No sé ustedes, pero yo sí la voy a extrañar. La privacidad, digo. Esa cosa que parecía aburrida hasta que el Estado decidió arrancárnosla “por nuestro bien”. Esta carta no busca soluciones. Solo quiere decir adiós. Y dejar constancia de que hubo un tiempo en que lo íntimo lo cuidaban, quienes hoy están en el poder.
Querida privacidad,
Ya no te dejan estar. No es que te hayas ido porque quisieras, es que aprobaron reformas que te están arrancando de mí, y nuestra separación es inevitable. Con la CURP biométrica, las bases de datos conectadas y la posibilidad de acceso sin orden judicial, el mensaje es claro: ya no vas a estar. Dicen que es por nuestro bien. Por seguridad. Pero tú y yo sabemos que eso puede terminar muy mal…
Y aquí estoy, llorándote como a un amor que nunca fue oficial pero dolió igual. Tú y yo tuvimos algo raro, pero bonito. Y lo peor es que no te valoré. Pensé que estarías ahí siempre, como si no hiciera falta cuidarte. Ahora que te arrancan de mí, me doy cuenta, de lo generosa y tan presente que fuiste. Nunca pediste nada, solo estabas y me permitías existir. Y ahora, solo puedo admitir que me equivoqué. Perdón por no cuidarte ni valorarte lo suficiente. Cuando pasaron esas reformas, poco pudimos hacer. Todo fue fast track. Pocos te valoramos.
Nos separaron, dicen, por nuestro bien. Que la seguridad, la eficiencia, el desarrollo, la lucha contra el mal. Que los datos ayudarían a encontrar desaparecidos. Que si te vas, es para protegerme. El clásico “es por tu bien” que tantas relaciones tóxicas han justificado. Y yo, como buena víctima funcional del sistema, lo medio creo. Lo peor es que lo sigo repitiendo.
Hoy todo está a punto de estar conectado. Mi CURP tendrá más datos que mis libretas. Y aunque aún no me escanean el rostro o el iris al cruzar la calle, sé que las leyes están ahí para hacerlo posible. Y me da miedo. No tanto por lo que sabrán de mí, sino porque no sé quién cuidará todo eso. sabrán dónde estoy todo el tiempo, así como vigilo a mis perros cuando no estoy en casa por mi celular. Y no sé si me asusta más que puedan hacerlo o que lo hagan creyendo que es normal. Porque el Estado, que promete protegerme, también puede fallar. También puede usarlo mal. También puede decir que lo hace por mi bien... otra vez. Como ese novio controlador que te pide la contraseña “porque te ama” y dice que si no escondes nada, ¿cuál es el problema?
Ay, privacidad, qué ridículo suena todo esto. Pero qué real. Y qué inevitable. No sé si otros lo sientan igual. Quizá sí. Quizá haya más gente con nostalgia de no ser observada. De no ser parte del inventario del poder. Gente que, como yo, se pregunta si tener intimidad era un privilegio disfrazado de derecho.
No te escribo para pedirte que regreses. Ya sé que no puedes. Solo quería que supieras que lo nuestro fue real. Que te voy a pensar siempre y le platicaré a los más jóvenes de ti, de cómo fuiste.
Si algún día todo esto cambia—si el poder deja de fingir que protege y se le cae la máscara—tal vez vuelvas, tal vez no. Pero si lo haces, espero que me reconozcas.
Con ironía, tristeza, y sí, algo de amor.
Atte: Yo