Luis Echeverría Álvarez cumplió cien años de vida. Triste efeméride en el centenario del ex presidente mexicano más longevo de la historia. Sexenio de sombras, de demagogia, de guerra sucia, de crisis. Con Echeverría acabo el sueño mexicano de prosperidad y paz.

Nací cuando Luis Echeverría asumió el poder. De su gobierno conservo alguna que otra impresión infantil, es decir nada. En el último año de primaria, recuerdo como el maestro Cuco y el maestro Mario, al día siguiente del último informe de José López Portillo, cuando nacionalizó los bancos, nos sacaron a la explanada de la escuela y aunque no era lunes, hicimos honores a la bandera y cantamos el Himno nacional en apoyo al Presidente. De la secundaría y de las platicas de mis padres y abuelos, recuerdo la crisis, la devaluación, la inflación y el desabasto, como el de la pasta dental, que se atribuían a López Portillo y a Luis Echeverría.

En el bachillerato, la mayoría de mis profesores del CCH-Azcapotzalco habían participado en los movimientos de 1968 y 1971 y odiaban desde el fondo de su corazón a Luis Echeverría. Tenían razón, fue el responsable de la represión a los estudiantes y de la guerra sucia en contra de la guerrilla. En la licenciatura, las opiniones respecto a Echeverría fueron diversas. Una buena parte de mis profesores fueron exiliados chilenos y argentinos, a los cuales Luis Echeverría abrió las puertas del país, gracias a la oportuna intervención de Gonzalo Martínez Corbalá.

¿Cómo evaluar el gobierno de Echeverría? Exacerbó el nacionalismo, intentó suavizar la oposición con los sectores estudiantiles y sortear la ofensiva ideológica de la derecha. Creó el INFONAVIT, el FONACOT, el CONACYT, la PROFECO y el Colegio de Bachilleres. Estableció relaciones con países socialistas. Recibió a los exiliados políticos del golpe militar al gobierno de Salvador Allende en Chile. Ante la crisis petrolera, recurrió al endeudamiento, creció exponencialmente la burocracia y los organismos de gobierno. Creó el Colegio de Bachilleres. Su sexenio también estuvo marcado por la represión en contra de la guerrilla y en contra de los movimientos estudiantiles.

Tanta fue la represión y ataques de Luis Echeverría a la oposición de izquierda y de derecha, que en 1976, ninguno de los polos del espectro político postuló candidato a la presidencia de la república. El PAN, inmerso en su crisis interna, no compitió; el Partido Comunista, proscrito por el gobierno, postuló sin registro a Valentín Campa. El candidato del PRI hizo campaña en solitario, peleando con fantasmas y evidenciando la crisis de legitimidad del régimen.

El peor error de Gustavo Díaz Ordaz fue elegir a Luis Echeverría como su sucesor y el peor de Luis Echeverría heredarle a su compadre y amigo la Presidencia de la República. La impunidad de Echeverría llega hasta nuestros días. No se trata de un venerable anciano que, encerrado entre gruesas paredes y ayudantes, vive sus últimos días, sino un personaje de la historia reciente que marcó un cambio para mal en el rumbo de nuestro país.

La política es de bronce.

Onel Ortiz Fregoso en Twitter: @onelortiz