El 8 de julio de 2020 ha sido un día verdaderamente histórico. Se trató no sólo de la visita del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, al presidente estadounidense, Donald Trump, para celebrar la entrada en vigor del nuevo tratado comercial, T-MEC, y agradecerle por los apoyos recibidos en relación a los acuerdos de la OPEP y los efectos de la pandemia del Sars-Cov-2, se trató, sobre todo, de la manera en que lo hizo. En primer lugar, teniendo el recibimiento de cientos de mexicanos en las calles de Washington provenientes de diferentes Estados del país; los migrantes se manifestaron festivamente en su favor. En segundo lugar, recibiendo un trato de excelencia (en todos los sentidos) de parte de las autoridades del país huésped; atención, amabilidad, almuerzo, cena, elogios, etcétera. En tercer lugar, ofreciendo un discurso formal, leído, integrado por elementos pragmáticos, estadísticos, históricos, ideológicos y con sentido patriota y humanista.

Fue un discurso políticamente incorrecto en la medida en que realizó críticas implícitas en la frase “hay agravios que no se olvidan”; que van desde el despojo de más de la mitad del territorio del país, hasta las ofensas de Trump a los mexicanos pasando por los nefastos efectos de la Doctrina Monroe, “América para los americanos” (y acaso del Destino Manifiesto). En paralelo, ese discurso formal reconoció los puntos de encuentro deseables en la historia de ambos países tales como la relación entre Benito Juárez y Abraham Lincoln y la establecida por Lázaro Cárdenas y Franklin D. Roosevelt. Como queriendo plantear las condiciones políticas para un encuentro semejante en el presente; intención que también fue establecida en el discurso formal de Trump.

No se olvide que, salvo en el caso de Roosevelt, la relación histórica de México ha sido mejor con los presidentes de origen republicano que con los surgidos del partido demócrata. Uno de este partido, James Polk, fue el indeseable ser que llevó a cabo la invasión de México y el despojo del país; claro, contando con la irresponsabilidad y la traición de López de Santa Anna.

El segundo discurso previo a la cena fue informal, breve, ligero y relajado. Un intercambio gentil entre ambos presidentes.

Sin duda, la visita de López Obrador a Trump ha sido un éxito por donde quiera que se le vea; incluso si se consideran eventos recientes de la política nacional en temas de combate a la corrupción, la violencia y la impunidad. Si de la entrada de AMLO a la Casa Blanca deriva un beneficio para presidente gringo y también candidato a la reelección presidencial, es consecuencia de la naturaleza de acontecimientos políticos que no se pueden desasociar. Lo importante para México, además de la firma del tratado comercial, ha sido la legitimidad y dignidad con que el país ha sido representado, el brillo del discurso formal y la posibilidad de establecer nuevas condiciones para un cambio histórico en las relaciones entre ambos países. Esto significa una reconsideración de la historia y la asunción de nuevas formalidades que anteponen el respeto en el trato bilateral.

Ofrezco aquí mis consideraciones, análisis y opinión de la histórica visita.