México. La disputa por la Nación

Libro publicado en 1981 y escrito por Rolando Cordera y Carlos Tello. Esboza de forma clara y llana el México de aquel entonces que se enfrentaba a optar por uno de dos grandes proyectos como país. Por un lado, el del libre mercado; lo cual incluía disminuir la injerencia del Estado en la economía. Por el otro, un modelo nacionalista que apostaba por una mayor integración nacional.

Muy parecido a los dos grupos en pugna que permean la gestión y las políticas dentro del propio gobierno hoy en día, ¿no les parece? 

Los movimientos pendulares nunca han sido extraños en el devenir de una nación; lo que puede llegar a ser atípico es la velocidad del movimiento y la virulencia con la que conviven visiones encontradas. Hoy contamos con dos realidades que se mueven en paralelo en el mismo gobierno: una extremista y otra moderada; conviven en un circunstancia mágica que no puede ser.

No nos equivoquemos, ambos buscan reducir la desigualdad y la marginalidad, así como generar oportunidades que detonen el desarrollo nacional; no hay engaño en eso. Pero lo hacen por vías diferentes, eso sí.

A casi 40 años de su publicación de México. La disputa por la nación, pareciera que el actual presidente se enfrenta a exactamente esa misma tesis y busca, de manera casi fantástica, poder implementar cambios siguiendo el recorrido de ambas ramas a la vez.

Sin embargo, México es muy diferente al de hace cuatro décadas; los paradigmas han cambiado dentro y fuera de territorio mexicano, empezando porque los problemas son otros, el uso del petróleo va en declive y refinarlo ya no es negocio o que la ciudadanía misma es distinta por el simple hecho del uso de las tecnologías que todo lo cubren (las tecnologías de la información, como el sargazo a lo largo de nuestra costa con el Atlántico, todo lo abarcan). Y ni López Obrador ni Morena —para bien desde luego, pero igualmente para mal— son el PRI, por lo cual creo que esa vida en aparente comunión es hoy imposible de lograr. Sí, el Revolucionario Institucional pudo lograr la “proeza” de hacer convivir armónicamente a los opuestos durante muchos años porque la realidad era otra. Pero, además, porque muchas veces quedaba esa “integración” tan solo en el discurso; tal partido era (es) tan cínico y pragmático que realizaba el mínimo indispensable de ambas propuestas, solo para que el caminar no se detuviera.

Es esa imposibilidad anterior —fuera de cuestiones típicamente burocráticas y políticas— lo que explica, entre otras muchas cosas, las fricciones y desbalances que se observan ahora al interior de la administración federal, mas también en la relación de esta con la población y con grupos de interés específicos.

Peleas internas: una de tantas consecuencias

Con la carta renuncia de Urzúa volvieron a salir a flote algunas rencillas y disputas internas del gabinete lopezobradorista. Que si Urzúa y Romo se habían peleado; que si Germán Martínez también y por las mismas razones. O que si Nahle, Bartlett, Buenrostro y Oropeza le venden “espejitos” anacrónicos al presidente, siendo Urzúa el único que le advirtió sobre ello. En fin, una ya larga lista de desencuentros.

Pero es fundamental que los lectores comprendan que muchos de los enfrentamientos y problemas del gabinete presidencial son tan solo síntomas de una oscilación de voluntades que tratan de encontrar el justo medio o un punto de equilibrio entre esos dos modelos de país. 

Mientras eso ocurre, personajes como Urzúa y Romo —ambos, por cierto, a favor de la globalización, del libre mercado, del empresariado, del neoliberalismo, del aeropuerto en Texcoco— se enfrascan en luchas de poder. La lucha es sobre quién hace frente a las fuerzas que apoyan un modelo de país más radical y más de izquierda, mismo que ya claramente se cuela por las rendijas y comienza imperar en el psique del primer mandatario.

En todo caso, las rencillas al interior del equipo son solo un efecto más de la falta de definición del propio López Obrador.

El gobierno en los medios

Pero no solo los funcionarios se han distraído, también los periodistas, comentaristas, analistas y la opinión pública siguen enfrascados en que si fulano del gabinete está peleado con mengano del equipo gubernamental. Que si existen conflictos de interés o no. Que si perengano le habló feo a zutano. Pocos ven que todo este jaleo es solo un reflejo de una tensión que va más allá de las personas; una pugna mucho más profunda, mucho más sustantiva: la disputa por el modelo de nación. Y, para los que son (somos) más moderados, temo decirles que este proyecto de país va perdiendo la batalla.

Cierto, con la salida de Carlos Urzúa por primera vez en un buen rato, la discusión se ha dado más fuerte en los medios tradicionales que en las redes sociales. Trajo de vuelta a la palestra a los articulistas, columnistas y espacios de opinión. Sin embargo, desafortunadamente, la cuestión que se está privilegiando es con quienes tenía conflictos Urzúa y otros bretes en puerta. O, superando lo de Urzúa, si Herrera será mejor o no; si se entenderá mejor con las otras figuras del gabinete o no. De nuevo, se pierde de vista el problema fundamental.

El dilema del presidente

Andrés Manuel López Obrador vive (ya lo he dicho antes en muchos artículos) entre dos mundos; atrapado entre dos realidades, de manera esquizofrénica entre la espada y la pared. Vive y convive con dos visiones de país y se debate todos los días qué modelo seguir.

Aún más complicado: trata tomar de ambos lo mejor y consolidar un nuevo paradigma y hasta ahora no ha tenido éxito en su intento.

¿No lo creen? Veamos: algunos de su proyectos requieren dinero en abundancia, por ejemplo para sus programas sociales, y para ello lleva a cabo recortes sin ton ni son dentro de una mal entendida austeridad republicana. Pero también requiere dinero a raudales para realizar sus mega proyectos de talla global, sin olvidar tomar en cuenta a los empresarios para que inviertan. Y en ambos casos busca mantener las finanzas sanas y un superávit comercial. Faena imposible de realizar.

Esa tensión se refleja constantemente en las decisiones inconclusas o que se emprenden a medias: por ejemplo, invitar a empresarios a invertir, pero cerrar licitaciones abiertas.

El manotazo que se requiere

Lo anterior solo contribuye a la radicalización de los círculos; tanto de sus incondicionales, como de la oposición. Y es por ello que sostengo que cuanto antes el presidente debe dar un manotazo. Pero no solo un golpe al interior de su equipo. Me refiero a optar de ¡ya! por uno de los dos modelos de nación.

Cabe entonces la pregunta: ¿Por qué López Obrador sigue sin decantarse?

Porque significa un rompimiento brutal con algunos de quienes lo apoyan por tanto tiempo y otros de los cuales ahora depende.

Andrés Manuel le hace caso más a sus leales de toda la vida; a los extremistas de la izquierda que buscan un proyecto de nación más radical y que quieren una revolución —literal— sin ponderar los altísimos costos que ello implica. Pero también atiende a su religiosidad conservadora, que choca y enfrenta a la izquierda. Tampoco dice adiós a los empresarios y al dinero que requiere para financiar sus proyectos, ni al modelo económico internacional. Sabe bien que eso quebraría a México.

Tal vez, por lo anterior, no lo puede decir claramente, aunque se evidencie cada vez con mayor ahínco la dicotomía (empezando con la denuncia presidencial del PND realizado por Urzúa: sí, la desavenencia fue real porque chocaron dos visiones diametralmente opuestas).

Aquella “trampa” de Salinas de Gortari

AMLO ha dicho muchas veces que quiere dejar cambios irreversibles para que, si luego vuelve el PRI —o el PAN o cualquiera otro partido con proyectos distintos a los de la 4T— ya no puedan alterar el rumbo. Bueno, pues no se da cuenta de que Salinas hizo precisamente eso con la globalización y el neoliberalismo. Nada hay más inamovible que el viraje del país que gobernó Carlos Salinas hacia lo global, lo que se consiguió, por cierto, al mismo tiempo que lo hacía media humanidad (Europa, Canadá, Estados Unidos, Japón, etcétera). 

Justamente por eso, porque la “trampa” de Salinas funcionó, el país no puede dejar la globalización por más que su gobierno abandone el neoliberalismo. ¿Contradictorio? Sin duda. Pero es la contradicción dentro del actual gobierno que impide a la 4T y al presidente López Obrador dar el viraje absoluto que desean. No puede AMLO, por más que en el discurso los rechace, prescindir de elementos del salinismo y el orden mundial neoliberal.

Visión versión 4T

La visión del país que AMLO tiene es muy distinta a la que guió a los gobiernos anteriores; la visión de López Obrador es personalísima y atípica.

No desea un país neoliberal, pero en los hechos, en no pocas cosas, es absolutamente neoliberal. Desea un gobierno de izquierda, pero en la práctica difunde ese anhelo a través de instrumentos de derecha y hasta excesivamente conservadores, como los religiosos.

Lleguemos a la conclusión de fondo: no es factible llevar de forma conjunta dos realidades y AMLO tendrá que decidir pronto por cuál de los dos caminos se decanta. Mientras eso no suceda, resonarán los crujidos en cada viraje.