignacio Altamirano dijeron y escribieron los horrores que dijeron y escribieron contra el presidente Juárez; si Vicente Riva Palacio y Justo Sierra dijeron y escribieron (…) contra el presidente Lerdo, era porque decirlo y escribirlo no representaba para ellos un deber o una obligación, es decir un sacrificio, sino porque sintiendo y pensando diferente de Juárez y de Lerdo, expresar su inconformidad era para ellos una función o un ejercicio tan natural como caminar (…) A Juárez y a Lerdo debió herirles entrañablemente el disentimiento de hombres de la valía de Ramírez, Altamirano, Riva Palacio o Sierra, sobre todo porque en los cuatro casos era injusto (…) como gobernantes sentían la libertad igual que sus adversarios; sabían que la libertad de sus enemigos era la condición de su propia libertad, y que la del país dependía de la libertad de todos. En fin, para esos dos presidentes y para sus enemigos políticos, la libertad era un mérito, algo que distinguía a los hombres y que no los hundía en el olvido o los hacía presa de la persecución.

No sólo el gobierno se encuentra distante de ese ejemplo, sino que se coloca en las antípodas del legado liberal de la Reforma, como ha quedado exhibido con las arteras críticas proferidas hacia sus críticos en la prensa y en los medios de comunicación, hecho que no solamente agravia a quienes fustiga, sino que lo hace a la sociedad en su conjunto y a todos los que creemos en el régimen de libertades; queda extraviado el ejemplo de Juárez y de Lerdo que, en palabras de Cosío Villegas, estaban a favor de una libertad que distinguía a los hombres y no los hacía presa de la persecución; una en donde los gobernantes sentían la libertad igual que sus adversarios. El “ogro exabrupto” no sabe de ello, su rugido es fiero y quiere intimidar para someter. ¿Qué dirá el gobierno en el ya cercano aniversario de Juárez?