Unas más que otras... Pero la triste y contundente realidad es que las ciudades mexicanas están inmersas en una imparable espiral de violencia.
Y decir esto no implica hacer algún tipo de activismo. No es hacer campaña en contra de ningún político, que dicho sea de paso, hacen muy mal en tener el cuero tan delgado y asumirse como víctimas en medio del horror cotidiano que una indefensa ciudadanía debe asumir como su inevitable realidad.
No... Los políticos, y menos cuando son gobierno, no deben usar la autovictimización como salida para diluir sus responsabilidades.
Es perfectamente natural que la sociedad convierta algunos casos en emblemáticos, más aún cuando apenas unos días después del secuestro y asesinato de un joven estudiante, otro estudiante acaba corriendo el mismo destino y se convierte en un número más en la cifra roja de la Ciudad de México.
Sobran indicadores que hacen evidente que la violencia ha crecido en la Ciudad de México, pero el hecho es que pasa lo mismo en otras ciudades del país.
Y por supuesto, mucho hay que hacer para combatir ese flagelo y es evidente que la solución implica una respuesta compuesta de muy diferentes vertientes.
Claro, hay que combatir la violencia por la vía de una fuerza pública eficiente, acompañada de leyes y órganos judiciales que terminen con la impunidad.
Pero también hay que construir las oportunidades que se requieren para una transformación radical de las causas de la violencia, entendiendo el papel que en ello debe jugar el desarrollo económico, creando condiciones que permitan detonar regiones, ciudades y barrios, generando en el proceso esos empleos que hagan posible cambiar realidades.
Porque una ciudad que multiplica oportunidades cierra el paso a las causas de la violencia.
Y así como la atención de la violencia es un evidente reto multifactorial, el desarrollo implica también procesos integrales que permitan planear y generar ciudades con base a los objetivos que se pretenda que cumplan.
Porque el hecho es que planeación, regulación, infraestructuras y gestión urbana, son factores que debidamente manejados son un extraordinario instrumento para construir ciudades eficientes, competitivas, sustentables, amables y seguras.
No sé si ustedes alguna vez han cocinado...
Quienes lo han hecho, pueden entender con mayor facilidad los alcances de la planeación...
Lo primero, desde luego, es empezar por asumir que el objetivo de esa cocina es que sirva para cocinar.
Porque una cocina funciona de acuerdo con la distribución de los espacios y equipos que la conforman: guardado –a temperatura ambiente o bajo refrigeración-, lavado, preparado, cocinado y espacios para equipos complementarios.
Todo en un orden que responde a la función... Un orden que cuando se rompe hace muy difícil cocinar, pero que cuando se cumple, facilita la labor de quienes están a cargo de la cocina.
Y esto aplica lo mismo para una casa, que para una humilde fonda o un restaurante fifí dirigido por algún reconocido cheff...
Es simple, se define el espacio de cocina y los expertos plantean un layout que establece línea de producción y ubicación de los equipos, para que con esa base se puedan presupuestar diferentes opciones de obras, equipos y mobiliario.
La verdad es que no entiendo que no se entienda que el proceso es prácticamente el mismo para una ciudad...
Hay que definir objetivos y después planear, presupuestar, invertir y ejecutar....
Y hacer todo esto entendiendo que la planeación de una ciudad no es letra muerta, y que a pesar de que se debe hacer en escenarios de largo plazo, esto no excluye la obligación de tener procesos de revisión y actualización constante, que permitan responder en forma oportuna y eficiente a todo nuevo reto que se vaya presentando.
Y no... No se vale echar la culpa a lo mal que estaba lo que se encontró, porque todos sabemos que una ciudad se va construyendo a lo largo del tiempo y que quienes la gobiernan deben asumir por el periodo para el que sean contratados, el reto de seguir transformando a la vez que se consolida lo existente.
La planeación de una ciudad puede y debe lograr que transitar por ella sea seguro, trátese de recorridos a pie, en bicicleta, automóvil o transporte público
La traza urbana debe generar barrios amables en que la gente camine y sea vista, lo que inevitablemente mejora las condiciones de seguridad lo mismo para esos transeúntes, que para quienes ahí viven, o tienen sus negocios o trabajan en ellos.
Una ciudad bien planeada reduce tiempos de traslado y crea condiciones que permiten reducir esa brecha de desigualdad que en ocasiones detona la inseguridad.
Una ciudad bien planeada cuenta con transporte público eficiente y seguro... Transporte que acabe con las barreras que separan a la gente y les brinda acceso a todo tipo de servicios de ciudad.
Transporte que signifique inclusión y le diga a la gente que las ciudades están hechas para ellos.
Cuenta con espacio público de alta calidad y con servicios públicos que elevan las condiciones de seguridad.
Claro que se puede frenar la violencia urbana... Queden por ahí los ejemplos de ciudades como Medellín, Colombia, que se ha convertido en referente mundial porque después de ser una de las zonas urbanas más peligrosas del mundo, se ha convertido en un ejemplo a seguir por sus políticas y prácticas de gestión urbana.
Prácticas que incluyen espacio público de excelencia para llegar a lo que fueron las zonas más pobres y violentas, zonas en que también se construyeron todo tipo de obras de infraestructura y equipamiento urbano de la más alta calidad.
Claro que se puede frenar la violencia urbana...
Pero eso sí, hacerlo implica ganas de querer hacerlo y hacer que estas ganas se reflejen en proyecto, objetivos, planeación, regulación, inversión y gestión urbana.
Se trata, sencillamente, de entender el papel de la ciudad en el proceso de modelar conductas.
Horacio Urbano es presidente fundador de Centro Urbano, think tank especializado en temas inmobiliarios y urbanos
Correo electrónico: hurbano@centrourbano.com
Twitter: @horacio_urbano