Apenas ayer el presidente AMLO presumió con bombo y platillo el crecimiento económico del 2 por ciento durante el primer semestre del 2022. Este resultado es a todas luces mediocre, y si se quiere, francamente malo, en un contexto internacional caracterizado por una recuperación económica tras la crisis provocada por la pandemia.

No obstante, y a la par con la recuperación, el mundo vive hoy un fenómeno inflacionario sin precedente. Como consecuencia de la propia mejoría tras el aciago 2020, aunado al paquete económico implementado por el gobierno de Biden y a la guerra en Ucrania (lo que provocó el alza en los precios del petróleo y de los cereales) los costos generales de alimentos, productos y enseres han aumentado considerablemente, lo que ha provocado que los bancos centrales elevan la tasa de interés, con el objetivo de limitar el crédito, y con ello, reducir la cantidad de dinero que circula.

Esta política monetaria puede traer consecuencias como el estancamiento de la economía, y con ello, el crecimiento.

Sin embargo, poco importa a AMLO que la economía crezca mediocremente. Para el presidente de México, todo será motivo de propaganda política. Como bien apuntan la mayoría de los analistas, las credenciales políticas de AMLO superan cualquier razonamiento económico.

En otras palabras, el número de pobres puede haber aumentado en 4 millones, se puede haber reducido el presupuesto en salud y educación (como efectivamente pasó con la cancelación del programa de escuelas de tiempo completo y la latente escasez de medicamentos para niños con cáncer y para el tratamiento de pacientes covid) o el país puede atravesar por una crisis diplomática y comercial con Estados Unidos; AMLO estará irá allí cada mañanera manipulando cifras, ganando toda la atención mediática y sumando puntos a su popularidad.

No es una exageración asegurar que AMLO es el político más extraordinario de las últimas décadas, y quizá, en la historia contemporánea de México. Pero no se me malentienda. Lo es en el sentido de sus capacidades de manipular al electorado, de transformar un problema en un éxito propio y de saber convertir cualquier pifia en un instrumento comunicativo para golpear a la oposición, y con ello, sumar puntos a su popularidad.

AMLO, ahora, busca hacernos creer que el mediocre crecimiento de 2 por ciento (muy bajo, insisto, sobre todo en medio de una crisis inflacionaria), es un éxito de su gobierno. ¡Cómo si el propio gobierno de la 4T no hubiese hecho hasta lo imposible para inhibir el crecimiento de la economía! Ciertamente buena parte del problema ha sido importada del exterior. Sin embargo, allí está el gobierno mexicano, convirtiendo siempre un problema en una crisis.