Todo me sirve, nada se pierde, yo lo transformo<br>Sé, nunca falla, el universo está mi favor<br>Y es tan mágico<br>Voy a seguir haciéndolo<br>Me sirve cualquier pretexto<br>Cualquier excusa, cualquier error<br>Oh, oh, oh<br>(Todo conspira a mi favor)<br>

Gustavo Cerati

Como una mala prestidigitación, tarde que temprano se conoce toda la verdad detrás de la ilusión. Pero mientras eso ocurre, hay alguien que usa y hasta abusa del truco, sacando el máximo provecho posible, y ese es el mago. Uno que en esta ocasión ha sacado provecho del avión sin nunca haber volado en el mismo.

Pero hoy el presidente se dice sorprendido de la farsa que él mismo inventó: se compró un avión que no se puede —al menos él no ha sido capaz de— vender.

Habría que comenzar por decirle al primer mandatario que ello, además de obvio, se deriva de que ¡el TP-01 no fue comprado para venderse! —lo cual se le advirtió desde mucho antes de que asumiera el poder. Culpar ahora a las características del avión, decir que es “extravagante”, es solo darnos la razón a todos los que siempre señalamos lo antes descrito.

Este aparato no se compró para que AMLO lo vendiera; la razón para adquirir el avión fue para que el ejecutivo federal viajara en el mismo de forma segura, cómoda y, sí, lujosa.

Pero es válido inquirir adicionalmente: ¿el avión se compró para que se rifara?, ¿para servir de pretexto?, ¿para usarse de escenario en alguna mañanera? Y las respuestas son: no, no y no. Los aviones se compran para volarlos, como los coches para usarlos. E idealmente solo al final de su vida útil, se venden. Las personas que compran un bien para venderlo de forma inmediata se llaman comerciantes, y si desean hacerlo por un monto mayor a lo que realmente vale, se denominan usureros.

¿Por que López Obrador no escuchó razones desde un principio? Porque, al igual que un ilusionista, tenía que usar la aeronave para desviar la atención de lo sí es realidad y de lo que le toca solucionar y mejorar. Todo aquello que no termina de afrontar.

Y ni siquiera vale cuestionar las supuestas extravagancias del José María Morelos y Pavón cuando que su Tren Maya y su refinería de Dos Bocas resultan caprichos infinitamente más caros que el dichoso avión. Cuando durante este sexenio y el que sigue estas obras tendrán que pagarse de nuestros bolsillos; unos proyectos que solo acarrearán pobreza y problemas, particularmente para la población donde se encontrarán asentados. Unos “bienes” que nunca podrán “venderse a” (asociarse con) ningún posible postor.

Apenas ayer, a propósito del Día Internacional contra la Corrupción proclamado por la ONU, la esposa del primer mandatario, Beatriz Gutiérrez Müller mencionó que la 4T se ha propuesto acabar con la corrupción. Pues bien, lo que pasa con el avión presidencial basta y sobra de ejemplo del peor ejercicio de corrupción y es sintomático a lo que se conoce en la 4T, si bien pareciera que eso poco importa. La ilusión es otra y con eso la gente se satisface por el momento...

Ahora que ya se ha llegado a la conclusión de que el avión no se puede vender, viene la pregunta: ¿se utilizará el aparato para apoyar fines programáticos y de acción gubernamental de diverso tipo?

Me temo que no. Que, como diría Cerati, el presidente AMLO “va a seguir haciéndolo”. Servirle de pretexto, de excusa para tapar cualquier error. Para hacer perder el tiempo de los mexicanos; para venderlo/no venderlo, rifarlo/no rifarlo. ¡Todo tan mágico!