Quién diría que todos los planes saldrían chuecos para Jaime Bonilla. Durante la visita de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a Baja California, Bonilla fue el más ajeno de los del presídium. Y es que a nadie se le olvida que cada momento que tuvo mientras que Marina del Pilar era alcaldesa de Mexicali, hizo todo lo posible para obstaculizarle el paso.

Para Bonilla, de plano, nada se logró: No pudo extender su mandato; no consiguió colocar a su candidato a la gubernatura; no pudo entregar un gobierno sin deudas; no cubrió los millones a CFE; no se pudo mantener en la gracia del presidente y tampoco pudo estar a la altura como para reconocer y apoyar a la primera mujer que gobernará Baja California. Quedó exhibido como un hambriento del poder que ahora podrá conformarse con algo en el Gobierno Federal, a modo de “cuarta vida”.

A propósito del decreto que firmó López Obrador para legalizar los autos chocolate, tuve la curiosidad de encontrar el origen del término. No se tiene conocimiento preciso de quién o dónde le llamó así por primera vez a los automóviles importados ilegalmente que suelen estar en pésimas condiciones.

Se dice que son “chocolate” por su irregularidad principalmente física como mecánica, pues aunque lucen atractivos por fuera, la mitad de las piezas o más le han sido readaptadas, no sirven o simplemente, son desperfectas y dañinas, motivo por el cual ya no se venden en Estados Unidos y son traídos con la idea de darles una segunda, tercera o incluso hasta cuarta vida.

Lo barato sale caro

Probablemente, cuando López Obrador apoyó a Jaime Bonilla para que el ex priísta y empresario arraigara a Morena en Baja California, no pensaba en el alto costo político que tendría la decisión.

La actitud arrogante y poco conciliadora generó una desbandada de fundadores morenistas que llegaron al Movimiento de Regeneración Nacional mucho antes que él. Sea por amistad o por estrategia, Jaime Bonilla ha sido un político “chocolate” que aparentemente sería una gran inversión para AMLO, pero resultó ser tóxico, contaminante, dañino y muy difícil de mantener.

Ahora que la gobernadora electa, Marina del Pilar, ha recibido abiertamente el apoyo del presidente durante su visita al norte, hay varias incomodidades para Jaime Bonilla. La primera es que, a pesar de ser del mismo partido, la gobernadora electa no olvida y tiene marcada muy bien la línea. Sus exigencias y ultimátums han sido tan claros, que no parece haber ni la mínima promesa de pacto de impunidad. A decir por el juego de miradas entre López Obrador y Bonilla así como el seco mensaje del gobernador saliente ante la invitación del presidente a incorporarse al Gobierno Federal, parece que hay tensión e incomodidad.

Ese modelo que ya había pasado tantos choques, abolladuras y desperfectos, ahora podría volver a sus negocios en Estados Unidos o ya de plano, ser Embajador en cualquier país lejano tan solo por la cortesía de no hacer tan marcado el divorcio entre los dos grandes amigos que compartieron la pasión por el béisbol.

Algunas personas muy sabias y conocedoras de Baja California dicen que con Marina, el séquito de panistas que se despidió hace no muchos años podrá regresar, ahora, con la camiseta de la purificación que brinda el tránsito hacia la transformación. Marina del Pilar sobrevivió a la violencia política de Bonilla y lo que viene para Baja California podría ser muy prometedor. El simple hecho de que haya una mujer con escucha y sin formas autoritarias de hacer política, le promete al norte un panorama diferente.

Tijuana es uno de los puntos clave para el trasiego de drogas y armas. El negocio de los autos chocolate, ciertamente, podrá tener efectos adversos que, así como Jaime Bonilla, estarán saliendo a flote con el paso de los años. La atención no va por los “chocolate”, va por el combate a las mafias, sus relaciones con el poder, los negocios ocultos, la trata de personas, la explotación sexual y las dinámicas de narco agrupaciones. Lo demás es lo de menos.

Frida Gómez en Twitter: @FridaFerminita