2022 puede ser visto como vaso medio lleno o medio vacío.

Lo primero, si se considera que el país mantiene estabilidad y rumbo en el contexto de la incertidumbre propia de un proceso de transformación.

Lo segundo, si se estima que los saldos negativos heredados del pasado más los errores o insuficiencias del presente aún impiden alcanzar en algunos aspectos –seguridad, violencia, crimen o desempeño institucional– sus respectivos y entrelazados puntos de equilibrio.

Ante escenarios internacionales inciertos y múltiples variables domésticas en juego, destacan 5 agendas relevantes para el año que comienza.

Una es la agenda política-electoral pues se avecina y se intensificará la confrontación por el acceso, ejercicio y control del poder.

Se trata de ganar en 2023 las elecciones en el Estado de México y Coahuila –únicos dos estados en los que el PRI no ha perdido en décadas– y avanzar hacia el super domingo electoral del primer domingo de junio de 2024, cuando se renovarán más de 20 mil cargos en todo el país, incluido el Congreso de la Unión y la presidencia de la República. Dado que al mismo tiempo se ejercen mandatos y gobiernos en curso y se definirán las candidaturas presidenciales, las colisiones superarán a las coaliciones posibles

Otra es la agenda institucional asociada a esa dinámica, lo que aumenta la importancia del relevo este 2 de enero de la presidencia de la Suprema Corte, los nombramientos de 4 consejeros electorales en abril en el INE, el nombramiento pendiente de una veintena de cargos en tribunales y órganos autónomos, o bien, la sustitución de dos magistraturas en el TEPJF en octubre.

Una tercera agenda es la consolidación de reformas constitucionales o legales que se hallan en curso o pendientes de resolución judicial, ya sea en el Congreso o en la Suprema Corte, respectivamente, además de los temas candentes y urgentes que habrá de encarar y resolver –ojalá que anticipar y coordinar con respeto institucional– el sistema nacional de justicia electoral en un contexto hipermediático, infodémico, politizado y polarizado.

Otra agenda es la extracción y distribución de recursos para sostener la orientación transformadora. Esto dado que las macro-obras suelen absorber recursos en demasía, los programas sociales crecen, y, entre otras variables, la guerra en Ucrania y los forcejeos entre los actores chino y estadounidense –Oriente y Occidente– podrían disparar los costos de la vida o comprometer las finanzas públicas al límite permisible. Ello, no obstante las previsiones ya instrumentadas del lado del débito público para los dos o tres años por venir.

Una agenda más –no menor– es la externa. En el encuentro inminente entre los 3 líderes del T-MEC debería sembrarse la semilla del porvenir para comenzar la reversión del antropoceno civilizatorio. Esto en el sentido de refundar la esperanza de remedios prontos –migración y sus causas– y un futuro previsible con garantías formales y mecanismos prácticos eficaces para la vida productiva, hipertecnología y super-humana, sostenible, libre, igualitaria y reivindicativa de pueblos y ciudadanías plurales y diversas de Nuestra América. Que una nueva alianza no pare el progreso o la descolonización, sino que nos emancipe a todos. Sí se puede.

Según se puede inferir, se trata de agendas de gigantes. A hombros de gigantes, pero con el apoyo de pueblos y comunidades, de la mayoría social y la minoría inteligente y sensible. Así es como es más factible domar al riesgoso año 2023 del temperamental primer tercio del siglo 21.

Gracias a SDP por este espacio de expresión abierta.

¡Carpe Diem y bienvenido 2023!