“¿Por qué no se produce un debate entre Hugo y Krauze? Sería muy bueno, a ver qué nos dice. O cualquier otro comunicador. O Ciro Gómez Leyva, que son eminencias también".<br>

López Obrador

Eminencia Del lat. eminentĭa.<br>1.f. Altura o elevación del terreno.<br>2. f. Elevación o prominencia que presenta la superficie de un órgano o de una región anatómica cualquiera.<br>3. f. Excelencia o sublimidad de ingenio, virtud u otra dote del alma.<br>4. f. Persona eminente en su línea.<br>5. f. Título de honor que se da a los cardenales de la Santa Iglesia romana y al gran maestre de la Orden de Malta<br>

RAE

López Obrador dijo que Hugo López-Gatell es una eminencia en su rama por el número de diplomas que tiene en su palmarés. Para soportar la presión que generaría la decisión de no removerlo de su cargo, decidió ‘doblar la apuesta’ y volvió al subsecretario candidato presidencial de facto para el 2024. A diferencia del trato que le ha dado a otros de sus posibles sucesores (a quienes nunca ha ungido tan explícitamente), ayer López Obrador hizo del subsecretario de Salud ejemplo —supuestamente— de todas las virtudes que debe poseer un líder.

AMLO encareció “el valor” del funcionario y para sustentar esa resolución, el presidente recurrió al más vil de los argumentos para cualquier jefe de Estado: defenderse solo en los estudios realizados por López-Gatell y menospreciar el número de infectados y los 130,000 muertos por la pandemia.

Ello señala la nula importancia que tienen todos estos mexicanos para el mandatario. Eso además de no comprender lo que significa ser una eminencia y un ejemplo en algún ámbito de acción.

Porque, para ser eminente y ejemplo, uno debe de serlo en su línea de trabajo. Como lo es Enrique Krauze como historiador, Ciro Gómez Leyva como comunicador, y algunos —muy pocos— de los encargados de enfrentar la pandemia a nivel mundial, quienes han logrado llevar al mínimo el número de infectados y muertos. No ‘Hugo’, quien con sus títulos y encargos no solo no ha podido disminuir el grado de infección, sino que ha logrado llevar a México al deshonroso primer lugar de muertos dentro del sector médico (habría que repetirlo cuantas veces sea necesario: los doctores y las doctoras y el personal de enfermería no cuentan con la protección adecuada para encarar su labor diaria de atender a los infectados).

¿Cuántos cadáveres más serán necesarios para que López Obrador entienda el tamaño de la desidia del subsecretario? ¿Cómo hacer palpable el cementerio invisible con los 130,000 muertos, más los que se siguen acumulando?

Hemos perdido poetas, progenitores que nunca pudieron dar un último beso e hijos y que jamás volverán a dar un abrazo. Personas capaces —algunas eminentes y ejemplos para la gente— en sus áreas, cuyas palabras hubieran consolado y sus brazos construido un mejor país.

El personal hospitalario ha renunciado a una vida cómoda/tranquila por cuidar a los infectados y moribundos. Ellos son los verdaderos ejemplos, no quien no ha cumplido con su obligación de ver por quienes dependen de él.

No es eminencia ni ejemplo quien ha conseguido que nuestro país esté entre los diez primeros con mayor porcentaje de mortalidad, ni quien pide que la gente se quede en casa y el sale a vacacionar sin siquiera usar usar cubrebocas.

Desestimar el daño causado por la desidia de López-Gatell no solo es ruin, implica costos que López Obrador debiera asumir. Sean contados en vidas humanas, en el desempleo creado, o como costo político. Pero lo conocemos: jamás los absorberá.

Decir que López-Gatell es un ejemplo social es una burla, una ofensa sin parangón al pueblo de México.