El mejor futbolista de todos los tiempos, Diego Armando Maradona, y el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, tienen innegables paralelismos. Ambos identificados con las más nobles causas populares y enfrentados al inmenso poder corruptor del dinero sucio, pagaron en su memento altos precios por su impecable congruencia: Andrés Manuel en el triste periodo que va del año 2004 al 2006, en el que toda la fuerza del Estado y los poderes fácticos a los que este representaba, con un traidor de poca monta al servicio de las fuerzas más abyectas, Vicente Fox Quesada, cuyos escollos tramados fueron desde la extorsión de removerlo de su puesto en dos ocasiones, una con el caso del paraje San Juan, otra en la que fue desaforado por el Congreso, bajo un absurdo pretexto legaloide, pero revirtiendo la acción ladina al ver de frente la ira popular ante la grosera injusticia. Diego fue víctima de la FIFA y toda su mafia creciente, al siempre denunciar sus abusos y corrupción endémica. Fue sacado del Mundial de EU en 1994 por un supuesto dopaje, siendo “casualmente” al único futbolista en habérsele aplicado semejante castigo (en México 86, al español José Maria Calderé, por una falta idéntica, sólo se le suspendió por un partido y nomás no existe a la fecha otro caso), esto a sabiendas que se mataba el espectáculo y la magia en aquella Copa del mundo.

Identificados pues ambos con la izquierda y con el pueblo, uno volvió a visibilizar y tomar en cuenta a los millones de olvidados, desplazados y humillados por varios sexenios de neoliberalismo inhumano, entreguista y criminal, devolviendo al Estado su inherente papel prácticamente desvirtuado hasta el abandono El argentino, mediante el futbol y su estrella irrepetible, puso en el mapa de la dignidad humana a dos pueblos marginados: los napolitanos en Italia y los habitantes del barrio de la Boca en Buenos Aires, sitios a dónde es venerado en calidad superior a la de un milagroso santo católico.

Otra semejanza, y es a lo que viene a cuento el presente texto: Es un hecho que se va a comprobar el domingo en el ejercicio democrático de revocación de mandato, inédito en México, a celebrarse el domingo próximo, que Andrés Manuel López Obrador es el Maradona de la política, no sólo por su habilidad y maestría, que hasta redundante es citarla, sino porque tiene al igual que el ya desaparecido del plano terrenal, “el D10s”, una característica: en el último de los casos, la gente estaría dispuesta a perdonarles absolutamente cualquier eventual falta. Es decir, su base y “voto duro” les es fiel hasta las últimas consecuencias, por eso es que a grandes rasgos los números de AMLO de 72/28 en cuánto a apoyo y no apoyo son ya inamovibles, en ambos bandos, sus seguidores y sus detractores, mismos que por cierto, el pasado domingo se volvieron a mostrar tal cual son desde hace dos décadas: insulsos, vacíos de ideas y espíritu e incoloros (el color blanco en sus vestimentas, sus consignas vacías y respuestas carentes de argumentos, sumado a su apatía, los retratan a la perfección).

Por eso y para que el novedoso en nuestro país ejercicio democrático quede como un instrumento para el pueblo elector hacia el futuro en el caso de algún satrapa que llegase a la Presidencia y no cumpla con las expectativas pueda ser removido a tiempo, es que se debe salir a votar masivamente el domingo, porque cómo bien dice el ex presidente Correa de Ecuador, en América latina a la izquierda no le basta con ganar elecciones para, necesariamente, obtener el poder en beneficio de sus gobernados, dado lo inmensamente poderosos que son los poderes que están detrás de la derecha; el reafirmar la legitimidad del presidente Andrés Manuel en lo que resta del sexenio es vital para reimpulsar sus esfuerzos transformadores de aquí al 2024 y que la ruta transformadora no se termine en dicho año.

Con el categórico triunfo en las urnas el 10 de abril, López Obrador y el proceso histórico de la cuarta transformación que encabeza, puede continuar sin tantas bajezas por parte de la extraviada, furiosa y desesperada oposición, dejando despejado el camino a que los inconfesables intereses del gran capital, intenten tomar al Estado mexicano cómo el comité a su servicio al que estaban acostumbrados, intentando con sucias maniobras descarrilar al presidente cómo ya lo han hecho antes, y cómo hizo también la poderisísima FIFA, sin ningún pudor ni miramiento, con Diego Armando Maradona en el mundial de 1994.