Donde quiera que se ama el arte de la medicina se ama también a la humanidad.<br>

Platón

Una vez más, México ocupa la deshonrosa primera posición de muertes por coronavirus entre los trabajadores de la salud (Amnistía Internacional). Hay al momento mil 320 muertos reportados, seguido por Estados Unidos con mil 077, Reino Unido con 649 y 634 en Brasil.

¿Cuál es el común denominador de estos países? Fácil: tienen gobiernos populistas. No en un sentido de sus vertientes ideológicas, pero sí en la forma y estrategias con las que han enfrentado la pandemia y su visión de la salud y de los trabajadores que componen el universo de atención médica.

Si todas las muertes duelen, cuando se trata de los trabajadores del sector salud, el impacto es doble. La razón es obvia: quienes procuran frenar la pandemia y la enfrentan todos los días, deberían ser las personas que cuenten con una mayor protección y más medidas de apoyo por parte de las autoridades. Desafortunadamente los números antes comentados son la muestra inequívoca de la poca importancia que le conceden los gobiernos —en todos sus niveles— al personal de salud.

Para el caso de México, con 610,000 infectados y más de 65 mil muertos tenemos el porcentaje de mortandad casi del 11%, cuando el promedio mundial es del 5.4% (nuestro país ocupa la deshonrosa tercera posición, por debajo de Italia —14.5%— y del Reino Unido —14.0%). Si esto obedece a que se realizan mucho menor número de pruebas de detección para, con ello, reducir artificialmente el número de casos detectados, se confirma que la SSA se da un disparo en el pie.

La perseverancia del coordinador del combate al Covid-19, el doctor Hugo López-Gatell, en negar la necesidad de usar el cubrebocas para disminuir los contagios ha demostrado ser una mala estrategia. Una decisión que el presidente AMLO ha emulado. Estamos conscientes de que mucha gente no lo utiliza correctamente, pero por un individuo que sí lo haga del modo adecuado y que con ello se evite el contagio, habría valido la pena la promoción de esa política pública en beneficio del sector salud y del personal que labora incansablemente en ese ámbito.

Pero no ha ocurrido así y los resultados se vuelven previsibles. Al grado que ya surgió un desvergonzado “Lord es mi cuerpo” quien se negó a usar cubrebocas y su defensa se basó en decir: “Andrés Manuel no usa cubre bocas. Yo mando en mi cuerpo”.

La ceguera de no querer ver la evidencia presentada por la comunidad científica internacional y nacional ha resultado en consecuencias funestas. Especialmente cuando la decisión o necedad de unos pocos impacta en la población de todo un país. Y los que estamos de “este lado” del debate y buscamos formar opinión pública a través de la publicación de artículos de análisis político estamos obligados a seguirlo denunciando cuantas veces sea necesario.

La emergencia en el país no ha parado. Nuestros gobernantes no pueden ni deben sostener lo contrario; y menos cuando las implicaciones no son solo de salud. Ya los alcances económicos se miden en un decrecimiento peor al de la Gran Depresión de 1932 y en varios millones de desempleados.

El problema es esa situación y la preocupación asociada la hemos naturalizado, pero la realidad es que no se ve donde terminará todo esto. El orbe enfrenta la misma pandemia, es cierto, pero los números y consecuencias sí son diferentes y también eso hay que resaltarlo. En algunos el azote ha sido terrible y en otros no ha sido tan grave, y ya está visto a que no se debe a razones genéticas o de raza.

La cuestión que explica esas divergencias están a la vista: la forma en que las autoridades gubernamentales afrontan el Covid-19 y la reacción y respuesta de las distintas sociedades para con ellas.

Aun en el supuesto de que ya estemos en la cima de la curva de contagios, el número de muertos se seguirá apilando y nada garantiza que no inicie una nueva oleada y que esta quizá no sea menos agresiva que la anterior. Por ello, nunca es tarde para que las autoridades den un giro a su estrategias y acciones.

“Los otros muertos del Covid-19” merecen eso y más; el personal médico y el de enfermería requieren no pasar de la noticias de portada a una nota de páginas internas de los diarios. Tienen derecho a ser el asunto prioritario de AMLO todas las mañanas. Son dignos de algo más que un minuto de silencio, o de vacuos reconocimientos o de simples aplausos. Y, sobre todo, mientras llegue una vacuna —donde el equipo médico sea obviamente el primer beneficiado— se necesita de un compromiso real para con el personal de salud que sigue enfrentando la epidemia. Esperemos que el accionar de presidencia, de la Secretaría de Salud y la programación de Hacienda ya lo comiencen a ver reflejado.