A la 4T se le oponen argumentos en dos sentidos: como proceso y en tanto proyecto.

En tanto proceso, la 4T se trata de un haz amplio de dinámicas y fuerzas más o menos autónomas de creciente intensidad y complejidad en las que concurren factores de todo tipo: históricos, multinivel, demográficos, económicos, políticos, sociales, culturales, jurídicos, etcétera, orientadas en el sentido del capital y el mercado.

El proceso acumula y selecciona en forma autónoma y cada vez más intensa a quienes pueden adaptarse a él y aprovecharlo, por lo que de manera constante amplía o reduce libertades, igualdad o justicia entre personas, clases o grupos y va formando instituciones o patrones reiterados de conducta.

El proyecto 4T equivale a las propuestas y acciones de transformación que Morena y aliados vienen planteando dentro de dicho proceso para equilibrar el eje de la igualdad con el de libertad, y que ha encontrado respaldo en las urnas y el consenso de la mayoría de manera consistente desde 2018, a lo que se oponen otros partidos y actores.

Al proceso se le descalifica por el nombre; que no es comparable con las transformaciones previas; que no inició con Morena sino antes o nunca; o bien, que va hacia atrás en el progreso institucional o democrático nacional, además de que más bien parece la cuarta edición del PRI sin sus mejores prácticas, y que nos conduce con rumbo al abismo antiliberal y contra el mercado, la democracia y el Estado de derecho.

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Ninguno de esos alegatos se hace cargo de la racionalidad en que se basa la propuesta de Morena y afines y, por ende, sólo puede convencer a una minoría ya predispuesta o francamente sin mayor preocupación o comprensión de la historia.

Me refiero a que los procesos de transformación han sido y son complejos, dialécticos e inciertos; que forman parte de ellos tanto, por ejemplo, el impulso inicial: borbonista y pro monárquico en la Independencia, pro corporativo y eclesiástico en la Reforma o pro elites y militar en el porfiriato tardío, así como pro-gran capital global-nacional lícito-ilícito en el tiempo actual, como sus oposiciones populares y con sentido social que pretendieron corregir injusticias en cada uno de esos episodios.

Una síntesis posible de tales cambios quedaron reflejados en las constituciones de 1824, 1857 y 1917, y lo mismo ocurrió con la mayoría de las constituciones locales.

En el caso del proceso 4T, la flexibilidad para reformar la constitución de 1917 ha permitido que las tendencias estén o se escriban o reescriban en el texto aún vigente desde ese año y se estén reflejando en las constituciones estatales.

La crucial diferencia entre las tres transformaciones previas (Independencia, Reforma y Revolución) y la que está en curso es que hoy no tenemos una respuesta revolucionaria violenta, desde abajo, al impulso desde arriba para cambiar al país, y que no llamamos, al menos no todavía, a un congreso constituyente para aprobar una nueva Constitución.

Ahora bien, como proyecto que forma parte de aquel proceso, Morena y sus afines más radicales interpretan que el proyecto hegemónico priista comenzó a degradarse desde los años cincuenta y sesenta hasta que optó por acordar concesiones a su creciente oposición interna y externa, lo que manejó con habilidad con el PAN y el PRD moderado durante toda la transición, desde 1977 hasta 2012-2015.

Cuando el ala radical del PRD y diversos movimientos sociales y fuerzas políticas se unieron para derrotar al PRI-PAN-PRD en 2018 y en 2024 lo hicieron incentivando el proceso dialéctico 4T y su propio proyecto de nación, que repolitiza y reselecciona de manera muy pragmática los arreglos institucionales en los que no pudo encarnar suficiente el impulso desde arriba.

Es así que lo que los críticos llaman “destrucción” de instituciones es el desarmado de aquellos arreglos, que incluían repartos convenientes de poder, costos y beneficios, para sustituirlos por otros no menos políticos y que hoy por hoy cuentan con el respaldo de la mayoría electoral y popular pues les incluye en esos repartos de manera directa.

Desde luego, mientras esa legitimidad se mantenga el proyecto 4T continuará hasta el punto en el que no se divida, logre sus principales objetivos, sus costos sean manejables o pierda, por errores o cambio radical de circunstancias aprovechadas por una oposición inteligente, el apoyo democrático popular.

Lo fascinante del tiempo que nos ha tocado vivir, a diferencia de los decenios previos a la transición que inició el proceso transformador, y que está hoy en su fase de antítesis dialéctica, es que no es determinable y, por ende, es incierto, lo que abre cabida a la creatividad, el pensamiento crítico y la acción política individual o colectiva.

Ahí estamos. No en la autocratización o regresión de la democracia y tampoco en un salto atrás en la historia, que son visiones de contrapunto que parten de un ideal democratico liberal o un sistema político-electoral autorreferencial y ajeno al resto de los sistemas y funciones sociales.

Estimo que el proceso se va decantando en la dirección correcta mientras el debate y la confrontación, por una parte, y la conducción efectiva del país, por la otra, tengan lugar.

Estas dos facetas de la transformación son clave y de allí la relevancia de que los gobiernos de la 4T encaren con resultados positivos los temas sensibles generados por el proceso orientado al capital. Este proceso continùa generando virtudes y execrancias lamentables, en estos casos en particular la flagrante inseguridad, violencia e impunidad, y los obstáculos para el bienestar mínimo, la igualdad sustantiva, la dignidad humana o la integridad de pueblos y comunidades. Ahí están los retos.

En cuanto al proceso 4T, la historia muestra que una nueva dialéctica se forma cuando el ciclo previo se agota debido a su desviación a manos de un grupo de élite que provoca una nueva reacción popular antitética, como los ciclones y huracanes que nos azotan furibundos. Dudo que ello ocurra este decenio.