Con la aprobación del Senado a las modificaciones hechas por la colegisladora se concluye la última etapa en el proceso de discusión de la reforma más importante desde la entrada en vigor del TLC en 1994. Los cambios sustantivos al modelo energético del país no deben obviarse o perderse en un análisis anecdótico de lo que se vive en el Congreso.
Independientemente de arreglos florales, serpientes fugitivas o expresiones melodramáticas, que han caracterizado un debate sui géneris en San Lázaro, es importante ver más allá de los “arbustos procedimentales” y tratar de evaluar las nuevas condiciones del “bosque económico” en un contexto que supera las viejas nociones del nacionalismo revolucionario del siglo XX.
La trascendencia del modelo energético emergente reside en el diseño de reglas novedosas para la exploración, explotación y producción de hidrocarburos, y la posibilidad de generar electricidad con el concurso del capital privado, sin renunciar a la rectoría del Estado y a la regulación estricta de ambos sectores.
Conseguir los votos necesarios para aprobar el modelo energético para el siglo XXI requirió de una estrategia de “alta política”, misma que fue diseñada desde Los Pinos, con la consciencia de que obtener el apoyo del PAN significaría ceder en otras materias con tal de garantizar una mayoría suficiente ante el rechazo explícito de la izquierda.
Debe decirse con toda claridad. El presidente Peña Nieto tuvo el liderazgo y la visión política para construir un frente legislativo, que logró vencer décadas de resistencia al cambio e inercias propias de inmovilismo ideológico. El viejo tótem del estatismo cedió su lugar a una apuesta moderna y pragmática que intentará revertir la inminente crisis en el sector, enfrentando, seguramente, muchas resistencias en el camino.
En esta cruzada reformista, el papel del PAN como oposición responsable debe aquilatarse a la luz de las experiencias previas. Gustavo Madero actuó con decisión, haciendo posible que sus legisladores se sumaran a la iniciativa presidencial, a pesar de los conflictos internos y del escarnio público promovido desde la izquierda.
Muchas voces predijeron que tendríamos un “verano caliente” que se caracterizaría por marchas y movilizaciones en contra de la Reforma Energética. Los “agoreros” de ese escenario se equivocaron brutalmente tal y como lo demuestra el hecho de que ambas cámaras en el Congreso pudieron sesionar en condiciones favorables.
Como era de esperarse, la izquierda decidió votar en contra todo el paquete energético. Los argumentos que presentó durante los debates se ubicaron más en el terreno de la retórica y las obsesiones históricas, que en la presentación de modelos alternativos que pudieran resolver los desafíos que hoy se enfrentan. Sin embargo, debe reconocerse que los opositores actuaron con civilidad al abandonar prácticas tan deleznables como las tomas de tribuna.
En una apuesta de alto riesgo, Peña Nieto decidió invertir una gran parte de su capital político a una agenda reformista, de la cual los temas energéticos son, por su naturaleza, los de mayor relevancia. Sin renunciar a la soberanía energética se optó por mantener la propiedad del Estado de Pemex y de CFE, incorporando la posibilidad de la competencia con otras empresas multinacionales en beneficio del sistema de tarifas y por consecuencia de los consumidores.
BALANCE
En el camino, la coalición legislativa que logró materializar la Reforma Energética tomó la decisión adecuada al revisar con cuidado el pasivo laboral de Pemex, y establecer incentivos para que la empresa y su sindicato renegocien condiciones contractuales que no son aceptables en los tiempos que vienen.
La Reforma Energética marca un antes y un después en la manera en que las finanzas públicas habrán de fondearse en el futuro. Sin estos cambios, “la gallina de los huevos de oro” iba en una ruta indefectible de muerte prematura. Bajo el nuevo modelo, el petróleo y la electricidad serán producidos bajo esquemas diferentes. Esta reforma es histórica por muchas razones. La principal es que su sola consecución demuestra que es posible detener las inercias y construir un nuevo camino. Al país le urgía.
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