Antecedentes. “Mexicanos: no era la corrupción”

Sin confusiones: ni la corrupción ni la impuidad son correctas, además de que representan costos para nuestro país. Sin embargo, estos fenómenos son únicamente consecuencia de la ausencia de algo que desencadena los grandes males de cualquier sociedad, no solo la mexicana.

Acotar las consecuencias de esa ausencia nunca será suficiente, pues no rompe el círculo vicioso que hay entre la escasa prosperidad y equidad en el país. Lo que es más, los discursos simplistas y equivocados que se enfocan a atender los problemas y no a encontrar soluciones de origen, se agotan pronto... Y eso sucederá con el discurso de gobierno de Andrés Manuel López Obrador en el ámbito de lucha contra la corrupción y austeridad en el aparato de gobierno.

El origen del mal

La raíz de todos nuestros males, y cuyas consecuencias se confunden con los motivos a combatir, es la IGNORANCIA de la gente y de la sociedad como conjunto.

La corrupción, la impunidad, la ilegalidad, y la pobreza son resultados inequívocos de la ignorancia continua, permanente —y hasta gritona— que aqueja a México. Es impopular y se toma como ofensa decir que los mexicanos son (somos) ignorantes y primitivos. Pero eso no lo hace menos cierto.

La ignorancia (la falta de educación, de libre pensamiento, de criterio y de empoderamiento para tomar decisiones, la dependencia ciudadana hacia el gobierno, la incapacidad de pensar y saber razonar) presume otros frutos como son: la prepotencia, la ilegalidad, la falta de respeto, la intolerancia, el servilismo, y destruye la competitividad, la honestidad, la productividad y la inteligencia de los mexicanos.

Los gobiernos de todos los colores y en todos los niveles, no han atacado de forma prioritaria y absoluta (por desidia o conveniencia) la falta de —ese sí— el insumo más básico de la bienestar y felicidad del hombre: su capacidad de pensar y de razonar. Total, siempre resulta más sencillo contar con una ciudadanía ignorante, la cual poco o nada exige a sus gobernantes, que apoyar una educación de calidad, que lograría un efecto expansivo sobre muchos otros rubros del quehacer social.

¿Cómo hacer entender?

Gobiernos van y gobiernos vienen, y una verdadera EDUCACIÓN de calidad, para todos los ciudadanos, sigue siendo la gran ausente.

Y es que si es difícil elevar los niveles de aprendizaje de una población y enseñar a pensar, es todavía más complicado hacer comprender a la gente la importancia —lo fundamental— de ello. ¿Cómo hacer entender a una sociedad que “no entiende que no entiende”?

Es más, hay concepciones sociales que dificultan alcanzar mejoras educativas y que refuerzan “malos hábitos”. Pongamos un ejemplo: si uno pregunta por qué Monterrey es una población más educada, la respuesta es “porque es más rica”. No obstante, esta respuesta es totalmente equivocada. Lo correcto es todo lo contrario: gracias a que los regios son en promedio más preparados, con mayor capacidad de análisis, raciocinio, es que son una sociedad más rica y próspera. Difícil aceptarlo, ¿verdad? Pero es cierto.

Y claro que hay excepciones que confirman la regla; gente que ha salido adelante e incluso “la ha hecho” sin educación, sin un pensamiento independiente y hasta sin esfuerzo, pero que nos bombardeen en los medios y en las redes con esos casos de excepción (particularmente en el medio del entretenimiento), no modifica un ápice la regla.

La transmisión de conocimiento y los niveles de aprendizaje en términos absolutos, es cierto, ha mejorado en diferentes momentos de la historia moderna de México; desde el sueño de Vasconcelos, o el invitar a Gabriela Mistral a participar en los libros de texto gratuito (herencia de Martín Luis Guzmán, visión de Torres Bodet y tesoro de los mexicanos). Desafortunadamente, han sido esfuerzos con demasiadas intermitentes y muchas veces frenados por intereses mezquinos de la temporalidad del poder en turno.

Surgen así los sindicatos que “defienden” a los maestros, con los cuales la educación se convierte en prebenda, los niños en un pretexto y la ignorancia continúa su libre camino. No hay políticos que en realidad les interese frenar la ignorancia y enseñar poco a poco “al pueblo” a pensar por sí mismo. 

A través de los sexenios, dar el poder a los sindicatos por sobre los maestros derivó en exigencias cada vez más absurdas y más alejadas de la razón de ser del magisterio: educar con libertad y de una manera informada a las nuevos educadores, para que estos enseñaran a pensar a las nuevas generaciones de mexicanos.

Políticas que buscaban ser audaces

Algunos elementos de la reforma educativa del sexenio pasado eran un intento por vencer a mediano plazo el círculo vicioso de un sistema que perpetuara la ignorancia y la dependencia del mexicano en todos los ámbitos de su quehacer. Ya no se sabrá si esos mecanismos eran los adecuados.

Los cambios que trae aparejada la contrarreforma educativa no auguran algo mejor. Y es que la educación no está planteada como un bien y derecho universal para combatir la ignorancia, hacer pensar y empoderar al mexicano para aprender.

Evidencia de esto ha sido la desaparición del INEE (particularmente del legado y sentido que le daba al proceso educativo la maestra Sylvia Schmelkes del Valle); ¡qué ENORME pérdida para el país! 

Sí, ni duda cabe, el Instituto también fracasó en hacerle ver a quienes podían tomar decisiones y que detentan el poder que “ellos tampoco entienden que no entienden.” Hoy se vuelve a cancelar las evaluaciones a los maestros y de paso a los alumnos. Poco importa que ni gobierno, ni maestros, ni sociedad, ni familia sepan la importancia de sembrar y cultivar la semilla del “saber pensar” en los niños.

Se apaga el verdadero “rayito de esperanza”

No es la primera vez que como país caemos en optar por la vía corta; es fácil decir que algo se logrará rápido, aunque sea una falacia. Ejemplos sobran: Fox y su desaparecer en 15 minutos la problemática que dio origen al levantamiento del EZLN; Calderón iniciando una guerra contra el narco; Peña Nieto y el querer disminuir la violencia con la Gendarmería (¿alguien sabe dónde quedó?); AMLO con la guerra a la corrupción, que solo —si acaso— logrará exacerbar resentimientos sociales históricos. Todos estos ejemplos, a pesar de su dificultad, resultan más fáciles y populares que poner como prioridad y objetivo común del Estado sacar al pueblo de su ignorancia.

Definitivamente ningún gobierno ha querido invertir de forma constante, continua y sin tener a la educación como un triste rehén político.

El conocimiento y la capacidad de raciocinio de una sociedad determina su prosperidad. Su ausencia es el origen de nuestros males (pobreza, sobrepoblación, violencia, falta de respeto, clientelismo, impunidad), y es lo que nos diferencia de naciones que sí han podido “dar el brinco”. 

Solo cuando entendamos lo anterior y lo asimilemos en lo individual y en lo colectivo, México saldrá de la pobreza, del atraso, de la ilegalidad, de la inequidad, de la desigualdad, de la inseguridad.

Sigue siendo válida una premisa que bien haría el gobierno en cumplir, y cualquier mexicano en exigir: el mejor regalo que puedes hacer a una persona para contribuir a su bienestar, desarrollo y felicidad es enseñarle a pensar. Cualquier fuerza económica, política o social que NO atienda eso o, peor aún, que nos prive de eso, constituye el agente más CORRUPTOR del planeta.