Desde que Andrés Manuel López Obrador ganó la presidencia en 2018, la oposición se ha comportado en muchas ocasiones de manera contradictoria y titubeante.

No por nada los hoy principales partidos opositores han venido perdiendo desde entonces muchos de sus bastiones electorales.

Por su parte, el Partido de la Revolución Democrática está en vías de desaparición y si las cosas no le salen bien al Revolucionario Institucional seguirá por ese camino.

Si Morena transitara a un partido hegemónico, la reacción política sería un bipartidismo fáctico encabezado por Acción Nacional. Esto tendría como consecuencia una intensificación en la polarización y haría cada vez más difícil la reconciliación nacional.

A nadie le conviene esto. Ni siquiera a Andrés Manuel.

En los sistemas democráticos la oposición es fundamental. Pero no sirve de nada si no se logran puentes de diálogo entre el oficialismo y los opositores. La intransigencia y cerrazón de propios y ajenos lo único que ocasionan es parálisis legislativa e ingobernabilidad, tal y como sucedió durante la segunda mitad del sexenio de Fox y durante el sexenio de Calderón.

Entre el lopezobradorismo y el panismo nunca se ha logrado conciliar.

Así las cosas, Morena necesita para su proyecto de nación protagonistas opositores con los que pueda de alguna u otra forma compartir parte de su agenda. Y en el panismo no los va a encontrar.

No estoy hablando de una oposición de florero. No. Me refiero a un gobierno con división de poderes debidamente acotados, con contrapesos genuinos, sin que esto implique la negativa por consigna y la autodestrucción como vía de alternancia.

Todo indica que Morena se mantendrá en la Presidencia. Sin embargo, para la oposición eso no tiene porqué significar una derrota. Fracaso sería que ocurra lo acontecido en 2018: el famoso carro completo.

Si la oposición se queda con el Estado de México, Jalisco, Yucatán, Coahuila; y recupera Puebla, Veracruz y la Ciudad de México, la democracia en nuestro país recuperará terreno. Y esto a todos nos conviene.

Solamente los entusiastas del totalitarismo se opondrían a un escenario de salud democrática.

Expuesto lo anterior, resulta imprescindible que el priismo opere debidamente en el Estado de México. Como lo hizo en 2021, bajo el mando de Alejandra del Moral. Que no se le ejerza coerción ni intimide con persecución política. Con esto se lograría una balanza democrática y se respetarían las libertades de los líderes mexiquenses.

Alejandra del Moral ya sabe cómo ganarle a Morena en el Estado de México. Lo hizo antes. Lo puede hacer este año. Falta que se le respete y que sus adversarios dentro del PRI y del PAN reconozcan en ella a la única opción viable para vencer a Delfina Gómez de Morena. Ya cuenta con el respaldo del gobernador y de millones de mexiquenses. Ahora necesita de la partidocracia y de los políticos. Ojalá estén a la altura de las circunstancias.

Un triunfo de Alejandra del Moral le permitiría encabezar a la oposición para el siguiente sexenio. Sabe dialogar con respeto con López Obrador y los liderazgos del oficialismo, así como cuenta con las aptitudes necesarias para mantener la sinergia que se ha logrado entre los partidos opositores para materializar un contrapeso en el Poder Legislativo y en las gubernaturas.