En la esquina de una cuadra cualquiera se encontraba un grupo de treintañeros. Tenían un aire despreocupado y los vecinos los veían con cara de quiénes-son-estos-raros. Parecía que no tenían nada que ver con la colonia y, en efecto, tenían razón. No habían crecido por ahí, no tenían familiares que vivieran cerca y solamente uno de ellos, Juan, el menor, había visitado esta misma calle.

El área estaba llena de familias con niños de menos de diez años y, a lo lejos, se escuchó un efusivo grito de ?¡GOL!?. Eso fue lo que los aterrizó. Renata estaba que se moría de pánico desde que dieron el dinero para pagar por la construcción. Constantemente plagaba a Fer con sus preguntas, de esas que parecen más dudas que verdaderos cuestionamientos. Trató de alentarla al principio y de tranquilizarla, claro, pero luego se dio cuenta de que no tenía caso, ya que ahí estaba con ellos: llena de incertidumbres, pero presente y dispuesta a ayudar.  

 

?Esperen, ¿qué es?

 

?Pos es una casa, ¿no?

 

?Claro que no. Ni cocina le pusimos porque ninguno de nosotros sabe cómo cocinar. No puede ser casa si no tiene cocina.

 

?Cuando estábamos mocosos decíamos que construiríamos un escondite.

 

?¿Cómo nos vamos a esconder? Ya subimos la selfie y la dirección al Facebook.

 

?Bueno, es un lugar y ya. Es nuestro lugar sin cocina pero con tina del baño.

 

?¿Tomamos o qué?

 

?Voy por los hielos.

 

La consumación del proyecto que llevaban más de quince años planeando fue como siempre se la imaginaron. Agarraron el vino más barato que se encontraron, de aquellos que su uso hasta en la cocina es dudoso, y mancharon las cuatro esquinas de la casa y el techo, con él. Horacio hubiera estado orgulloso, su mayor anhelo fue siempre tener una vida rodeada de sus amigos, pero el destino y la tan afamada realidad los había alejado, poco a poco.

Con más de la mitad casados y con hijos, era normal que pasaran de verse todos los días a saludarse de vez en cuando en los restaurantes. Solo Juan y Renata, que claro que sí terminaron juntos, se veían a diario. Cuando recibieron la noticia de lo de Horacio quedaron paralizados, no sabían qué hacer. ¿Cómo se llora la muerte de alguien que alguna vez fue tan cercano a ti que no sabían dónde empezaba uno y terminaba el otro?

Lo de la herencia fue aún más aterrador. El grupo de seis convertido en cinco, ahora tenía una cantidad bastante amplia para gastar. Pero por la lejanía que los había plagado, nadie quiso tocar el dinero; no podían comprar algo con dinero que no sabían cómo había sido generado. Hasta que Mario fue Mario y propuso una idea irresistible para el grupo de dolientes.

Iban a crear el lugar de los sueños de Horacio, ahí se reunirían mínimo una vez al mes y nadie que no fuera parte de su círculo entraría. Fue tal vez que hablaron muchas veces de vivir juntos, y nunca lo hicieron, o porque la mayoría odiaba el lugar donde habían crecido. No sabían cómo pero esto se sentía bien. Hay cosas que no se pueden compartir porque no hay manera de expresarlas, pero si ya no pudieron incluir a Horacio en vida, mínimo lo harían parte inmutable de sus vidas en su muerte.    

 Acabo de abrir un blog, así que me gustaría que lo visitaran:

 

http://demty.wordpress.com/