El desliz, bastante desafortunado pero por supuesto involuntario, de la escritora Beatriz Gutiérrez Müller al confundir el nombre del poeta Amado Nervo, prendió los focos rojos en el equipo de estrategia y comunicación del gobierno federal. Por donde quiera que se le vea, estamos ante un tratamiento desproporcionado, que parte de una premisa falsa, pero que ha permitido conocer la enorme capacidad y el gran talento, la artillería comunicacional con que cuenta la llamada Cuarta Transformación para contener la crítica y hacer frente al debate mediático que surja en el día a día del gobierno.
A diferencia de Enrique Peña Nieto, que fue un fenómeno político construido sólo a partir de la imagen, que iba tarde y mal a los temas de coyuntura, que pensaba que el tiempo todo lo iba a curar, que apostaba a la desmemoria colectiva y que desestimaba el poder de la comunicación, esta administración parece no estar dispuesta a permitir los grandes vacíos que se generan con los silencios oficiales y extraoficiales en torno a asuntos que, a la larga, generan fracturas a la imagen gubernamental de conjunto.
Los personajes que ayudan al presidente Andrés Manuel López Obrador en estas tareas de no dejar pasar ni un solo señalamiento, Epigmenio Ibarra, Rafael Barajas “El Fisgón”, John Ackerman, Jenaro Villamil, Sanjuana Martínez, entre otros, saben de lo que se trata: ellos mismos, desde sus espacios en los medios y en la academia, contribuyeron a desgastar a un régimen y a mejorar las posibilidades de Morena, a partir de hacer señalamientos sistemáticos que fortalecían ideas o percepciones arraigadas en la sociedad, pero que no eran necesariamente verdad o que no necesariamente estaban sostenidas en pruebas.
El caso de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa es el mejor ejemplo de un gobierno que desestimó la comunicación, y de una oposición que aprovechó los yerros para desgastar la imagen de un presidente frívolo, dedicado a banalidades, que en vez de ejercerlo, le obsequió el poder a Luis Videgaray y a su grupo político, como fue Peña Nieto.
Para nadie es un secreto que el lamentable desenlace de los normalistas se encuentra íntimamente ligado a la delincuencia organizada, pero el hecho que el gobierno peñanietista tardara o se negara a dimensionar el problema y a asignar responsabilidades en torno a personajes locales, generó lo que era normal: la indignación ciudadana fue creciendo, y la versión de que “fue el Estado” adquirió carta de naturalización. Ir a tocar las puertas de los cuarteles o filtrar que los jóvenes fueron quemados en los hornos de “empresas priistas”, sirvió para eso, para arraigar creencias, y para descalificar las investigaciones.
Aquel esfuerzo de comunicación es el mismo que vemos ahora cada que aparece una crisis mediática en la 4T, con la diferencia de que ayer, hoy está articulado y tiene presupuesto, muy visiblemente en grupos de operación en Twitter y Facebook. Sólo que el caso que puso en evidencia la estrategia morenista parte, como ya dije, de una premisa falsa: la sobredimensión de un yerro, algo que le puede ocurrir a cualquiera, en un mundo cruel como es el de las redes sociales, donde un acierto casi siempre pasa desapercibido pero una falla siempre se magnifica, incluso con saña. El error del equipo de estrategia es pensar que “Mamado Nervo” es Ayotzinapa, y que a ellos, no les va a pasar lo que a Peña.
El primer paso en la estrategia de conjunto que vimos para defender a la doctora Gutiérrez Müller, fue negar la veracidad del video. Pero frente a la evidencia de que no hubo manipulación, recurrieron al manual de contracampaña, ese que usaban los priistas de antaño, y entonces lanzaron a redes una foto evidentemente manipulada del hijo menor de López Obrador, supuestamente en el Superbowl. ¿La intención? Atender la conseja esa de que frente al ataque, lo mejor es desviar la atención y si se puede, hacerse la víctima. La foto de Jesús Ernesto lo logra con creces, porque la mentira evidente indigna, y porque fortalece la hipótesis en torno a un argumento que este gobierno va a poder usar incluso el último día del sexenio: la “campaña de la derecha” que se opone al cambio y a la transformación del país.
Finalmente, el episodio que revela el poderío que está dispuesto a utilizar el gobierno para contrarrestar a sus críticos, también exhibe debilidades estructurales. Quienes operan esta estrategia de defensa a ultranza de la Cuarta Transformación, lo hacen a partir de filias y fobias. Consideran a la esposa del presidente un bien mayor a defender, incluso frente a situaciones que bastaba con ser tomadas con humor, pero no gastan ni un tuit en argumentar a favor de la Secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero. A ella muchos la consideran prescindible, al grado de que no hay que descartar que haya sido el propio equipo de contracampaña del gobierno, el que filtró a Reforma el penthouse que la ex ministra ocultó de su declaración patrimonial.