La consulta de Revocación de Mandato será recordada como un retroceso a la democracia. Un ejercicio en el que los promoventes de la misma (integrantes de la Cuarta Transformación) propusieron el juego; impusieron las reglas; dispusieron la cantidad a gastar para su celebración; condicionaron y amagaron a los jueces con no dejarlos participar en próximas competencias si no hacían bien su trabajo; apostaron todo su capital “a su gallo”; inundaron las calles, medios de comunicación y redes sociales de publicidad; abandonaron y descuidaron su trabajo para hacer promoción en plazas públicas, y aún así no consiguieron que la contienda interesara al público; de 92 boletos solo vendieron 17 y peor aún, su concursante no pudo ganar la partida en la que compitió contra él mismo.

Fue su propia porra la que tiró por la borda todo lo que había ganado; después de imponer su voluntad y sacar a capricho el juego bajo todas sus condiciones; se dedicó a cometer cualquier clase de infracciones incurriendo en las prácticas más deleznables al estilo del más rancio PRI -en el que por cierto, la mayoría de ellos tiene su origen-.

La penosa intervención de los fanáticos del competidor participando en un descarado acarreo el día de la jornada, pero antes cometiendo violaciones a la ley, engaños y trampas, provocaron que el público perdiera cualquier interés de acudir a la competencia, si es que en algún momento lo tuvo.

Conclusión de lo sucedido: “organizó una elección de Estado, tergiversó un instrumento valioso de democracia participativa, violó la legislación que su propio partido había aprobado, usó el proceso para golpear al INE y movilizar a su base contra los supuestos adversarios. Y luego anuló su voto”.

Sin que a la fecha tengamos todavía una clara noción de qué es lo que realmente quiso lograr el presidente de la República Andrés Manuel López Obrador, al apostar por la Consulta para la revocación del mandato, lo que hoy tenemos es un ejercicio que incumplió su objetivo, (en el supuesto que este hubiese sido realmente originar una nueva figura democrática), porque la realidad es que todos sabíamos que no se alcanzaría el 40 por ciento de la votación, es decir, que no acudirían a votar los más de 37 millones de mexicanos que se necesitaban para que fuese vinculante, y aún así se dio para adelante al proceso.

Ahora bien, si lo que buscaba, como muchos pensamos -y me incluyo- era contar con un laboratorio que permitiere saber en dónde está parado su partido con miras a las elecciones gubernamentales de este año y la sucesión presidencial de 2024, entonces tendremos que decir que para el presidente resultó un proceso positivo y de fundamental relevancia porque ahora podrá mover las piezas a sabiendas de cómo, dónde y cuándo debe apretar el juego para resultar vencedor en la contienda que verdaderamente le importa.

Un día después de la jornada dominical, López Obrador debe tener claro que ha perdido millones de simpatizantes de 2018 a la fecha. Que no existen más esos 30 millones de votos que había presumido a lo largo de más de tres años; que de los 30 que tenía ya nomás le quedan 15, y ya no tiene el pretexto de que en las elecciones del 2021 la votación fue menor porque su nombre no estuvo en las boletas porque ahora el único personaje en la boleta era él.

La evidencia es que perdió al menos 15 millones de simpatizantes y su base electoral ahora está en 15 también.

Y eso siendo complacientes porque tampoco se puede soslayar que echó mano de todo el aparato de estado; de los gobernadores de Morena a quienes dio manga ancha para disponer de presupuestos y además los puso a competir para que le acercaran mayor número de votos; contó además con los servidores de la nación; las Fuerzas Armadas; la Guardia Nacional; invirtió miles de millones de pesos en programas clientelares; sumó las estructuras de los partidos políticos aliados; se gastaron cientos o miles de millones de pesos en publicidad; echó a andar redes sociales y territoriales; y aún con todo ello, salió derrotado.

La impresionante maquinaria no le funcionó, el gesto de enojo y preocupación con el que salieron a dar la cara los encargados de la operación, es decir, el presidente de Morena, Mario Delgado, y su pandilla, fue más que elocuente. Simplemente, esperaban mayor votación y si bien era impensable alcanzar los 37 millones de votos necesarios, quizá elucubraron con cuentas alegres que al menos tendrían 20 millones y no fue así. Al final echaban porras pero como bien señaló el periodista Diego Petersen, “el jetómetro” marcaba algo diferente.

Algo parecido ocurrió con AMLO, quien grabó un video cuando ya se tenía un panorama claro de lo que había ocurrido durante la jornada y mientras se vanagloriaba con los resultados, sus gestos y movimientos involuntarios emitían un mensaje contrario.

Por otra parte, lo que sí queda claro es esa tendencia de querer incriminar al INE y calificarlo como una institución negativa que debe desaparecer, al tiempo que proponen una figura electoral distinta a la que hoy se tiene y que el propio presidente pueda controlar.

Sin embargo, hay que reconocer que si hubo un ganador el domingo fue el árbitro, que a pesar de la reducción de presupuesto, de la forma tan castigada que lo hicieron trabajar, de los amagos, las amenazas, las críticas, los vituperios, los cuestionamientos, las burlas, y los ataques, logró cumplir y demostrar que puede ser confiable.

En el marco de las lecturas de esta consulta, se debe observar que, obviamente, la oposición está fraccionada y de ahí que se hayan emitido votos en contra de Andrés Manuel y otros nulos, cuando el llamado fue a no votar.

Obviamente falta organización y un liderazgo claro en la oposición, que de haber existido se habría utilizado un solo criterio y la votación habría sido todavía menor. De manera que ahí queda también un resultado del laboratorio del domingo que debe considerar la oposición, porque si no habiendo una sola cabeza que marcara la ruta a seguir se logró que permeara el llamado a no votar en un 83 por ciento, o sea que ocho de cada 10 personas atendiera la indicación, un movimiento bien orquestado en un futuro puede marcar el rumbo de la nación.

Luego entonces, ya se verá quién lo consigue.

Lo más interesante será saber en dónde se acomodarán de aquí al 2024 esos 15 millones de votos que perdió Andrés Manuel López Obrador y que por ahora habremos de ubicar en el limbo del abstencionismo.

Salvador Cosío Gaona en Twitter: @salvadorcosio1

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