Hoy Claudia Sheinbaum asumirá la enorme responsabilidad de ser la primera mujer presidente de México. Es un hecho que debe celebrarse.

Sin embargo, el inicio de su presidencia encierra elementos que arrojan serias problemáticas. La principal –y de allí deriva el encabezado de este texto– es la continuidad de la presencia de AMLO en la vida pública del país.

En los últimos días se ha visto un sinnúmero de declaraciones, discursos, mensajes y videos en torno al legado de López Obrador. En un culto a la personalidad de un político sin precedente, los seguidores del tabasqueño no han escatimado palabras y adjetivos para describir, con grandes toques de romanticismo desfasado, y si se quiere, de cursilería, lo que para ellos representan los primeros seis años de la 4T.

La propia Claudia Sheinbaum, en un acto de lealtad política, algo semejante a lo que hizo el 15 de septiembre mientras miraba y aplaudía la firma del decreto de la reforma al poder judicial, repite que AMLO dejó el mejor país del mundo.

Desafortunadamente, México está lejos –muy lejos– de ser el mejor país del mundo. Por el contrario, hoy se encuentra subyugado por el poder del crimen organizado, mientras que la democracia constitucional languidece frente a un partido hegemónico que luce dispuesto a atropellar a las voces disidentes, amén de la creciente precaridad educativa y en materia de acceso a servicios de salud.

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Se dice que el poder es adictivo. Una vez que se ha probado, difícilmente un dirigente quiere dejarlo. Si su permanencia en el poder dependiese de ellos, se perpetuarían. Sin embargo, las constituciones, las leyes y las instituciones limitan las ambiciones políticas y constriñen a los mandatarios.

AMLO ha jurado que se va a Palenque, Chiapas, y que no tendrá ninguna injerencia en las decisiones de la administración de Sheinbaum.

No obstante su juramento, la debilidad institucional, el culto a su personalidad, y el control absoluto sobre legisladores y el aparato de Morena han levantado inquietantes sospechas sobre la probabilidad de que AMLO, desde el retiro, continúe al mando, tanto del partido como del propio gobierno de Sheinbaum.

Los riesgos de un llamado obradorato, en clara referencia al maximato de Plutarco Elías Calles, son reales, a la luz de los recientes acontecimientos en las cámaras legislativas, en la dirigencia de Morena y en los tributos desmedidos rendidos por Sheinbaum y el resto de la plantilla oficial al presidente saliente.

En todo caso, hoy inicia un nuevo periodo de la historia de México. Claudia Sheinbaum, con la legitimidad otorgada por 36 millones de votos, deberá asumir con cabalidad y dignidad la tarea histórica que le espera. ¡Enhorabuena!