Jorge Luis Borges, en su famoso diálogo con Ernesto Sabato, citó a un escritor francés anónimo o al menos no identificado: “Las ideas nacen dulces y envejecen feroces”.

No sé qué signifique exactamente esa frase, pero creo que cabe aplicarla a la función jurisdiccional, que según la Real Academia Española “corresponde exclusivamente a los juzgados y tribunales determinados en las leyes y en los tratados internacionales para juzgar y hacer ejecutar lo juzgado”.

Cuando las personas que juzgan deciden ejercer esta vocación —en su juventud, desde luego— lo hacen motivadas por los más bellos principios humanitarios. Pero con el tiempo, sobre todo quienes más profundizan en la filosofía del derecho y por lo tanto más se alejan de la gente común, terminan siendo feroces al dar la última palabra en las controversias.

¿Es confuso lo que digo? Probablemente sí. Trataré de explicarme haciendo referencia a una tesis doctoral que he estado leyendo recientemente en internet: “Las lenguas en los campos de concentración: contacto, acción y vivencia” de Laura Miñano Mañero, de la Universidad de Valencia, España.

Ella analiza a los campos de concentración “como espacio de naturaleza profundamente intercultural y multilingüe”. La académica se basa en trabajos de los propios supervivientes, “quienes, poco después del final de la guerra, expresan directamente su interés por la complejidad lingüística de los campos, a través de glosarios breves, centrados en reflejar la innovación léxico-semántica de la realidad lingüística del universo concentracionario”.

La señora Miñano menciona, por ejemplo, al filólogo Marcel Cressot, dos veces prisionero de los alemanes: “El aislamiento y la singularidad del entorno, la mezcla de muchos idiomas y la lengua oficial alemana se combinaron para producir un idioma distintivo del campo que, como el lenguaje de la conspiración, todavía necesita ser codificado”.

Interesante tema, sin duda. Laura Miñano cita a otros especialistas que estuvieron en los campos de concentración. Uno de ellos, David Rousset, quien estudió el vocabulario de Buchenwald: “Muchos internos fueron apaleados por no entender el lenguaje que hablaban sus amos”.

Repito tal expresión: “Muchos internos fueron apaleados por no entender el lenguaje que hablaban sus amos”.

Conozco bastantes personas que han sido apaleadas en tribunales por el único pecado de haber sido representadas en un juicio por abogados sin experiencia o con pocos estudios, por lo tanto incapaces de entender el lenguaje de jueces y juezas que cuando sentencian hacen ostentación de su sabiduría.

¿Por qué la gente cree que son ciertos todos los vicios que el presidente López Obrador dicen han corrompido a la Suprema Corte de Justicia de la Nación? Porque casi sin excepción le va muy mal a la gente buena, pero sin dinero para pagar abogados de prestigio, cuando las circunstancias la obligan a defenderse de una estafa o de cualquier acusación en tribunales.

Es muy jodido ser apaleado por un juez solo por no entender el lenguaje de su señoría. ¿No sería deseable que ministros y ministras trabajaran para cambiar tal situación? Dejo la pelota en la cancha de:

  • Norma Lucía Piña Hernández.
  • Jorge Mario Pardo Rebolledo.
  • Alberto Pérez Dayán.
  • Arturo Zaldívar Lelo de Larrea.
  • Margarita Ríos Farjat.
  • Juan Luis González Alcántara Carrancá.
  • Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena.
  • Yasmín Esquivel Mossa.
  • Loretta Ortiz Ahlf.
  • Javier Laynez Potisek.
  • Luis María Aguilar Morales.

Quizá va siendo hora de que ministros y ministras presten más atención a los problemas de la gente, que son los importantes, y dejen de distraerse en las —tan absurdas como inútiles— controversias constitucionales que solo sirven para que la oposición grille a Morena o viceversa. Ninguna otra utilidad han demostrado tales debates.