La historia moderna de México es de las más ricas e ilustrativas en campañas y elecciones, por ejemplo, pero no solo, para competir y ganar o perder la presidencia de la República y provocar consecuencias más o menos imprevistas.

En efecto, a lo largo de 200 años hemos recurrido, salvo algunos períodos cortos, a la voluntad ciudadana, siempre mediada por factores políticos, para conquistar el máximo cargo de representación.

Desde luego, en cada etapa de la evolución del país, desde la primera república federal (1824-1835), la república centralista (1836-1846), la segunda república federal (1857-1911), la tercera república federal (1917 a nuestros días) y la posible transición a una cuarta republica federalista (1996-2018 en adelante), las instituciones, reglas y contexto fueron diferentes y han experimentado cambios que constriñen las conductas de los sujetos electorales y los actores políticos.

El punto a enfatizar es que en esa historia aquellas condiciones institucionales se tensan al máximo cuando el contexto se polariza entre candidatura del gobierno en funciones y su oposición.

Para muestra tres botones:

Uno, en la sucesión del primer presidente de México, Guadalupe Victoria, en 1827, su débil manejo de los grupos en disputa por la nominación y el contexto bipolar entre los masones yorkinos y escoceses, además de la lucha entre españoles, altos mandos militares y eclesiásticos y comerciantes ricos frente a las clases bajas provocaron una fuerte crisis poselectoral y constitucional.

Esta desembocó en dos dictámenes de validez de las elecciones (uno a favor de Gómez Pedraza y otro, posterior, a favor de Vicente Guerrero) y, lo.peor, la traición y magnicidio de este.último luego de que solicitara licencia al cargo y antes de que el Congreso lo declara incapacitado para gobernar.

Otro, la elección presidencial de 1876, en la que Sebastián Lerdo de Tejada, presidente en busca de la reelección, de un lado, y Porfirio Díaz, héroe militar con mucho apoyo de este sector de poder, por.el.otro, terciados por el presidente de la Suprema Corte, José María Iglesias, tensaron las cuerdas de la frágil institucionalidad de la época.

Esa confrontación arrojó al exilio a Lerdo, quien formalmente ganó los comicios, y a Iglesias, quien pretendió que las elecciones se anularán para acceder desde la Corte a la presidencia.

Además, dio paso a otra revuelta porfirista mediante la cual Díaz accedió al poder en 1877 para no abandonarlo hasta 1911 (salvo un interregno con la regencia de su compadre, Manuel Gonzalez, entre 1880 y 1884).

Otro ejemplo son las elecciones de 1924 y de 1928. En la primera, Plutarco Elias Calles sucedió al presidente Alvaro Obregón. En la segunda, este se reeligió, previa reforma constitucional, para lo cual en los dos eventos la polarización fue llevada al extremo hacia adentro y afuera de los principales actores de ese periodo, al punto que el presidente (re) electo fue asesinado 15 días después del día de la elección, en junio de 1928

Otro momento igualmente complejo se dió en la elección de Carlos Salinas, en 1988, pues a la.polarización económica y social le siguió la división y fuerte oposición política de las izquierdas, agrupadas en el Frente Democratico Nacional y terciadas por el PAN, frente al PRI

Ni qué decir de la elección de 2006, cuando la competencia y la polarización devino en una diferencia mínima de 246 mil votos a favor del candidato panista, Felipe Calderón, frente a la Coalición que nominaba a Andrés Msnuel López Obrador, quien entonces perdió una amplia ventaja en medio de una serie de prácticas legal y éticamente cuestionables.

La historia enseña que elecciones presidenciales en las que la candidatura del partido en el gobierno con presidente en funciones débil o rebasado, como Victoria, Lerdo o Fox, o fuerte y activista, digamos, Obregón y Calles, genera honda polarización y conflictos hasta llegar ya sea a la posible invalidez de la elección, o bien, al menos a una condición de ilegitimidad de origen tal que obliga a otra profunda renegociación de las reglas del juego político. En el extremo, a una refundación del sistema político y constitucional.

Para 2024, que lea quien quiera leer.