El encierro me obliga a variar los temas de esta columna, de otra manera caería en delirios obsesivos (como ya le pasó a otros colega como Denise Dresser) y estaría a punto de volverme loco (como ya le pasó también a otros colegas, sin decir nombres). Así que les contaré algunas cosas lindas y curiosas de mi biblioteca personal.

En una vitrina, en las mejores condiciones de protección, guardo un ejemplar de la primera edición de la novela Bleak House (1853) del escritor inglés Charles Dickens. Esta novela se tradujo al español como Casa Desolada.

La obra es importante en la historia de la literatura porque por primera vez aparece como personaje un detective privado (ya lo había imaginado Edgar Allan Poe en tres cuentos suyos).

Además, esta novela bellísima (para mi la más hermosa de Dickens junto con Oliver Twist) es un ataque devastador contra la impartición de justicia en Londres (los mexicanos sabemos de lo que hablaba el autor). Para Dickens los ministros, los jueces, todos son símbolo de la corrupción más rampante.

Les aclaro que Dickens primero publicaba sus novelas por entregas. O sea, cada semana aparecía un capítulo en un periódico: el de Dickens se llamaba “All the year round” y aparecía semanalmente por las calles de Londres, con un éxito arrollador. Dickens era una especie de crack, una celebridad que juntaba multitudes cuando leía en público sus narraciones. Así ganó mucho dinero al tiempo que creaba obras maestras de la prosa.

Un académico inglés me dijo recientemente que las novelas de Dickens eran folletinescas. Se equivoca: eran novelas por entregas. Es distinto. El folletín consistía en la parte inferior de la hoja del periódico que podía recortarse. El lector después pegaba los pedazos y ya conservaba la obra completa. Igual formato existía en México. Así se publicaron novelas exitosísimas en el siglo XIX como “Los bandidos de Río Frío”.

Las novelas por entregas, en cambio, como esta que menciono de Dickens, se publicaban en este tipo de periódicos (uno de estos ejemplares lo conservo en mi biblioteca como mi más preciado bien). O sea, aparecían en folletos, lo que actualmente se conoce como fascículos.

Con sus novelas por entregas, Dickens inventó el formato que después utilizarían las telenovelas y las series de televisión. El lector se picaba leyendo y al final la narración quedaba en continuará.

En el puerto de Nueva York, por ejemplo, más de 150 mil lectores aguardaron dos días sin dormir a que llegara el barco con la nueva entrega de Bleak House, para saber si a la pequeña Esther le quitarían o no su herencia. Como eran pocos ejemplares, el público se los arrebató a golpes y se suscitó una terrible riña campal con decenas de lesionados. La literatura, ya se ve, es peligrosa. Y adictiva. Bueno, en México más bien nos peleamos por cerveza. Y lo digo sin criticar, porque yo también soy cervecero.