Escarmentar en cabeza ajena es lección barata y buena.<br>
Refrán
Practice makes perfect<br>I'm still tryna learn it by heart<br> (I got new rules, I count 'em)<br>Eat, sleep and breathe<br>Rehearse and repeat it, 'cause I<br> (I got new, I got new, I...)<br>/ La práctica hace la perfección<br>Todavía estoy tratando de aprenderlo de memoria<br> (Tengo nuevas reglas, las cuento)<br>Come, duerme y respira<br>Ensaya y repítelo, porque yo<br> (Tengo nuevas, tengo nuevas, yo ...)<br>
Dua Lipa
No suelo compartir temas personales, de hecho no creo haberlo hecho nunca antes en este espacio.
Lo primero que quiero decir es que a mí no me da pena hablar de mi experiencia con el covid; tampoco sentimiento de culpa. Y lo digo porque fui y he sido, desde marzo del año pasado, absoluta y totalmente cuidadosa con respecto al virus hacia conmigo y hacia los demás —incluyendo, claro está, la gente más cercana. He perdido a ocho familiares en este último año, por lo que el covid lo tomo muy en serio
No entiendo, en verdad, el cinismo de mucha gente, incluyendo a uno que otro notorio político —que no científico—, quienes sin dejo de vergüenza pretenden darnos lecciones del buen proceder... En fin.
Vuelvo a mi caso. Me contagiaron —sí, yo no me contagié— hace cuatro semanas; el 16 de febrero. Lo sé con absoluta exactitud.
¿Y por qué lo sé? Las razones son múltiples; aquí algunas: (1) me he cuidado exageradamente. Y uso ese término con toda la intención. Quien me ha conocido el último año de mi vida no me dejará mentir: me desplazo entre cubrebocas, guantes, agua y jabón, gel antibacterial, sana distancia, caretas, tapetes desinfectantes, ninguna convivencia social, contacto por cuestiones laborales al mínimo, etcétera, etcétera, etcétera. (2) Antes del contagio llevaba dos semanas completas de no poner un pie más allá de la puerta de mi casa.
Pero siempre hay una primera vez y esta ocurrió cuando se me requerió en un funeral. Y fui, aunque mismo allí seguí todos los protocolos de prevención.
Desafortunadamente, otro miembro de la familia del difunto asistió al evento sintiéndose enfermo. (Primera lección: a menos que sea esencial, quédense en casa, y si uno está enfermo, ¡con mayor razón!...).
Resultó que —luego supimos— esa persona tenía covid y me contagió. (Segunda lección: los cubrebocas sí sirven, si no para evitar en su totalidad el contagio, sí para disminuir la carga viral; y el que las personas que se sienten enfermas o que se saben infectadas no los usen es totalmente inmoral. Nuevamente incluyo en este grupo a Hugo López-Gatell, nuestro zar anticovid).
Los primeros síntomas comenzaron el viernes 19 de febrero por la tarde y el sábado 20 ya tenía conmigo la prueba que confirmaba mi covid.
Ahora sé (naturalmente he leído mucho al respecto) que experimenté todos los síntomas típicos de esta enfermedad: fiebre —afortunadamente baja en mi caso—, dolores óseos y musculares, migraña, tos, cansancio, diarrea, escurrimiento nasal, ojos llorosos, opresión en el pecho, poco apetito, pérdida de los sentidos del olfato y gusto, aturdimiento y dificultades de concentración, falta de aire. Todos salvo uno: baja oxigenación. (Tercera lección: cuando la saturación de oxígeno en la sangre baja de 88, hay que acudir al hospital; no hay discusión que valga. Ninguna autoridad del sector salud le comunica esto con claridad a la población).
Me la pasé encerrada dos semanas y los síntomas disminuían a ratos solo para incrementarse nuevamente a la primera de cambio.
Contrario a lo que el gobierno de México ha dicho, este virus es muy grave. Lo sé porque yo he padecido influenza, en dos ocasiones neumonía y tuve mononucleosis de niña; sufro, además, de disautonomía (más tarde explico el porqué esto es relevante). Todas esas enfermedades, se los digo, han sido juego de niños con respecto a lo que yo sentí estas pasadas semanas.
Y es que se nos ha hecho creer que el covid es una afección a las vías respiratorias, pero es mucho más que eso. La sensación de falta de aire, independientemente de que exista insuficiencia en la oxigenación, se da en la mayoría de las veces, y eso genera episodios de ansiedad muy difíciles de tratar. En mi caso, las noches solían ser peores y la posición que podía ayudar —contrario a lo que uno pudiera pensar— era intentar conciliar el sueño boca abajo... Evidentemente, a los estados neuronales alterados no ayudan los emocionales, esto es, la preocupación de poder contagiar a alguien; en mi situación propia, evitar infectar a mi hija a toda costa.
Y, por lo mismo, creo que lo que se debe destacar es que el covid es un virus que ataca el sistema nervioso central y ello explica que en algunos casos desate mialgias severas, dolores y espasmos musculares, epilepsias, inflamaciones, afecciones cardiacas, cerebrales, arteriales (desmayos) y, sí, afecte el funcionamiento de los pulmones también. Esto es, mucho de lo que controla el sistema autónomo en el cuerpo. (Así, lección cinco: el covid es una infección muy agresiva y afecta diversos ámbitos y sistemas del cuerpo humano).
Eso lleva a abordar otra cuestión: si no se presentan afecciones graves producto de lo antes descrito, lo que procede, irónicamente, es quedarse en casa y tratarse con paracetamol (para fiebre y dolores varios) y antivirales comunes. (Lección seis: si hay pérdida de conciencia, afectaciones pulmonares o cardiacas o una fiebre que no cede, se requiere la intervención y seguimiento de un médico especialista y tratamientos sencillos —antibióticos— o más complejos, como el uso del recientemente —y tardíamente— aprobado Remdesivir).
A partir del 1 de marzo comencé a sentir franca mejoría (se me había dado de alta ya unos días antes de esa fecha). Y desde entonces ha venido un proceso de recuperación que, dicen, lo mejor es tomarse en serio y llevar a cabo durante varios meses.
No sabré nunca si el covid que padecí no fue más severo porque no había otra comorbilidad (no fumo, no bebo, no tengo sobrepeso, no soy diabética, hago ejercicio). O, bien, quizá porque no tengo más edad (“apenas“ ayer cumplí 50 años). Lo que sí sé con certeza es que mismo llevando una vida sana, el covid no es como cualquier episodio de influenza o de rotavirus. Y eso es algo que debe de hacérsele saber a los ciudadanos. Mas no se hace. Muy por el contrario.
Hoy, al mes de haberme contagiado, me siento plenamente recuperada (bueno, es un decir). Esta última semana he podido volver a correr 60 kms / unos 8 kms al día, tal y como lo venía haciendo antes de este episodio. Pero mismo eso lo hago con cubrebocas, al aire libre y manteniendo la sana distancia. (Lección 7: anticuerpos o no, vacuna o no, por un buen rato no podremos darnos el lujo de bajar la guardia. Luego vendrá el proceso de revacunación para todos; sí, la del próximo año. Me pregunto si ya habrán contemplado y, ahora sí, pagado las vacunas de refuerzo para el 2022...).
Hoy, en la conferencia de prensa la administración central nos dirá que todo transita razonablemente bien. Que la vacunación va viento en popa. Posiblemente, incluso, estará presente López-Gatell, igual que ayer en la vespertina: así como si nada. Por supuesto, sigue sin rendir cuentas de lo que ha hecho mal y de lo que ha dejado de decir.
Supongo que tampoco ocurra que el funcionario describa de forma honesta y didáctica su experiencia propia con el covid para que todos saquemos lecciones que nos pudieran ser útiles. Eso terminaría por confirmar la ausencia de su sentido del servicio público, ya que siendo figura conocida podría iluminar el conocimiento de muchos.
Ni hablar.