Llegó cansada de los recorridos. Abrió la ventana para refrescar el ambiente; tenía varios días de no estar en su casa. Se acostó en uno de los sillones de la sala, dobló los brazos para apoyar la cabeza y así estar más cómoda. Comenzó a remembrar lo que había hecho ese día y los anteriores. Se quedó viendo la araña de cristal que pendía del techo, las gotas bailaban al ritmo de la suave brisa que entraba. El juego de luces se reflejaba en las paredes blancas; cada gema en su danza; eran doradas, amarillas con tintes rojos, algunas tenían algo de azul. Le entretuvo el cambio repentino de tonos, aquel espectáculo luminoso…

Sus pensamientos tenían su vaivén; del presente, al pasado, luego al futuro… Repasó planes, propuestas, equipo, gabinete, aliados… la danza colorida de las luces seguía; nada había interrumpido aquella refulgente coreografía.

El carrusel de su memoria se había detenido. El presidente había dicho que aquellos priistas -Eruviel Ávila, Alejandro Murat, Adrián Ruvalcaba y Carlos Marín, perdón, Jorge Carlos Ramírez Marín- “habían sido malos pero se arrepintieron”. Ella había dicho que sí y los aceptó. El presidente Andrés Manuel había imitado una vez más a Cristo: “De los arrepentidos es el reino de Morena”.

Dejó de recordar y se ubicó en el presente. Ha llegado el día de la toma de protesta. Ella camina por un pasillo largo que parece no tener fin. Apresura un poco el paso hasta llegar a ese muro abatible de madera fina; percibe el olor del cedro como si apenas hubiese sido talado. Sabe que detrás están todos y todas -y todes- esperándola. Suspira para después inhalar y exhalar. Dos cadetes portando uniformes impecables entrechocan sus tacones al verla; hacen el solemne saludo a la presidenta, sus delgadas espadas brillan como rayos de sol. Abren las puertas…

Ella se detiene en el umbral, la recibe otra danza de luces emitida ahora por cientos de arañas. Los invitados están parados a lo largo del pasillo, serpientes de tela escarlata cuelgan de pedestales dorados haciendo barrera. Los hombres portan trajes oscuros, todos iguales; las mujeres ataviadas con ajustados y finos vestidos de lentejuelas, parecía que tenían adheridas miles de lunas diminutas al cuerpo. Cuando la vieron, todes -y todos y todas- al mismo tiempo doblaron sus torsos hacia delante, ladearon la cabeza; aplausos, al mismo ritmo y tiempo. Cuando la presidenta dio el primer paso, en ese instante revivió el ritual priista el “Besamanos de Palacio”. Eruviel, Murat, Ruvalcaba y Marín contagiaron a la gente de Morena y esta aceptó el retorno del ceremonial más remilgado del viejo priismo autoritario.

Siguió avanzando. Comenzó a estrechar manos, algunas suaves, otras resecas empapadas de sudor. Aquellos cuatro estaban juntos, esperando formales a que la presidenta Claudia se acercara. Ellos eran los únicos que tenían corbatas color sangre. Se detiene frente a los cuatro, Alejandro Murat le estrecha la mano colmándola de elogios, Ruvalcaba y Jorge Carlos Marín dicen algo que ella no alcanza a escuchar. Mientras, Eruviel esperaba sonriente su turno, las luces resaltaban la blancura de sus dientes y el granate intenso de sus labios. La presidenta Sheinbaum, con la banda tricolor cruzándole el pecho, extiende su mano, Eruviel se inclina para besarla… cuando está a un palmo de su piel, levanta la mirada, sus ojos amarillos rodeados por delgados e intrincados ríos rojos la miran con odio, ella quiere zafarse, pero no puede… Eruviel le clava sus filosos colmillos para beber ávido su sangre. Es Drácula. Se apagan las luces de las arañas, ahora solo iluminan el salón los cientos de ojos ámbar. Un olor pútrido sale de Palacio…

El pueblo de México se entera y horroriza; no quiere ser gobernado por una mujer diabólica, miles de mexicanos están en el zócalo con antorchas y estacas -la mayoría con crucifijos en sus manos- esperando mientras otros circundan el Palacio Nacional con una línea de fuego… Ha empezado la revuelta social contra el reino de Nosferatu.

Claudia Sheinbaum despierta sobresaltada; el carrusel de su memoria comienza a girar brusco, poco a poco se va calmando, deteniéndose en el presente, todavía no son las elecciones, ha sido un mal sueño, terrible pesadilla… “¡Qué arrepentidos ni qué nada!”, exclama exaltada. Decidida, pide cita con el presidente Andrés Manuel para informarle que “con esos cuatro ni a la esquina”. Ha evitado la maldición de Vlad el Empalador.

Seguirá su curso la Cuarta Transformación, regresó a los Nosferatus del PRI allá a las catacumbas, las de Xóchitl y Alito… Allá que chupen la sangre de quien sea, pero no la del partido ni del pueblo mexicano.

Posdata:

Esta historia de auténtico terror la inspiró un cartón del monero Hernandez, de La Jornada, quien con humor duro criticó que Morena haya olvidado los principios de “no mentir, no robar y no traicionar” para cambiarlos por el de “solo arrepentirse”.

Claudia Sheinbaum no tiene necesidad de sumar cascajo priista que en realidad le resta. Con ventajas a su favor de hasta 50 puntos en las encuestas podría rechazar a lo peor del PRI que hoy la apoya. Sería lo más conveniente para ella porque el conde Drácula siempre será el conde Drácula y, en cuanto la presidenta se descuide, le chupará la sangre.

Nadie aprende de experiencias ajenas, pero no estaría mal que Claudia recordara lo que le pasó a AMLO cuando integró a su equipo a gente de derecha y, muy pronto, tanto Lilly Téllez como Germán Martínez traicionaron al líder de la 4T. Por obsoleto Manuel Bartlett no hizo mucho daño —por cierto, tampoco hizo demasiada luz en la CFE, pero esta es otra fabula, otra versión del pacto entre el alacrán y la rana, en la que el primero muerde a la segunda solo porque esa es su naturaleza—.