López Obrador se reunió con el actor Richard Gere en Palacio Nacional, hecho que provocó una simpática comedia de enredos, cuando la politóloga Denise Dresser, tomó por cierta una declaración en Twitter de @Vampipe (quien bromeó comparando al actor con el exsecretario de Comunicaciones y transportes, Gerardo Ruiz Esparza), y rápida y furiosa regañó al Presidente: “Más que platicar con él, AMLO debería investigarlo”. Luego se disculpó, argumentando que su confusión “fue por el pelo, caray” (por su pelo, yo podría confundir a la señora con un ficus, y no me pongo a discutir de política con un arbusto, caray).
Para terminarla de amolar, la Dresser compartió un meme de “Game of Thrones”, para suavizar su confusión, haciéndose la chistosa, pero como en vez de causar gracia, solo le sirvió para auto-darse un tiro de gracia, le recomiendo que mejor contrate a un humorista para que le haga los chistes, nomás que no sea Brozo, pues “el payaso tenebroso” ya da más hueva que un capítulo de “Game of Thrones”.
Dejando de lado el penoso capítulo de la ñora, nadie se preguntó: ¿Qué hacía el Peje con Richard Gere? “Para hablar de Derechos Humanos”, dirán sus voceros; bueno, para hablar de Derechos Humanos está el peluquero, no es necesario llamar a un actor de Hollywood, por muy budista tibetano que sea.
Lo que realmente me preocupa es que AMLO vaya a darle un puesto a Richard Gere, como hacerlo presidente de la Comisión Reguladora de Energía (para eso, hasta prefiero que nombre al desagradable de Alfredo Jalife). Y eso por un trauma personal que tengo con el afamado actor.
Así como las señoras que agarraban a jitomatazos en el súper a Maria Rubio (tomándola por Catalina Creel, la villana de “Cuna de Lobos”), yo no puedo desligar al actor de la mayoría de personajes que ha encarnado en sus películas, pues se especializó en encarnar padrotes refinados con licencia para ligar.
Ya sé que al acercarse a la tercera edad, se hizo famoso por ser el dueño de Hachiko, el tierno perrito japonés, pero yo lo recuerdo como el individuo que se parecía al galán que adoraban todas las mujeres que me gustaron: Cínico, guapo, refinado, mamonsón (todas ella prefirieron tipos así, antes que a mí).
Comenzó como un “Gigolo Americano”, siguió como el millonario seductor de “Mujer Bonita”, pero donde realmente lo odié fue en “Internal Affairs”, donde interpretó a un policía apuesto y corrupto que seduce a la mujer de otro policía bueno y honesto (Andy García) ¡y hasta la convence de que le quite las botas, como preámbulo de un acostón!
Nunca entendí por qué muchas chicas obedecían a sujetos así, astutos y pedantes, que descarada y sutilmente las dominaban. Me hacían sentir una mezcla de celos con sentimientos escrupulosos, pues prefiero no ligar a promoverme hipócritamente cual pícaro seductor, con tal de coger (y aunque quisiera ser así, no tengo “las cualidades”, de ahí mi mal disimulada envidia).
Recuerdo especialmente a una chica que me gustaba, a la que le presté una revista que, sin informármelo y sin mi consentimiento, se la prestó a un sujeto físicamente idéntico a Richard Gere, un tipo bastante mamón (el problema fue que la revista me la había prestado un amigo que, difícilmente te prestaba algo, y cuando lo hacía, te anotaba en una libreta, de la cual no te borraba hasta que le devolvías lo prestado). Después de varios días de rogarle a mi amiga que le pidiera al “Richard Gere” la devolución de la dichosa revista, sin ningún resultado, tuve que ir a pedírsela yo personalmente, y el Gigolo de petatiux me dijo, mirándome con desprecio: “¿Tú me la prestaste a mí? Que te la devuelva quien se la diste”. Jamás recuperé la revista y mi amigo jamás volvió a prestarme algo.
Hasta que un psicólogo no me quite mi trauma hacia Richard Gere, no veré con buenos ojos su relación con el Presidente Andrés Manuel López Obrador; que se reúna con Harrison Ford, George Clooney, Mel Gibson, y hasta les dé una Secretaría, pero con aquel seductor, defensor de los Derechos Humanos, naranjas agrias.