“Es imposible conseguir un ejemplar de alguno de sus libros”, dijo el politólogo Agustín Basave Benítez sobre la obra de su padre, el filósofo Agustín Basave Fernández del Valle, quien hoy cumpliría 100 años de edad.
Por tal motivo, el director del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Monterrey a mediados de julio pasado pidió a las universidades de Nuevo León, que homenajearán a su padre a partir de este jueves 3 de agosto, publicar las obras completas de su padre.
Hace menos de dos semanas vi a Agustín y a su hijo del mismo nombre —este, secretario del Ayuntamiento de Monterrey—. Charlamos en una cafetería de San Pedro Garza García y les conté de un viaje reciente a Madrid, España. Encontré allá un ejemplar de Tratado de metafísica. Teoría de la habencia, publicado en 1982. Lo adquirí para un amigo que poco tiempo antes me había hablado con admiración del filósofo Basave Fernández del Valle.
Recuerdo haber asistido a la presentación de esa obra en el ya desaparecido Teatro Lope de Vega de Monterrey, que pertenecía a la Universidad Regiomontana, de la que Basave Fernández del Valle fue rector. Ahí lo conocí. Trabajé durante poco más de un año en su división de investigaciones económicas y pude tratar al filósofo y a una de sus hijas, Patricia, quien era cercana a la secretaria académica de esa dependencia de la universidad, Enriqueta Medina.
Basave Benítez, intelectual con trayectoria en la política —colaboró con Luis Donaldo Colosio y, en 2015, fue presidente del PRD—, además de pedir a las universidades regias editar las obras completas de su padre, en una entrevista que le hicieron en el diario donde publica sus artículos, Milenio, habló de los homenajes a su padre:
- Informó que las principales universidades de Nuevo León crearon un comité para conmemorar el centenario de Agustín Basave Fernández del Valle, en virtud de sus méritos intelectuales: su cátedra, sus libros, sus conferencias, sus condecoraciones internacionales y su apoyo a la educación.
- Los foros, seminarios, conferencias, mesas redondas y exposiciones se realizarán en la UANL, el Tec de Monterrey, la U-ERRE y la UdeM a partir de agosto.
- “Se están organizando simultáneamente en cada uno de estas instituciones. Hay diferentes foros para conmemorar o recordar a mi padre, va a haber seminarios, conferencias, mesas redondas, exposiciones en todas estas universidades y en el municipio de San Pedro se organizó una y está por fijarse otra fecha e incluso vamos a hablar con el arzobispo, para ver si puede haber una en el seminario, porque dio clases ahí”.
- “La fecha de nacimiento, el 3 de agosto, es la fecha de arranque y que todo el mes de agosto va a ser donde se van a realizar estas ceremonias y foros. Eso no quiere decir que terminando agosto no haya nada, seguramente habrá otras en septiembre, octubre, noviembre y hasta diciembre”.
Esta semana, en Milenio, Basave Benítez publicó un artículo sobre su padre, “Congruencia encarnada”. Lo reproduzco enseguida con su autorización:
Texto de Agustín Basave Benítez:
Cumpliría 100 años este jueves 3 de agosto. Con motivo de ese centenario, y en reconocimiento a su legado como filósofo y educador, le han organizado varios homenajes. Dejó una gran obra —más de 30 libros y medio siglo de cátedra—, recibió 7 doctorados honoris causa y otras tantas condecoraciones académicas de Alemania, España, Francia y otros países. Yo, desde luego, me siento orgulloso de su huella intelectual, pero lo admiro más por su valentía y por la congruencia que ejerció hasta el paroxismo.
Católico vital, Agustín Basave Fernández del Valle llevó su religión mucho más allá de la liturgia. Van dos anécdotas. 1) A finales de la década de los 60 su postura ideológica —era detractor del marxismo por su rechazo al materialismo totalitario, más que por defensa de un libre mercado que él, solidarista cristiano, veía con escepticismo— llevaron a grupos de izquierda a impugnarlo como director de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Nuevo León. Cuando el Consejo Universitario se reunió para destituirlo o ratificarlo, en un auditorio repleto de alumnos y de crispación, acudió a hablar en defensa propia. Corrían tiempos de turbulencia social y había granaderos —no sé si también soldados— rodeando el lugar. Cuando llegó a la puerta, el jefe de la policía le pidió no entrar: “hay muchachos armados y ahí adentro no puedo garantizarle su seguridad”. “Gracias, pero tengo que decir mi verdad”, respondió mientras cruzaba la puerta. Hubo gritos y, aunque le lanzaron algunos objetos, no pasó a mayores. Ganó la votación y a la salida hubo golpes entre los estudiantes que lo impugnaban y los que lo apoyaban; esa noche lo vi llegar a la casa con la ropa manchada de sangre. Días después lanzaron una bomba molotov que se estrelló cerca de mi recámara, sin incendiarse. Cuando crecí y adquirí conciencia de lo que había pasado le pregunté por qué se había arriesgado tanto. Levantó la vista del papel en el que escribía y murmuró: “Recordé a Jesús: bienaventurados sean quienes por mi causa padecen vituperio y persecución; yo no iba a negarlo para ahorrarme un susto”.
2) Mi padre venía de una familia aristocrática venida a menos y sus hijos crecimos en la clase media acomodada. En mala hora decidió invertir sus ahorros en acciones de la empresa de un amigo que le prometió grandes ganancias. La empresa quebró —resulta que ya andaba mal— y mi papá perdió todo su dinero. Le dolió muchísimo. Poco después, cuando en mi adolescencia lo acompañé a los ejercicios espirituales que hacía con los jesuitas, nos encontramos ahí al empresario de marras. Yo quería ir a mentarle la madre pero mi papá me detuvo, se acercó a él y lo abrazó. Me quedé atónito. Le pregunté por qué había hecho eso y me contestó “fui a decirle que no guardo ningún resentimiento, que Dios es amor y misericordia y que estoy aquí para seguir sus enseñanzas”. ¡No, bueno! ¿Qué carajos podía decirle yo?
Ese era mi padre. Un gran pensador, sin duda, pero un mejor ser humano. Yo lo evoco como congruencia encarnada. Hoy lo reconocen incluso quienes ayer lo confrontaron, porque la gente de buena fe respeta a quien se juega todo por sus convicciones, aunque no las comparta. Si bien me enorgullezco mucho de sus méritos académicos, me basta y me sobra el ejemplo de su vida para admirarlo.